El archivo que custodia los mapas m¨¢s deseados por los cazatesoros
Mar¨ªa Antonia Colomar ha dedicado 46 a?os de su vida a desentra?ar las historias, mitos y leyendas del Archivo de Indias. La Sociedad Geogr¨¢fica Espa?ola la ha premiado este a?o por su trabajo. Nos invita a descubrir los planos que m¨¢s le fascinaron.
Es una pieza ¨²nica, el primer mapa realizado con t¨¦cnicas chinas que lleg¨® a Espa?a (y tal vez a Europa) procedente del Extremo Oriente. Vino atravesando los mares, en alg¨²n momento entre 1574 y 1575, bajo el reinado de Felipe II, cuando la monarqu¨ªa hisp¨¢nica viv¨ªa su ¨¦poca de esplendor, cuando se hablaba de un imperio donde nunca se pon¨ªa el sol, aquello s¨ª que era vocaci¨®n global. Traz¨® aquella ruta que entonces recorr¨ªan las mercanc¨ªas que proced¨ªan del Lejano Oriente: de China a Filipinas, de Filipinas a M¨¦xico y de M¨¦xico a Espa?a.
¡°Vamos a ver la maravilla de las maravillas¡±, dice Mar¨ªa Antonia Colomar instantes antes de retirarle el velo, el papel barrera, que es anti¨¢cido y protege una joya del siglo XVI como esta. La veterana historiadora se acaba de enfundar unos guantes azules finos para poder manipular el documento. Es fundamental no tocarlo con los dedos, los mapas absorben la humedad de la mano que los toca.
Sobre una enorme mesa blanca se despliega este minucioso y valioso plano en el que el curso del r¨ªo ?Amarillo es naranja. Esta es la ins¨®lita nota de color en un mapa, por lo dem¨¢s, en blanco y negro. Probable?mente viaj¨® acompa?ado de libros, obras de arte y cer¨¢micas que en aquellos d¨ªas llegaban desde Manila, el gran puente entre Oriente y Occidente. Colomar, que ha dedicado 46 a?os de su vida al Archivo de Indias, lo considera uno de los tesoros que han pasado por sus manos.
La instituci¨®n sevillana es una meca para los cazatesoros del mundo. Representa la memoria viva de los territorios de ultramar de la Espa?a imperial
Flanqueada por Carmen Molina, que trabaja en el laboratorio de restauraci¨®n, explica que la joya ha sido extra¨ªda esta misma ma?ana de un portaplanos especial, de aluminio anodizado, que permite una conservaci¨®n ¨®ptima. Fechada en 1555, es un mapa hist¨®rico de China que narra la historia de sus ciudades. Escuetos textos explicativos acompa?an a los dibujos que ilustran la orograf¨ªa del terreno. El Ku-Chin hsing-sh¨ºng Chih T¡¯U [Mapa topogr¨¢fico moderno y antiguo (de China)] pone de manifiesto hasta qu¨¦ punto era avanzada la cartograf¨ªa de los chinos por aquel entonces.
La silueta de la muralla china cruza de este a oeste la parte superior del mapa. Probablemente, dice Colomar, fue enviado por uno de los gobernadores de Manila, en respuesta a las demandas de informaci¨®n de la Corona sobre las colonias. Con ¨¦l se pretend¨ªa realzar la grandeza del pa¨ªs. ¡°En aquellos a?os hab¨ªa incluso alg¨²n gobernador de Filipinas, Francisco de Sande, que hab¨ªa pensado invadir China¡±, dice la historiadora. ¡°Lo propuso, pero le disuadieron¡±.
Colomar desgrana la historia que esconde este mapa con una mezcla de entusiasmo y precauci¨®n. Entusiasmo por los a?os pasados entre mapas, legajos y cartas que habitan los regios muros del Archivo de Indias, aprendiendo a interpretarlos, a descubrirlos, a amarlos. Precauci¨®n extrema, que en ocasiones hace que ponga freno a una frase y arranque por nuevos derroteros narrativos cuando en su cabeza asoma la sospecha de que pueda estar proporcionando alg¨²n dato incorrecto, o no suficientemente contrastado. Ante todo, rigor.
