Vivimos en Matrix
Nos cuesta reconocer el progreso. Y la gran paradoja es que, mientras los datos nos indican que esta es la era de mayor prosperidad y paz de la historia, la percepci¨®n que tenemos es que atravesamos la ¨¦poca m¨¢s ¡°cr¨ªtica¡± y ¡°convulsa¡±
Ya lo dijo Plat¨®n. Vivimos en una caverna. Tambi¨¦n Elon Musk, quien cree que estamos presos en una fantas¨ªa virtual como en la pel¨ªcula Matrix. Y es que visionarios de distintas ¨¦pocas han coincidido en se?alar que el mundo que percibimos no es el real.
Pero ahora tenemos la evidencia. Un grupo de cient¨ªficos, liderados por el psic¨®logo Daniel Gilbert, ha probado la existencia de un mecanismo cerebral que nos impide captar la realidad con objetividad. Tiene un nombre pomposo ¡ª¡°cambio conceptual inducido por la prevalencia¡±¡ª, pero implicaciones serias para la vida cotidiana. La idea es que, cuando la presencia de un problema (por ejemplo, la discriminaci¨®n o la pobreza) se reduce, los humanos ampliamos su definici¨®n. Con lo que no sentimos la mejora.
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En una serie de experimentos, Gilbert y sus coautores han mostrado que, a medida que un fen¨®meno se vuelve menos frecuente, incluimos en ¨¦l m¨¢s elementos. Por ejemplo, cuando los puntos azules empiezan a escasear en un papel, contamos como azules los puntos violetas. Cuando disminuyen las caras amenazantes en las ruedas de reconocimiento, comenzamos a evaluar los rostros neutros como amenazantes. O, cuando las propuestas poco ¨¦ticas se tornan espor¨¢dicas, rechazamos iniciativas que antes habr¨ªamos calificado como ¨¦ticamente correctas.
No tenemos constancia de que, como en Matrix, este dispositivo que deforma nuestra visi¨®n de la realidad haya sido implantado en nuestras mentes por robots. Los cient¨ªficos intuyen que, m¨¢s bien, es un engranaje evolutivo que cumpl¨ªa una funci¨®n en el amanecer de nuestra especie.
Pero, en la actualidad, eleva el estr¨¦s social. Colectivamente, somos incapaces de dar carpetazo, o importancia relativa, a ninguna preocupaci¨®n. Por ejemplo, hasta hace unos a?os, el t¨¦rmino agresi¨®n se utilizaba para designar las invasiones o los ataques f¨ªsicos no provocados. Pero, hoy en d¨ªa, consideramos como agresiones comportamientos tan variados como no establecer suficiente contacto ocular con nuestro interlocutor, o preguntarle de d¨®nde viene.
Cuando ¡ªo, mejor dicho, precisamente porque¡ª este es el periodo de la historia donde las agresiones son menos habituales, nos sentimos m¨¢s agredidos (y potencialmente agresores) que nunca. Algo similar sucede con conceptos que han ido ensanch¨¢ndose durante las ¨²ltimas d¨¦cadas, como acoso, desorden mental, trauma, adicci¨®n o prejuicio.
Hace 30 a?os, uno de cada tres ciudadanos viv¨ªa en extrema pobreza. Ahora solo uno de cada diez
Quiz¨¢s es para bien. Pues la expansi¨®n de los problemas indica que somos socialmente m¨¢s conscientes del sufrimiento ajeno. O quiz¨¢s para mal. Pues tambi¨¦n conlleva el vacuo ascenso de lo pol¨ªticamente correcto. Los psic¨®logos son agn¨®sticos sobre si este resorte mental es positivo o negativo.
Pero los cient¨ªficos sociales y periodistas debemos ser conscientes de sus efectos, porque afecta a la esencia de nuestra actividad: valorar objetivamente el mundo. En la industria de la investigaci¨®n, la informaci¨®n y el entretenimiento nos beneficiamos de este dispositivo mental porque, junto a los pol¨ªticos, somos vendedores de problemas sociales.
