El ingenio de dos estudiantes contra la paradoja de la comida desperdiciada
Los alimentos que se tiran cada a?o en ?frica podr¨ªan sostener a 300 millones de personas. Dos ugandeses se enfrentan al problema con frutas y verduras deshidratadas
Uganda es una paradoja. Un pa¨ªs de tradiciones milenarias con la segunda poblaci¨®n m¨¢s joven del mundo, apenas 15,9 a?os de media. Un pa¨ªs sin salida al mar, pero famoso por sus pescadores. Un pa¨ªs con el potencial para ser el granero de ?frica, pero donde casi la mitad de sus habitantes consumen menos de las calor¨ªas diarias necesarias y donde uno de cada tres estudiantes no tiene nada que llevarse a la boca durante la jornada escolar.
A Morris Opiyo no le gustan las paradojas. Le gustan los problemas. O m¨¢s bien el v¨¦rtigo que produce resolverlos. Por eso, en la Samuel Baker Secondary School, quiz¨¢s la m¨¢s afamada de las escuelas de Gulu, en el norte del pa¨ªs, donde ya golpea la sequ¨ªa, no hab¨ªa estudiante m¨¢s ¨¢vido por enfrentar los ejercicios matem¨¢ticos. Solo Lawrence Okettayot, otro de los chicos que ten¨ªa la memoria de los campos secos en el est¨®mago, entend¨ªa aquella querencia por los problemas. A?os m¨¢s tarde, cuando volvieron a juntarse tras el primer curso de universidad en Kampala, ambos tra¨ªan la misma pregunta en la cabeza: ?C¨®mo es posible que en una tierra tan f¨¦rtil la gente pase hambre?
A finales de 2017, m¨¢s de 5,3 millones de personas sufr¨ªan inseguridad alimentaria y 444.000 estaban en riesgo de crisis en Uganda. Las dificultades para poder alimentarse son cr¨®nicas para un 12% de la poblaci¨®n: los problemas de desarrollo vinculados a la malnutrici¨®n afectan al 29% de los menores y la tasa de anemia al 52,8% de los habitantes. En las regiones del norte, en la Uganda de la que proviene Morris, ambas cifras se disparan: hasta el 40% y por encima del 70%, respectivamente.
Desde que eran peque?os, Morris y Lawrence han visto como se perd¨ªan los tomates. Tambi¨¦n las berenjenas. Las cebollas. Las calabazas o la mandioca. ¡°Aqu¨ª la gente planta para comer y para comerciar. Lo que no se consume en casa se lleva al mercado a vender, pero el problema es que todo el mundo tiene la cosecha a la vez, entonces es imposible venderlo todo". "Al final del d¨ªa¡±, contin¨²a relatando el joven ingeniero, ¡°vuelves a casa con lo que no has vendido. No todo sirve para consumir, ni siquiera para los animales, y tampoco lo vas a poder vender al d¨ªa siguiente porque siempre va a haber alguien con producto fresco, por lo que al final mucha de la cosecha se pierde¡±.
En Gulu hay cosechas en las que se pierde hasta el 30% de los cultivos. Hasta el doble cuando aparecen las pestes. En muchos casos, se?ala el Programa Mundial de Alimentos (WFP por sus siglas en ingl¨¦s) en su perfil del pa¨ªs, ¡°los agricultores carecen de habilidades agr¨ªcolas, t¨¦cnicas de manejo y acceso a servicios de cr¨¦dito o seguros. Las instalaciones de almacenamiento son a menudo inadecuadas para proteger los cultivos cosechados de las plagas, la humedad y el moho, lo que se traduce en p¨¦rdidas de hasta el 30%¡±. De hecho, otro programa de esta misma organizaci¨®n calcula que hasta los desperdicios en la regi¨®n podr¨ªan reducirse hasta un 90%?con mejoras en el equipamiento y en las t¨¦cnicas de cultivo y almacenamiento.
"?Y por qu¨¦ no secarlas?", pensaron despu¨¦s de que, tras a?os viendo como ten¨ªa que tirar buena parte de su cosecha, el t¨ªo de Lawrence anunciase que se rend¨ªa, que dejaba de trabajar en el campo. ¡°Ambos ven¨ªamos del mismo entorno. Nuestras familias eran agricultores y conoc¨ªamos los problemas a los que se enfrentan, as¨ª que empezamos a buscar soluciones. En Uganda, cuando la fruta fresca se acaba, la gente tira de la seca. A la gente del norte le gusta. Y a los sursudaneses m¨¢s, la utilizan para hacer salsas¡±, insiste Morris.