Ku-Chin hsing-sh¨ºng Chih T¡¯U es una de las piezas que ella nunca olvidar¨¢. Mallorquina de 73 a?os, afincada en Sevilla desde 1969, Colomar recibi¨® el pasado mes de marzo el Premio Nacional 2017 de la Sociedad Geogr¨¢fica Espa?ola. Un reconocimiento a la labor paciente y callada de los archiveros, personas que trabajan en la sombra. Clasificando, estudiando y exponiendo valiosos documentos que luego sirven para que investigadores, novelistas, descubridores y exploradores se cuelguen la medalla. Colomar, en realidad, se jubil¨® hace tres a?os. El 7 junio de 2015 fue el d¨ªa en que dio por concluida su etapa como ?trabajadora del Archivo de Indias.
¡°Todo el Archivo es un tesoro¡±, dice hablando de las joyas que han pasado por sus manos en esta instituci¨®n sevillana que es, de hecho, una meca para los cazatesoros del mundo. El Archivo de Indias, declarado patrimonio mundial por la Unesco en 1987, es la memoria viva de los territorios de ultramar de la Espa?a imperial. Contiene unos 40.000 legajos, robustos paquetes de a?eja documentaci¨®n con aroma a pergamino que almacenan m¨¢s de 80 millones de p¨¢ginas y en torno a 8.500 mapas, planos, dibujos y estampas (¨¢rea de la que ella fue responsable). Aqu¨ª, en un antiguo consulado de comercio de solemnes escaleras de m¨¢rmol y estanter¨ªas de madera de caoba de Cuba, fue donde Carlos III decidi¨® en 1785 que deb¨ªa centralizarse toda la documentaci¨®n oficial relativa a las Am¨¦ricas y las Filipinas.
El trabajo de Colomar sirvi¨® para que la Administraci¨®n espa?ola se quedara con el pecio de la fragata ¡®Mercedes¡¯, reclamado tambi¨¦n por la empresa de EE UU Odyssey
Entre las paredes de este edificio abovedado donde Murillo tuvo, en la parte alta, su atelier se atesoran cartas y expedientes que enviaban los virreyes, documentos remitidos por los obispos, inventarios de lo que transportaban los nav¨ªos que iban y volv¨ªan de las Indias. Y aqu¨ª es donde recalaron en 2007 unas personas en busca de informaci¨®n sobre el hundimiento de la Mercedes, barco cargado con remesas de oro y plata de Per¨² que fue bombardeado por los ingleses en el golfo de C¨¢diz el 5 de octubre de 1804. La peripecia de esta embarcaci¨®n tuvo, dos siglos m¨¢s tarde, gran eco medi¨¢tico al convertirse en objeto de disputa entre el Estado espa?ol y la empresa de cazatesoros estado?unidense Odyssey. Mar¨ªa Antonia Colomar asisti¨® en primera l¨ªnea a todo el proceso y proporcion¨® (junto a sus compa?eras del archivo) alguna de las claves que decantaron la balanza a favor de Espa?a en su litigio ante el Tribunal Federal de Tampa, Florida.
Los cazatesoros de Odyssey llegaron a Sevilla en torno al a?o 2007 con la intenci¨®n de extraer toda la informaci¨®n que el Archivo de Indias pudiera poseer sobre aquel barco hundido 190 kil¨®metros al oeste del estrecho de Gibraltar. Colomar estaba al cargo de los legajos de la Audiencia de Lima, entre los cuales se encontraba el registro de la fragata, un documento clave: ofrece informaci¨®n sobre las mercanc¨ªas que viajaban en los barcos. En la Espa?a del XIX serv¨ªa para controlar las importaciones y recaudar impuestos, fundamentales de cara a alimentar la maquinaria de guerra.
La labor de investigaci¨®n que llev¨® a cabo junto a sus compa?eras Isabel Ceballos y Pilar L¨¢zaro de la Escosura, y en la que participaron otras instituciones como el Museo Naval o el Archivo Hist¨®rico Nacional, sirvi¨® para arrojar luz sobre lo que pas¨® con ese legendario barco cuyo nombre ha quedado indefectiblemente asociado al llamado caso Odyssey.
