La izquierda sentimental
Muchas reivindicaciones de la izquierda forman hoy parte del patrimonio com¨²n. Otra cosa es que se d¨¦ por enterada de sus conquistas, incluso cuando los dem¨¢s, a rega?adientes, acaban por asumirlas
Apenas repuesto de las declaraciones del anterior ministro de Justicia a cuenta de la sentencia de La Manada, me enter¨¦ de una vigilia de oraci¨®n en Sevilla contra la LGTBfobia. En aquellos d¨ªas, la presidenta del Santander se proclamaba feminista. Barojiano como soy, qued¨¦ a la espera de las moscas, convencido de que los carabineros acudir¨ªan a la cita. Los gestores de Twitter de la Polic¨ªa no me defraudaron.
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No esperaba menos. Despu¨¦s de todo, seg¨²n estudios solventes, Espa?a es uno de los pa¨ªses m¨¢s progresistas del mundo. Eso s¨ª, una pregunta se impon¨ªa: entonces, si todos estamos de acuerdo, ?qui¨¦n queda enfrente? ?Contra qui¨¦n peleamos los progresistas? O de otro modo: ?no ser¨¢ que hemos ganado? Pinker, desde luego, dir¨ªa que s¨ª. Y no le faltan datos, a pesar de que Trump y Torra empeoren seriamente sus promedios.
Mi impresi¨®n es que es as¨ª, que como ya sucedi¨® con la democracia y el sufragio universal (Geoff Eley, Un mundo que ganar), muchas reivindicaciones de la izquierda forman hoy parte del patrimonio com¨²n. Otra cosa es que la izquierda se d¨¦ por enterada de sus victorias, incluso cuando los dem¨¢s, a rega?adientes, acaban por asumirlas. Una ceguera con graves consecuencias: dadas las dificultades para admitir sus ¨¦xitos y llevada de la necesidad de ¡°pensar a la contra¡±, en extravagante paradoja, no pocas veces acaba por pelear contra s¨ª misma, contra sus conquistas. Un buen ejemplo lo tenemos en las reacciones respecto al C¨®digo Penal de 1989, defendido por el PSOE e IU y criticado por el PP. Cuando se aprob¨®, la izquierda, invocando argumentos laicos y progresistas, y literatura acad¨¦mica, introdujo importantes distinciones entre niveles de ¡°agresi¨®n sexual¡± a las que el PP, apelando a ¡°la gente de la calle¡±, se opuso, pues seg¨²n el partido conservador todo era violaci¨®n. Y ahora, ya ven, en una carrera por elevar las penas que, inexorablemente, acabar¨ªa por endurecer enterito el C¨®digo Penal.
Cuando se vac¨ªa el terreno de disputa, el af¨¢n de diferenciarse puede conducir al absurdo
Cuando se vac¨ªa el terreno de disputa, el af¨¢n de diferenciarse, avivado por la competencia pol¨ªtica, puede conducir al absurdo. Quiz¨¢ esa circunstancia ayude a entender la adopci¨®n de pautas de intelecci¨®n, sentimentales y moralistas, que han alejado a la izquierda de su natural compromiso con la raz¨®n. Por ese camino, paradoja sobre paradoja, habr¨ªa recalado en el Romanticismo, cl¨¢sica pista de aterrizaje del pensamiento reaccionario.
La primera es un empalagoso sentimentalismo que veta la deliberaci¨®n racional y acalla las discrepancias. No es que las emociones sustituyan a los argumentos. Es peor: se invocan como ¡°argumentos¡± para impedir las cr¨ªticas, porque ¡°las emociones han de respetarse¡±, ¡°t¨² no puedes entenderlo¡± y ¡°ofendes mis sentimientos¡±. En esa viciada ret¨®rica es muy ¨²til invocar a la empat¨ªa, como sin¨®nimo de moralidad, concepto bien diferente de la compasi¨®n racional y que, como ha advertido Paul Bloom (Against Empathy), prima lo inmediato y vecino, incapacita para el c¨¢lculo, base de la pol¨ªtica, y distorsiona el sentido de la moralidad. Con mimbres sentimentales parecidos se urdi¨® la historia m¨¢s negra de Europa, la de los nacionalismos. Todo muy rom¨¢ntico.
