Hola, mam¨¢
Hay dos momentos en la vida del escritor que nunca agradeci¨® lo suficiente a su madre. Uno ocurri¨® cuando recibi¨® el Premio Tusquets. El otro fue en 1972, y ¨¦l llevaba encima una pistola.?
YA S? QUE TIENES pocos d¨ªas por all¨¢, pero no puedo resistir la tentaci¨®n de escribirte. Si crees que te voy a ofrecer disculpas por algo, ni lo pienses; bien sabes que te quise cabronamente y que me port¨¦ lo mejor que pude. Cuando nos despedimos Ariel y yo de ti, te dijimos como tanto te gustaba: ¡°Buen viaje, Madre de m¨¢s de cuatro¡±. Y ah¨ª estabas, maquillada, aunque no tan bien como te hubiera gustado. Hay dos cosas, dos momentos en mi vida que no te agradec¨ª lo suficiente; te has de acordar, ten¨ªas esa memoria que, cuando te enojabas, nos restregabas en la cara nuestros errores como el d¨ªa en que los hab¨ªamos cometido. Eras una amenaza, Libradita.
La primera es de cuando regres¨¦ de recibir el Premio Tusquets. Me dijiste: ¡°Ya s¨¦ qu¨¦ eres¡±, tu sonrisa era un sol, y nos abrazamos. No te dije gran cosa porque nos pusimos a llorar, y creo que nos tomamos nuestros dos buenos minutos del gran reloj del mundo humedeciendo la tarde. La segunda ocurri¨® en 1972 y la recuerdo como si fuera ayer. Estudiaba en la Ciudad de M¨¦xico y estabas de visita en el departamento que compart¨ªa con un militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre, un estudiante de arquitectura y otro de matem¨¢ticas. Nos encantaba tu presencia porque cocinabas delicias para todos. Una noche de verano, fuimos el militante y yo a ver la pel¨ªcula The Concert for Bangladesh, donde aparec¨ªan varias estrellas del rock que admir¨¢bamos, liderados por George Harrison. Oscurec¨ªa cuando salimos del cine, que estaba cerca del depa. La ¨²ltima canci¨®n nos hab¨ªa despedazado, las im¨¢genes de la hambruna en Banglad¨¦s nos quebraron. Nos metimos a la primera cantina que encontramos, al lado de un supermercado, y pedimos cerveza; yo agregu¨¦ un tequila. Mi compa?ero bebi¨® despacio, pero yo de inmediato ped¨ª la segunda. No hab¨ªamos pronunciado palabra cuando dos batos se sentaron en nuestra mesa. No los conoc¨ªamos. Los miramos, yo sin darles mayor importancia, pero mi compa?ero se demud¨®, ?qu¨¦ onda? Uno de ellos puso un peri¨®dico sobre la mesa y nos exigi¨®: ¡°Pongan sus pistolas bajo el peri¨®dico, y no la hagan de pedo porque se los lleva la chingada¡±. Mi compa no se movi¨® ni abri¨® la boca. Los mir¨¦ a los tres y deduje que pedir que se identificaran era una pendejada, as¨ª que tambi¨¦n guard¨¦ silencio y esper¨¦ a que mi compa reaccionara. ¡°R¨¢pido, pendejos¡±, ladr¨® el de la voz cantante. ¡°O me los chingo¡±. Se ol¨ªa su odio. Entonces apareciste, ma, nos viste por la ventana, dejaste las bolsas del s¨²per a la entrada de la cantina, con decisi¨®n nos cacheteaste, nos tomaste de los cabellos y nos sacaste del lugar mientras nos insultabas como energ¨²mena. Para cuando los polis de la Direcci¨®n Federal de Seguridad reaccionaron, mi compa ya se hab¨ªa perdido mientras t¨² y yo nos esfum¨¢bamos dentro del cine.
No te agradec¨ª lo suficiente, mam¨¢, porque esa noche el ¨²nico que estaba empistolado era yo, adem¨¢s de que guardaba varios miles de pesos de mi compa bajo la camisa. Abrazos de Leonor y m¨ªos.
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