La fragata enfilaba el golfo de C¨¢diz, capitaneada por el comandante Jos¨¦ Manuel de Goicoa y Labart, cuando recibi¨® el ataque por sorpresa de la Armada brit¨¢nica. Una bomba impact¨® de pleno en el polvor¨ªn de la Mercedes. El capit¨¢n de nav¨ªo Diego de Alvear, que antes de la salida de Montevideo se hab¨ªa cambiado, junto con su hijo Carlos, de nave ¡ªde la Mercedes a la Medea por enfermedad de su capit¨¢n, Tom¨¢s de Ugarte y Lia?o¡ª, observ¨® desde la distancia c¨®mo saltaba por los aires el nav¨ªo en el que viajaban su mujer y ocho hijos. Fueron 51 los supervivientes de aquel naufragio en el que perecieron 249 marineros; un ataque que fue preludio de la batalla de Trafalgar.
La documentaci¨®n del Archivo proporcion¨® a Odyssey parte de las claves para identificar el barco y poder reclamar la propiedad de en torno a 590.000 monedas de oro y plata extra¨ªdas del pecio de la Mercedes en el golfo de C¨¢diz. El Gobierno de Espa?a se embarc¨® en un litigio para reclamar los derechos del hallazgo. Y fue la documentaci¨®n de la Secretar¨ªa de Hacienda del Archivo de Indias la que en parte permiti¨® desmontar los argumentos de los rescatadores norteamericanos. El registro del nav¨ªo y la documentaci¨®n procedente del Museo Naval confirmaron que la Mercedes estaba llevando a cabo una misi¨®n de Estado, por lo que no era leg¨ªtimo que una empresa extranjera sacara nada del pecio: aquello pertenec¨ªa a la Administraci¨®n espa?ola. Adem¨¢s, la identificaci¨®n en el Archivo, a trav¨¦s del registro, de piezas singulares, como unas cucharillas grabadas propiedad de Jos¨¦ Manuel de Goicoa, una cajita de rap¨¦ y un morterito hallados en el pecio, sirvi¨® para ratificar que se trataba, efectivamente, de la Mercedes. Fue Colomar quien se encarg¨® de realizar esta b¨²squeda, solicitada desde Madrid.
Cuenta la historiadora que antes hab¨ªa m¨¢s cazatesoros que ahora. Los tiempos de gente como Robert Marx, un hombre con cientos de pecios descubiertos a sus espaldas, han pasado. La relaci¨®n entre estos buscadores y los archiveros, en el fondo, nunca fue f¨¢cil. Los primeros buscan cosas que los segundos, a veces, conocen. Y el Archivo debe estar abierto a quien lo quiera investigar. Otra cosa es que los profesionales no se alegren cuando se enteran de que un pecio ha sido esquilmado gracias a la informaci¨®n que se ha podido obtener a trav¨¦s de las descripciones de los documentos. ¡°Llev¨¢bamos a?os siendo conscientes de que ese trabajo de los archiveros pod¨ªa facilitar a los cazatesoros la localizaci¨®n de pecios y su rescate¡±. Ahora, explica, si se detectan investigaciones de esta naturaleza, se informa a la Administraci¨®n.
El Archivo es tambi¨¦n polo de atracci¨®n para los escritores de novela hist¨®rica. Por aqu¨ª se ha podido ver a la autora Matilde Asensi. O a Marie-?ve St¨¦nuit, narradora francesa que escribi¨® La veuve du gouverneur (La viuda del gobernador) inspir¨¢ndose en la historia de Isabel Barreto, una mujer que tuvo que ponerse al frente de una expedici¨®n acuciada por todo tipo de males (motines, malaria, fallecimiento de su marido, el capit¨¢n ?lvaro de Menda?a, descubridor de las islas Salom¨®n). Tambi¨¦n acud¨ªa aqu¨ª con frecuencia el explorador Miguel de la Quadra-Salcedo para preparar sus expediciones de la Ruta Quetzal.