La otra v¨ªa de evacuaci¨®n del debate racional es un moralismo vacuo sin relaci¨®n alguna con la tradicional disputa de principios. En una descripci¨®n sumaria, pero no completamente falsa, tradicionalmente, la izquierda se asociaba a la igualdad, y la derecha, a la libertad. Por supuesto, en el detalle, la contraposici¨®n entre principios presenta problemas. Se puede, por ejemplo, aducir que sin recursos no cabe elegir c¨®mo vivir o que los derechos de propiedad establecen una estructura de prohibiciones modificable mediante redistribuciones: si dispongo de dinero, puedo comprar una casa a la que no pod¨ªa acceder. Pero, fuera de esas discusiones de concepto, los distintos principios parec¨ªan inspirar ¡ªy diferenciar¡ª las propuestas institucionales.
Todos creemos que nuestras ideas son las mejores. De otro modo, tendr¨ªamos otras
El moralismo actual nada tiene que ver con tales disputas. Al rev¨¦s, incapacita para debatir. Aparece, al menos, en dos variantes relacionadas entre s¨ª. La primera, en un desplazamiento de la discusi¨®n de principios y propuestas a una discusi¨®n sobre el trato con los principios y las propuestas. Cuando se apela a la honestidad, la autenticidad o la integridad, nada se nos dice acerca de lo que se defiende, sino, en el mejor de los casos, a c¨®mo se defiende lo que se defiende. No estamos ante genuinas tesis pol¨ªticas ni ante disputas normativas, m¨¢s o menos susceptibles de resoluci¨®n. No se habla de valores (igualdad, libertad, etc¨¦tera) sino, si acaso, del trato con los valores. Con honestidad, coherencia y autenticidad se puede gestionar tanto una comuna como un convento. En realidad, lo que se est¨¢ diciendo es que ¡°los otros¡± no tienen una relaci¨®n limpia con sus ideas, sincera, lo que, de facto, equivale a negarles la condici¨®n de interlocutores. Para rehuir las discusiones, nada mejor que acudir en primera persona a alg¨²n chorret¨®n de moralismo sentimental: melindres de la ¡°conciencia¡±, llantinas en el foro, victimismo en rueda de prensa, o farise¨ªsmo de la pobreza (¡°nosotros viajamos en metro¡±). Exigir razones en esas circunstancias es peor que pegar a un ni?o.
Por ah¨ª asoma la otra variante del moralismo vacuo, la superioridad moral por defecto. Por supuesto, todos creemos que nuestras ideas son las mejores. De otro modo tendr¨ªamos otras. No parece razonable decir ¡°yo defiendo X, pero Y es mejor¡±. Ahora bien, sostener que mis principios morales son mejores es distinto de sostener que yo tengo un trato m¨¢s moral con mis principios, que es lo que sucede cuando se asume que ¡°nosotros¡± participamos de una claridad mental y una limpieza de coraz¨®n en la relaci¨®n con nuestras ideas de la que carecen los otros en la relaci¨®n con las suyas. Esa disposici¨®n, en la medida que descalifica por principio al interlocutor, revela una falta de af¨¢n de verdad propia de quien no atiende argumentos ni contempla cambiar de opini¨®n. Revisar una idea o asomarse a un dato es incurrir en traici¨®n. Frente a eso siempre es bueno acordarse de las palabras de Camus cuando en su disputa con Jeanson, el pat¨¦tico recadero de Sartre, afirmaba: ¡°Si yo creyera que la verdad es de derechas, all¨ª estar¨ªa¡±.
Segura y desoladoramente, como nos recuerda la m¨¢s reciente teor¨ªa pol¨ªtica, los argumentos no ayudan a ganar las elecciones. Va de suyo: no nos gustan los problemas y, por definici¨®n, la pol¨ªtica se ocupa de los problemas. As¨ª las cosas, acaso toca resignarse y bajar al cenagal emocional. Pero una cosa son las estrategias electorales, y otra, los proyectos. Cuando la afecci¨®n contamina tambi¨¦n a las ideas solo cabe esperar lo peor. Las peores ideas con las peores maneras. No tienen que irse muy lejos ni muy atr¨¢s para comprobarlo.
F¨¦lix Ovejero es profesor titular de Econom¨ªa, ?tica y Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona.
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