Verdades hist¨®ricas
El salto al establecimiento de una versi¨®n oficial de la Guerra Civil encierra riesgos
Como para tantos otros espa?oles de la generaci¨®n de la inmediata posguerra, mi imagen de la Guerra Civil y del franquismo se encuentra estrechamente ligada a experiencias familiares. En lo fundamental, una largu¨ªsima represi¨®n: habiendo sido oficial del Ej¨¦rcito Popular y miembro del comit¨¦ de UGT que socializ¨® la Bolsa de Madrid, mi padre se salv¨® como topo del fusilamiento, pero aun sin ser acusado de nada, no recuper¨® su empleo en Bolsa hasta 1976. Siendo tambi¨¦n antifranquista, mi madre aport¨® una correcci¨®n oportuna: el horror que le causaba la conducta de su hermana, casada con un militante de Artes Blancas de UGT, gran persona ¨¦l, cuando por las ma?anas de 1936 iba con sus compa?eras a la Casa de Campo a ver los ¡°fiambres¡±, los cad¨¢veres de los supuestos facciosos paseados durante la noche anterior.
La responsabilidad de la Guerra Civil est¨¢ clara, as¨ª como la voluntad de aniquilamiento del otro que presidi¨® antes y despu¨¦s de 1939 la estrategia de Franco y sus seguidores. No hace falta Comisi¨®n de la Verdad alguna para establecerla y una labor historiogr¨¢fica ejemplar ¡ªde ?ngel Vi?as e Ian Gibson en adelante¡ª no ha dejado dudas al respecto, por si los propios verdugos no hubiesen sido suficientemente expl¨ªcitos. Falta eso s¨ª la acci¨®n de resarcimiento de las v¨ªctimas, en especial lo que en un art¨ªculo coescrito con Lola Ruiz-Sergeieva llamamos ¡°el honor de los muertos¡±, como m¨ªnimo unas tumbas dignas, unos lugares de memoria y, dentro de lo factible, la revisi¨®n de condenas. Solo con esa restauraci¨®n de la justicia y la clarificaci¨®n definitiva en curso estar¨¢n sentados los supuestos para una reconciliaci¨®n fundada sobre la verdad hist¨®rica.
As¨ª las cosas, el salto al establecimiento de una versi¨®n oficial, de Estado, encierra riesgos. Primero, han transcurrido ocho d¨¦cadas, y resulta ya imposible proceder a la ingente y necesaria labor de documentaci¨®n oral que pudo ser llevada a cabo en Chile o en Sud¨¢frica. Los testigos han muerto. Segundo, ?hasta qu¨¦ punto est¨¢n dispuestos los grupos pol¨ªticos herederos de entonces a asumir culpas, e incluso cr¨ªmenes, de sus correligionarios? El ministro de Justicia anarquista Garc¨ªa Oliver, cubriendo los desmanes de los suyos, las patrullas de control de la FAI, la responsabilidad comunista de las sacas asesinas de noviembre del 36 (m¨¢s Nin) o incluso, en otro orden de cosas, la traici¨®n patri¨®tica del PNV a la Rep¨²blica que desemboc¨® en la rendici¨®n de Santo?a, integran un panorama abierto a los historiadores, que resultar¨ªa explosivo ¡ªo m¨¢s probablemente falseado¡ª como versi¨®n de Estado. Y al activo revisionismo profranquista, desbordando a Stanley Payne, ?c¨®mo excluirle de la Comisi¨®n?. Tendr¨ªamos un 1936 imaginario. Recordemos ¡°Rash?mon¡± de Kurosawa. Valdr¨ªa m¨¢s ce?irse a un museo del franquismo.
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