Colomar recuerda todas estas historias en su antiguo despacho mientras del exterior llega el ruido de fondo de unos manifestantes que recorren la avenida de la Constituci¨®n de Sevilla. Aunque hace tres a?os que se jubil¨®, aqu¨ª sigue viniendo casi todas las ma?anas. Ayuda a organizar exposiciones, recibe a visitas. Comparte un despacho de techos altos y estanter¨ªas coronadas por legajos con su antigua compa?era Isabel Ceballos, archivera de 63 a?os. ¡°Mar¨ªa Antonia se distingue por su constancia¡±, declara Ceballos, ¡°porque es capaz de dedicarle a su trabajo todo el tiempo del mundo¡±.
En el otro edificio que forma parte del Archivo, el de la Cilla, conectado con el principal, el de la Lonja, por un t¨²nel perimetral que pasa por debajo de la calle de Santo Tom¨¢s y por el que diariamente viaja la documentaci¨®n, se encuentra el que fue el despacho de Colomar hasta que se jubil¨®. Fue subdirectora entre 1978 y 1983, y entre 2000 y 2015. Su amiga y sucesora, Pilar L¨¢zaro de la Escosura, junto a la que trabaj¨® durante 38 a?os, afirma que ambas son muy ¡°germ¨¢nicas¡±, pero que Colomar es, si cabe, ¡°m¨¢s concienzuda¡±. Y concluye: ¡°Es la que m¨¢s sabe del Archivo¡±.
Fue Juan Maluquer, un profesor de arqueolog¨ªa que tuvo en la carrera de Historia, el que le inocul¨® la pasi¨®n por la investigaci¨®n arqueol¨®gica, que ella recondujo hacia los documentos de archivos.
Mar¨ªa Antonia Colomar naci¨® en Mallorca en el seno de una familia humilde. Hizo sus estudios con la beca March, que solo se consegu¨ªa si uno sacaba, de media, sobresaliente. Se fue a Barcelona a estudiar Historia y ah¨ª dio sus primeros pasos profesionales, trabajando en el Archivo de la Corona de Arag¨®n, en pleno barrio G¨®tico. Tras pasar (con otra beca) por el Archivo del Vaticano, aprob¨® la oposici¨®n que le permiti¨® optar por el Archivo de Indias. Recal¨® en la ciudad andaluza en 1969.
Desde el a?o 1995 vive en Gines, una localidad de 13.000 habitantes a las afueras de Sevilla a la que lleg¨® siguiendo los pasos de su gran amiga Magdalena Pons, Maina, la chica con la que compart¨ªa el bocadillo en el instituto, all¨¢ en Mallorca. ¡°Se dedicaba mucho a estudiar; a ella siempre le gust¨® el trabajo bien hecho, cueste lo que cueste¡±, recuerda Maina en casa de su amiga, sentada en el sof¨¢ del sal¨®n. En esta vivienda impoluta y muy ?ordenada reinan los seis gatos que hacen compa?¨ªa a Colomar, y a los que alimenta con biber¨®n.
Maina describe a su amiga como la persona m¨¢s generosa que ha conocido en su vida y a?ade que ¡°la quiere mucho a pesar de que a veces es un poco se?orita Rottenmeier¡±. Mar¨ªa Antonia, por su parte, asume que es una mujer cuadriculada, terca, ¡°aragonesa¡±. Su madre era de Huesca.
Los documentos muestran c¨®mo los conquistadores usaban el mito de El Dorado para convencer a la Corona de la necesidad de que financiara nuevas expediciones
De todos los documentos que han pasado por sus manos, hay uno que le fascina: es el mapa de los mitos, que as¨ª lo llama ella. Refleja una zona de los Andes, las riberas del r¨ªo Mara?¨®n, en Per¨². Lleno de dibujos, donde los ind¨ªgenas aparecen vestidos en las zonas conquistadas y desnudos en las pendientes de conquistar, fue encargado, entre otros, por dos conquistadores, Andr¨¦s Salgado de Araujo y Pedro de Boh¨®rquez, para justificar una segunda expedici¨®n a esas tierras por explorar.
