El ogro obstinado
La muerte del autor del documental Shoah, a los 92 a?os, ocurrida el pasado 5 de julio, tuvo el impacto de lo inesperado: qui¨¦n imagina que puede morir alguien que parece inmortal
Cada vez que muere una vieja gloria del cine, y ya quedan pocas, se escucha la misma triste pregunta: ¡°Ah, ?pero viv¨ªa?¡±. La muerte de Claude Lanzmann, a los 92 a?os, ocurrida el pasado 5 de julio, tuvo, sin embargo, el impacto de lo inesperado. Me temo que a unos cuantos el viejo cineasta franc¨¦s nos hab¨ªa convencido de su inmortalidad. Sencillamente costaba aceptar que semejante fuerza de la naturaleza tuviera la misma caducidad que el resto de los humanos.
Lanzmann ten¨ªa fama de ogro incorregible, incapaz de contener esa furia b¨ªblica que marc¨® su apasionante vida. Circulan bastantes an¨¦cdotas sobre las monumentales broncas que el director de Shoah era capaz de meter a los periodistas o a los presentadores de las mesas en las que participaba, algunas muy desagradables. No pasaba una. Conozco a m¨¢s de un admirador suyo que evit¨® tener contacto personal con ¨¦l para no llevarse un chasco. No fue mi caso, aunque me gan¨¦ un buen rapapolvo la primera vez que lo trat¨¦. Ingenua y osada (bueno, y una negada fingiendo) comet¨ª el error de confesarle que no hab¨ªa tenido ocasi¨®n de ver completas las m¨¢s de nueve horas de Shoah. Juro que la tierra tembl¨®. Intent¨¦ excusarme alegando que en Espa?a se hab¨ªa exhibido mal y fragmentada. Dio igual. M¨¢s que una entrevista, aquello fue una invectiva sin pausa ni respiro. ¡°V¨¢yase, no pierda el tiempo ni un minuto m¨¢s conmigo y vea Shoah. Eso es lo ¨²nico importante¡±, me repet¨ªa mientras yo intentaba apaciguarle. Aguant¨¦ como pude, primero porque merec¨ªa la reprimenda y segundo porque pese a las malas maneras aquel hombre no paraba de decir cosas que yo no hab¨ªa escuchado antes. Regalaba ideas y titulares a gritos.
Circulan bastantes an¨¦cdotas sobre las broncas que el director era capaz de echar a los periodistas o a los presentadores de las mesas en las que participaba, algunas muy desagradables
Todo aquel chaparr¨®n no solo me transmiti¨® una energ¨ªa vital para m¨ª desconocida, sino que tuvo una imprevista recompensa. Al d¨ªa siguiente, publicada ya la entrevista, recib¨ª una llamada. Lanzmann quer¨ªa hacerme llegar un paquete: se trataba del dvd que se acababa de editar en Francia con las nueve horas y diez minutos de la pel¨ªcula y el libro, con pr¨®logo de Simone de Beauvoir, que reproduc¨ªa los testimonios del filme. El tipo era obstinado de verdad, no perd¨ªa el tiempo con falsas modestias. Aunque no hab¨ªa vanidad en ¨¦l, solo la profunda convicci¨®n que marc¨® su vida: que Shoah hay que verla, completa y sin pausa, para comprobar que nada, ni el cine ni la vida, volver¨¢n a ser lo mismo.
Diez a?os despu¨¦s volv¨ª a entrevistarlo a prop¨®sito del estreno de El ¨²ltimo de los injustos, sobre el postrero dirigente del consejo jud¨ªo del campo de Theresienstadt, Benjamin Murmelstein. Con un whisky en la mano y los achaques de la edad, Lanzmann me pareci¨® a¨²n m¨¢s tit¨¢nico. Le enfurec¨ªa que el Gran Rabino de Roma le hubiese negado sepultura a Murmelstein. Hab¨ªa contactado con ¨¦l gracias a su segunda mujer, una jud¨ªa alemana, me dijo. Si pronunci¨® su nombre, se me escap¨®. A?os despu¨¦s descubr¨ª que se trataba de Angelika Schrobsdorff. Todav¨ªa hoy lamento no haber conocido entonces a la autora de T¨² no eres como otras madres. En sus memorias, La liebre de la Patagonia, Lanzmann tampoco se detiene demasiado en ella. Aquella tarde el director me dijo que todos los que hacen algo con pasi¨®n tienen la sensaci¨®n de ser unos elegidos. Hab¨ªa algo de disculpa en aquella afirmaci¨®n. No hab¨ªa raz¨®n para rega?ar, pero ¨¦l no pod¨ªa evitar vivir rega?ando. Es innegable que era un ogro bastante insoportable, pero yo tengo debilidad por los ogros, quiz¨¢ porque hasta despu¨¦s de muertos siguen palpitando.
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