La desventaja m¨¢s palmaria es nuestra inhabilidad para reconocer el progreso. La gran paradoja es que, mientras los datos nos indican que esta es la era de mayor prosperidad y paz de la historia, la percepci¨®n que se deriva leyendo la prensa o viendo la televisi¨®n es que atravesamos la ¨¦poca m¨¢s ¡°cr¨ªtica¡± y ¡°convulsa¡±. Hace 30 a?os, uno de cada tres ciudadanos del mundo viv¨ªa en la extrema pobreza. Ahora solo uno de cada diez. Y, mientras durante la mayor parte de nuestra existencia la esperanza de vida era de unos 30 a?os, ahora vivimos hasta los 70. Y, en pa¨ªses como Espa?a, por encima de los 80.
Divulgadores como Steven Pinker llevan tiempo pregunt¨¢ndose c¨®mo es posible que, frente a estas certezas emp¨ªricas, califiquemos cada a?o como uno de los peores de la historia. Ahora tenemos una respuesta. Justamente porque todo mejora, vemos problemas por todos los lados. La agenda de urgencias sociales rebosa. A?adimos nuevos retos, como el cambio clim¨¢tico, pero no podemos deshacernos de los viejos quebraderos de cabeza. Sanidad, educaci¨®n, seguridad ciudadana¡ Todo ¨¢mbito de la cotidianeidad exige mayor atenci¨®n. Y, por supuesto, m¨¢s recursos.
Alimentamos una cultura de la queja, y la politizaci¨®n de todos los aspectos de la vida
La redefinici¨®n artificial de los asuntos p¨²blicos se produce hasta en los temas que, por su propia naturaleza, son f¨¢ciles de cuantificar. Como el terrorismo. Muchos analistas y pol¨ªticos entienden que es muy grave que los etarras no hayan reconocido expl¨ªcitamente su derrota o que se inicie el acercamiento de presos. Pero, a esos mismos analistas, estas cuestiones les hubieran parecido hace a?os nimiedades frente al Problema con may¨²sculas: los asesinatos de ETA. El fin de la violencia no ha supuesto pues la desaparici¨®n del terrorismo como preocupaci¨®n social, sino su reinvenci¨®n.
Esta extensi¨®n interesada de los problemas afecta sobremanera a la crisis catalana. Y a ambos lados. La contrariedad principal para los constitucionalistas era la declaraci¨®n unilateral de independencia. Pero, una vez la unilateralidad ha dejado de ser una amenaza, en lugar de celebrarlo (y reclamar las responsabilidades jur¨ªdicas que se deriven de ello), muchos han reformulado el problema pol¨ªtico. Ahora se trata de que los separatistas pidan disculpas a todos los espa?oles. De forma paralela, el universo separatista tambi¨¦n ha engrandado su lamento. La represi¨®n autoritaria ya no es la aplicaci¨®n del 155 o las cargas del 1-O, sino que no se depuren responsabilidades por esas actuaciones.
Lo mismo ocurre con la discriminaci¨®n. De la industria del cine a las asociaciones feministas, de las pymes a las grandes empresas, todos los colectivos reconstruyen constantemente su situaci¨®n para seguir sinti¨¦ndose discriminados. Por un lado, eso es beneficioso. As¨ª hemos conquistado muchos derechos. Pero, en un mundo globalizado en el que la informaci¨®n viaja tan r¨¢pidamente, nos vamos copiando interesadamente los unos a los otros las ampliaciones de las preocupaciones sociales. Por ejemplo, de los pa¨ªses n¨®rdicos en igualdad; o de los anglosajones en regulaci¨®n de los mercados. Alimentamos as¨ª una cultura de la queja, y la politizaci¨®n de todos los aspectos de la vida.
No renunciemos a resolver los problemas sociales. Pero hag¨¢moslo teniendo en cuenta que los humanos tendemos a expandirlos a medida que los solucionamos. Una sugerencia para evitar esa tentaci¨®n es delimitar a priori la definici¨®n de un reto colectivo y mantenerla durante un plazo fijo. Sostenella y no enmendalla. Como los Objetivos del Milenio de la ONU, que se eval¨²an cada 15 a?os. As¨ª notamos el progreso.
Y as¨ª ponemos la pol¨ªtica al servicio de la realidad y no la realidad al servicio de los pol¨ªticos.
V¨ªctor Lapuente es profesor de Ciencias Pol¨ªticas de la Universidad de Gotemburgo.
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