Para convencer a la Corona de la necesidad de regresar a Per¨² (Bir¨², para los ind¨ªgenas), Salgado de Araujo agit¨® el mito de El Dorado. En una documentaci¨®n aneja al plano, empieza por alinearse con los intereses de la Corona y aduce motivos religiosos para el retorno: en las 16 provincias que aparecen en el mapa, dice, hay ¡°14 millones de almas¡± (una exageraci¨®n, dice Colomar) pendientes de evangelizar. A partir de ah¨ª hincha todo lo que puede el cat¨¢logo de potenciales riquezas. Habla de zonas tan abundantes en oro que los ind¨ªgenas lo usan para ¡°ministerios dom¨¦sticos¡± (vasijas, cuencos¡; la vajilla, vamos); menciona el Cerro de Ialpay, que es como los ind¨ªgenas llamaban a El Dorado; dice que en la provincia de Aute las esmeraldas se encuentran ¡°a racimos¡±; que en el Paititi, las perlas, del tama?o de avellanas, se pescan en los r¨ªos¡ El mapa es fiel reflejo del delirio de la fiebre del oro que cund¨ªa entre los conquistadores.
¡°Con estas provincias¡±, escribe Salgado de Araujo, ¡°alinda el r¨ªo de las amazonas¡±, esas mujeres que viv¨ªan solas, que no quer¨ªan hombres y que, una vez al a?o, bajaban a los pueblos para reproducirse. Los mitos de la literatura cl¨¢sica, los de los libros de caballer¨ªa, se enredaban en los relatos de los conquistadores. Como el de las v¨ªrgenes del Sur, sacerdotisas que oficiaban en templos cubiertos de plata y oro. ¡°Los conquistadores colocaban esos mitos sobre zonas de la geograf¨ªa de Am¨¦rica¡±, apunta Colomar. ¡°Este mapa refleja esa geograf¨ªa m¨ªtica. Los mitos y la evangelizaci¨®n fueron motores de la Conquista¡±.
Las licencias para regresar a las Am¨¦ricas son una mina de historias. En el Archivo de Indias se encuentra la que pidi¨® la c¨¦lebre Monja Alf¨¦rez.
Las andanzas de do?a Catalina de Erauso comienzan cuando escapa de un convento a la edad de 15 a?os y, disfrazada de hombre, atraviesa toda Espa?a hasta llegar a Sanl¨²car de Barrameda. All¨ª embarca, como grumete, rumbo a las Am¨¦ricas. Tras servir como soldado en distintas campa?as y acreditar sus dotes para la esgrima, obtiene el grado de alf¨¦rez en la guerra de Chile bajo uno de sus alias masculinos: Alonso D¨ªaz Ram¨ªrez de Guzm¨¢n. Las cr¨®nicas cuentan que solo descubri¨® su aut¨¦ntica identidad cuando le acech¨® el peligro de muerte.
En el Archivo figura la respuesta del Consejo de Indias a su solicitud de permiso para volver a Per¨² a recoger los frutos de lo conquistado. Es en 1626 cuando solicita regresar y disfrutar, como premio a sus ¡°servicios a las guerras de Chile y Per¨²¡±, de un sueldo de 70 pesos mensuales vitalicios. La documentaci¨®n del Archivo de Indias tambi¨¦n muestra que el rey Felipe IV la eximi¨® de los tr¨¢mites que se requer¨ªan para retornar; eso s¨ª, exigi¨¦ndole que lo hiciera ¡°en h¨¢bito de mujer¡±. ¡°Fue una persona excepcional¡±, dice Colomar.
El Archivo de Indias abre la puerta a un universo plagado de relatos y leyendas. Estas han sido solo algunas de las que jalonan el recorrido vital de Mar¨ªa Antonia Colomar. El premio de la Sociedad Geogr¨¢fica Espa?ola, que acept¨® con gran humildad, diciendo que muchas otras personas lo merecieron tanto como ella, ha puesto la guinda a una vida entre legajos, mapas y planos cargados de misterios. Colomar est¨¢ ahora a la espera de su nombramiento como archivera em¨¦rita, una decisi¨®n que depende del Ministerio de Cultura. Ella lo solicit¨® tras abandonar su puesto, en el a?o 2015. Bueno, abandonar es un decir.?
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