Se busca pol¨ªtico; raz¨®n, epidemia
Los abandonos de Dom¨¨nech y S¨¢enz de Santamar¨ªa exponen el desgaste de un oficio desprestigiado
No estaba prevista la ¡°espant¨¢¡± de Xavi Dom¨¨nech y s¨ª parec¨ªa inminente la retirada de Soraya S¨¢enz de Santamar¨ªa, pero uno y otro caso, no digamos el abandono de Mariano de Rajoy, acreditan el feroz desgaste de la pol¨ªtica, la sobreexposici¨®n de sus art¨ªfices y sus protagonistas.
La opini¨®n p¨²blica reniega de ellos a semejanza de una estirpe maldita, as¨ª es que el desprestigio de la profesi¨®n desdibuja el espacio institucional y conlleva el peligro de una crisis de vocaciones. ?Qu¨¦ razones habr¨ªa para dedicarse a la pol¨ªtica?
Las razones para eludirla como oficio o devoci¨®n se amontonan. Y no solo por la precaria remuneraci¨®n de la mayor¨ªa de los cargos p¨²blicos, sino porque la vida del pol¨ªtico queda escrutada desde el primer balbuceo -del primer tuit, de la primera borrachera- y porque la eventualidad de una imputaci¨®n -haya o no condena despu¨¦s- equivale a la muerte civil.
Predominan los pol¨ªticos honestos y las gestiones transparentes, pero la escandalera de los casos de corrupci¨®n y los procesos de descapitalizaci¨®n que emprenden los propios partidos -purgas, ajustes, catarsis...- malogran cualquier expectativa de rehabilitaci¨®n gremial. De hecho, la nueva pol¨ªtica busca caminos de credibilidad y de tolerancia castig¨¢ndose con la devaluaci¨®n de los propios sueldos. Como si el dinero alojara un veneno. Y como si no fuera precisamente la emancipaci¨®n salarial el reflejo de un m¨¦rito y la garant¨ªa contra las tentaciones del sobre, la comisi¨®n, la prosaica recalificaci¨®n de un terreno.
Resulta tentador y hasta supersticioso restringir el problema de la corrupci¨®n espa?ola a la clase pol¨ªtica, incluso conviene establecer una jerarqu¨ªa de la responsabilidad, pero ya escrib¨ªa el economista italiano Slyos Labini que la corrupci¨®n no arraiga en una sociedad sana. Y la nuestra se resiente de la picaresca antropol¨®gica, de los resabios posfranquistas, de la falta de ejemplaridad en que incurren las instituciones, la clase pol¨ªtica y la Administraci¨®n, es verdad, pero tambi¨¦n del comportamiento mim¨¦tico de los ciudadanos en la estrategia de los atajos.
No siendo noruegos ni daneses, los espa?oles nos hacemos los suecos. Exageramos la corrupci¨®n ajena sin reparar en la propia. Y engendramos, vuelta a vuelta, la sociedad mareante de la desconfianza y de la suspicacia, muchas veces mamando del mismo Estado al que hacemos trampas.
La pol¨ªtica no est¨¢ fuera de la sociedad, pero la tentaci¨®n de desprestigiarla y el desgaste que supone desempe?arla implica que muchos profesionales adecuados hayan emprendido otras alternativas menos perseguidas y devaluadas. La precariedad de nuestros l¨ªderes contempor¨¢neos podr¨ªa atribuirse a la singularidad generacional, pero tambi¨¦n cabr¨ªa preguntarse hasta qu¨¦ extremo la pol¨ªtica ahuyenta a las mujeres y los hombres cabales por haberse convertido en un camino excesivo de hero¨ªsmo o de vanidad.
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