La memoria es un pa¨ªs extra?o
Los recuerdos pueden ser enga?osos y no siempre es f¨¢cil distinguir lo verdadero de lo falso cuando se mira hacia el pasado
Un viejo chiste comunista contaba que un Trabant, el coche omnipresente en las calles de la antigua Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (RDA), una especie de cafetera con ruedas de formas cuadradas, se encuentra con un burro en un sem¨¢foro. El animal le pregunta al veh¨ªculo: ¡°?Qu¨¦ eres?¡±. A lo que este replica: ¡°Un coche¡±. El burro se r¨ªe y dice: ¡°S¨ª, ?y yo soy un purasangre!¡±. Sin embargo, esos coches eran pr¨¢cticamente los ¨²nicos que circulaban por las calles de la antigua Alemania del Este. La asfixiante uniformidad est¨¦tica de la RDA est¨¢ siendo utilizada en una residencia de ancianos de Dresde para mejorar la memoria de pacientes con demencia. El centro ha construido lo que llama dos habitaciones del recuerdo, decoradas para que los pacientes se sientan como si estuviesen todav¨ªa en la sociedad comunista, y funciona: el contacto con aquellos objetos de su pasado hace brotar recuerdos perdidos en el pozo de la enfermedad.
Todav¨ªa sobrevive en algunos cines una versi¨®n cinematogr¨¢fica de una de las m¨¢s bellas autobiograf¨ªas europeas del siglo XX, La promesa del amanecer, de Roman Gary. Nacido como Roman Kacew en una familia jud¨ªa de Vilna cuando la ciudad formaba parte del Imperio ruso, la vida de Gary fue una gran novela de aventuras: h¨¦roe de guerra en la Segunda Guerra Mundial, viajero, diplom¨¢tico, marido de la estrella de Hollywood Jean Seberg, lleg¨® a inventarse un seud¨®nimo literario, ?mile Ajar, con el que triunf¨® todav¨ªa m¨¢s que con sus propios libros sin que nadie lo detectase hasta su muerte. El problema de La promesa del amanecer es que sus bi¨®grafos consideran que cuenta muchas cosas que no se corresponden con la realidad, aunque su biograf¨ªa aut¨¦ntica es tan espectacular como la ficticia. No pudo hacerlo para engordar el relato de su vida, no le hac¨ªa falta en absoluto. El motivo es que seguramente se lo hab¨ªa susurrado una memoria que no se correspond¨ªa con la realidad.
Poco antes de morir v¨ªctima de un tumor, el neur¨®logo Oliver Sacks public¨® un maravilloso art¨ªculo titulado Habla, memoria en el que relataba que, seg¨²n iba envejeciendo, los recuerdos de su infancia iban haci¨¦ndose cada vez m¨¢s n¨ªtidos. Hablando con su hermano, le cont¨® que se acordaba perfectamente de la bomba que explot¨® cerca de su casa en Londres ¡ªde peque?o vivi¨® los ataques nazis contra la capital brit¨¢nica¡ª. Pero su hermano le explic¨® que cuando cay¨® aquella bomba, ¨¦l ya hab¨ªa sido trasladado al campo por su seguridad, que se trataba de una historia que siempre se hab¨ªa contado en su familia, pero que Sacks no hab¨ªa vivido. Eso le llevaba a realizar una reflexi¨®n sobre la importancia que la ficci¨®n ¡ªlo que nos han contado o hemos le¨ªdo¡ª ejerce sobre nuestra vida y explicaba que llega en un momento en que no importa si los recuerdos son verdaderos o falsos porque los dos cimentan nuestra personalidad con el mismo peso y condicionan igualmente nuestros actos.
La memoria es un pa¨ªs extra?o: nos dicta en gran parte lo que somos, pero confunde lo verdadero y lo falso. No podemos olvidar que las sociedades tambi¨¦n tienen memoria y tambi¨¦n se construyen con mentiras que tienen el mismo peso que las verdades. La diferencia es que en ese caso s¨ª tenemos instrumentos para distinguir unas de otras. Deber¨ªamos utilizarlos.
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