En un pa¨ªs donde alrededor del 19% de la poblaci¨®n contin¨²a viviendo con menos de dos d¨®lares al d¨ªa, resulta dif¨ªcil convencer a alguien de que invertir 80 d¨®lares (algo m¨¢s de 68 euros) en un deshidratador va a aliviar sus problemas
En 2014 comenzaron a trabajar en el primer prototipo. Buscaban un sistema con el que deshidratar los productos cosechados para as¨ª poder conservarlos durante m¨¢s tiempo. ¡°Primero pensamos en intentar secarlas aprovechando el sol, pero esto no iba a ser fiable porque no siempre tenemos las horas suficientes. Despu¨¦s pensamos en placas solares, pero tampoco vimos que fuese a ser suficiente, as¨ª que, al final, dise?amos un modelo que funcionaba con combustible org¨¢nico a partir de desechos de animales y compost¡±.
Mientras sigue hablando, Morris se agacha y arrastra una caja de debajo de la cama. Es lo ¨²nico que no hay a la vista en el peque?o cuarto en el que duerme cuando est¨¢ en Kitintale, a las afueras de Kampala: el Sparky dryer. El sistema es sencillo: una peque?a c¨¢mara, alimentada por el combustible org¨¢nico, calienta la zona de secado donde las frutas y verduras, ya cortadas, se apilan en diferentes estantes. Un convertidor catal¨ªtico incorporado al dise?o evita que se liberen gases nocivos durante el proceso de secado para que el Sparky dryer sea un emisor cero de di¨®xido de carbono. En s¨®lo dos horas, es capaz de deshidratar 10 kilos de mangos o calabazas empleando solo dos kilogramos de biocombustible. Si se conservan en un lugar seco, las frutas ser¨¢n aptas para el consumo durante alrededor de un a?o.
70 pedidos: rentabilizado en una cosecha
En abril de este a?o apenas hab¨ªan vendido cuatro. En un pa¨ªs donde alrededor del 19% de la poblaci¨®n contin¨²a viviendo con menos de dos d¨®lares al d¨ªa, resulta dif¨ªcil convencer a alguien de que invertir 80 (algo m¨¢s de 68 euros) en un deshidratador va a aliviar sus problemas. ¡°Pero lo va a hacer, con lo que vendan de la primera cosecha ya recuperan la inversi¨®n¡±, asegura Morris. Durante la temporada seca, la fruta deshidratada llega a venderse por hasta cuatro veces m¨¢s que los productos frescos. As¨ª es como empiezan a salir los n¨²meros: ¡°El kilo de berenjena va sobre los 8.000 chelines (1,8 euros), pero un saco de cinco kilos de berenjenas deshidratadas durante esos meses puede llegar a costar 200.000 chelines (45,7 euros)¡±, calcula mentalmente el joven ingeniero.
En cuatro meses, los pedidos se han multiplicado. Las ventas superan la veintena y hay otros 70 pedidos. Funciona el boca a boca y el prestigio de haber sido nominados para el Africa Prize for Engineering Innovation. ¡°Necesitamos m¨¢s recursos porque por ahora todo lo hacemos bajo demanda: los agricultores pagan un dep¨®sito con el que compramos materiales y empezamos a producir el deshidratador¡¯¡±, explica Morris.
El dise?o de los j¨®venes ugandeses es m¨¢s r¨¢pido que cualquier otro modelo que utilice energ¨ªa renovable y m¨¢s efectivo que los sistemas el¨¦ctricos: solo el 26,7% de la poblaci¨®n ugandesa tiene acceso regular a electricidad y apenas un 18% en las zonas rurales. Con el Sparky dryer, pueden utilizar adem¨¢s todo lo que les sobra del huerto, hojas secas, ramas¡, para hacerlo funcionar. ¡°Ahora mismo¡±, remarcan sus creadores, ¡°estamos trabajando en un nuevo combustible, incorporando rocas, que acelerar¨¢ todav¨ªa m¨¢s el proceso de deshidrataci¨®n¡±. Es la ¨²ltima paradoja a la que enfrentarse. Despu¨¦s ya solo habr¨¢ que esperar a que el mercado de Kitintale se llene con la fruta que antes nadie quer¨ªa.
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