H¨¦roes rom¨¢nticos
Escuchen un mitin de Donald Trump y otro de Nicol¨¢s Maduro: hay muchos p¨¢rrafos intercambiables

Acept¨¦moslo. Donald Trump es un h¨¦roe de nuestra ¨¦poca. Eg¨®latra, quejica, hist¨¦rico, megal¨®mano y alienado: tiene todas las virtudes rom¨¢nticas. Trump chapotea felizmente en el oc¨¦ano de romanticismo que ha inundado las sociedades occidentales. Encaja a la perfecci¨®n en el momento hist¨®rico.
Cuando hablamos de lo rom¨¢ntico no nos referimos a Pretty Woman, C¨¦line Dion o, puestos en lo m¨¢s viejuno todav¨ªa, las canciones de Armando Manzanero. Nada que ver con eso. El romanticismo fue el arrebato pasional que caracteriz¨® el siglo XIX como reacci¨®n a la frialdad clasicista, razonable y burguesa del iluminismo. Ya saben, el individuo libre contra la sociedad opresiva, la exaltaci¨®n del sentimiento, la nostalgia del para¨ªso perdido, el fervor nacional, la exaltaci¨®n de la diferencia, el desprecio por la realidad y dem¨¢s arrebatos decimon¨®nicos. O sea, lo de hoy.
Ignoro por qu¨¦ hemos vuelto a los esquemas culturales del siglo XIX. Posiblemente haya influido la fatiga colectiva tras largas d¨¦cadas de poder tecnocr¨¢tico
Ignoro por qu¨¦ hemos vuelto a los esquemas culturales del siglo XIX. Posiblemente haya influido la fatiga colectiva al cabo de largas d¨¦cadas de poder tecnocr¨¢tico, tanto en la Uni¨®n Europea como en Estados Unidos. La tecnocracia suele ser razonable. Lo era Jean Monnet, uno de los impulsores del entramado institucional europeo, cuando dec¨ªa, ya en 1943, que no habr¨ªa paz en el continente ¡°si los Estados se reconstruyen sobre una base de soberan¨ªa nacional¡±. Lo fueron sucesivos presidentes en Washington cuando impusieron el poder federal sobre el racismo (respaldado por los votantes) de los Estados sure?os. Lo fue el esfuerzo por construir, despu¨¦s de 1945, un laberinto institucional que regulara las relaciones pol¨ªticas y econ¨®micas internacionales. Esos empe?os tan razonables han acabado caus¨¢ndonos tedio. Incluso nos parecen in¨²tiles. Aunque el mundo sea much¨ªsimo mejor que hace 100 o 50 a?os, no nos satisface. A la gente del siglo XIX tampoco le satisfac¨ªa el encorsetamiento de la Ilustraci¨®n.
Quiz¨¢ el culto a la irracionalidad tenga que ver, m¨¢s concretamente, con los abusos del capitalismo. La cultura del siglo XIX fue rabiosamente anticapitalista: desde Hugo y Balzac, con su cr¨ªtica a la hipocres¨ªa de la burgues¨ªa mercantil, hasta Karl Marx, cuyo socialismo materialista se construye sobre hip¨®tesis idealistas, el arsenal de los argumentos contra el capital se remonta a entonces. Abundando en Marx, sus Tesis sobre Feuerbach suenan tan rom¨¢nticas como la m¨²sica de Beethoven. Sobre todo si se leen en alem¨¢n y con tipograf¨ªa g¨®tica.
Resultar¨ªa tentador atribuir a la izquierda la derrota de la Raz¨®n: si partes de un personaje como Rousseau, glorificas al Che Guevara y fragmentas tu electorado en grupos identitarios empecinados en distinguirse del vecino, sueles acabar mal. Pero la derecha, apegada a la autocracia, lo que llaman tradici¨®n y la uniformidad, ha acabado m¨¢s o menos donde la izquierda. Escuchen un mitin de Donald Trump y otro de Nicol¨¢s Maduro: hay muchos p¨¢rrafos intercambiables. La diferencia, por supuesto, est¨¢ en que, en materia econ¨®mica, a Trump le salen los n¨²meros. No es poca diferencia.
?Qu¨¦ hacer entre tanta bandera rom¨¢ntica? Quiz¨¢ lo ¨²nico sensato sea atenerse a los hechos, es decir, a lo cierto, lo comprobable, y en lo dem¨¢s asumir la incertidumbre como compa?era de vida. Fe, la m¨ªnima. A m¨ª me ayuda leer a Richard Feynman. Y componer listas mentales de cifras, pero eso no lo aconsejo: es pura neurosis.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.