Sonrisas ubicuas
En 2001 se describieron m¨¢s de 18 tipos de sonrisas, incluidas las que se esgrimen como m¨¢scara. Para los estudiosos de las emociones humanas, la complejidad de este gesto es su piedra de Rosetta
Las sonrisas, y a¨²n m¨¢s en verano, se prodigan, se exhiben, se cuelgan en los labios como un trofeo. Pero no fue as¨ª siempre ni en todas partes. Recuerdo que, a finales de los noventa, antes de viajar por primera vez a Rusia como estudiante de lenguas eslavas, me advirtieron: ¡°No sonr¨ªas a los desconocidos, all¨ª no es un signo de cortes¨ªa¡±. Y, sin embargo, hay pocas novelas tan pobladas de sonrisas como Anna Kar¨¦nina. Ya sea en forma de nombre o de verbo, ese gesto universal aparece 613 veces en la obra de Tolst¨®i. Es la ventana al alma de los personajes. Ninguno se salva de sonre¨ªr, cada uno a su manera, por un motivo u otro. Como durante el primer contacto visual entre Vronski y Anna en la estaci¨®n de tren. A ¨¦l le da tiempo a apreciar la animaci¨®n que irradia la sonrisa que curva los ¡°labios de grana¡± de la desconocida.
Para los estudiosos de las emociones humanas, la complejidad de la sonrisa ha sido, y es, su piedra de Rosetta, aunque est¨¦ disfrazada de sencillez. Melville escribi¨® que es el veh¨ªculo predilecto de la ambig¨¹edad. Se ha constatado, aun as¨ª, que hay una sonrisa genuina, identificada en 1862 por un m¨¦dico franc¨¦s.
La sonrisa de Duchenne, que recibi¨® el nombre de su descubridor, transmite emociones espont¨¢neas, como la diversi¨®n, el alivio o el placer, y nos desarma en d¨¦cimas de segundo. En ella participan los labios, pero tambi¨¦n se contrae el m¨²sculo que rodea los ojos, m¨¢s esquivo a nuestro control. ¡°La inercia al sonre¨ªr desenmascara al falso amigo¡±, conclu¨ªa el m¨¦dico.
La globalizaci¨®n y las redes sociales han colonizado con esas muecas afables el mundo f¨ªsico y virtual
En culturas con pautas marcadas de comportamiento, como las eslavas o las orientales, el foco para interpretar una sonrisa se encuentra precisamente en los ojos. All¨ª de nada sirve prender en la boca una sonrisa a lo gran Gatsby, una de esas capaces de ¡°tranquilizarnos para toda la eternidad¡±. El fingimiento prefiere los labios, as¨ª que elevar sus comisuras puede ser tambi¨¦n un signo de verg¨¹enza, sarcasmo o fr¨ªa expresi¨®n de estatus. En 2001 se describieron m¨¢s de 18 tipos de sonrisas, incluidas las que se esgrimen como m¨¢scara. Maquiavelo, en su tratado de teor¨ªa pol¨ªtica, no aludi¨® a la sonrisa, pero en el retrato que Santi di Tito pint¨® de ¨¦l, con el que lo identificamos, est¨¢ representado con una m¨¢s misteriosa y perturbadora, si cabe, que la de su compatriota la Gioconda.
La globalizaci¨®n y las redes sociales han colonizado con esas muecas afables el mundo f¨ªsico y virtual. Ahora incluso Putin sonr¨ªe para seducir e inspirar confianza, algo que habr¨ªa sido impensable en sus predecesores. Ya han pasado casi tres d¨¦cadas desde que McDonalds aterriz¨® en Mosc¨², introdujo la comida r¨¢pida y las sonrisas como herramienta comercial, aquellas que David Foster Wallace bautiz¨® como sonrisas profesionales ¡°que se activan como interruptores a nuestro paso¡±.
En Muerte de un viajante, su protagonista, Willy Loman, da la clave para ser un buen vendedor: ¡°No es lo que uno hace, sino a qui¨¦nes conoce y qu¨¦ sonrisa hay en tu cara¡±. Estaba convencido de que en Estados Unidos uno pod¨ªa hacerse rico por el mero hecho de agradar a los dem¨¢s. Al autor de la obra, Arthur Miller, le preguntaron qu¨¦ vend¨ªa exactamente Loman, y este respondi¨® que a s¨ª mismo. Basta con asomarse a Instagram para topar con un ej¨¦rcito de Lomans. El inventario de sonrisas congeladas en cualquier muro es inagotable.
Cuando alguien nos apunta con una c¨¢mara, sonre¨ªmos. Es un acto reflejo que ha traspasado las fronteras
Cuando alguien nos apunta con una c¨¢mara, sonre¨ªmos. Es un acto reflejo que ha traspasado todas las fronteras. Aunque la riqueza humana se halla en todo el espectro de sentimientos, hoy se ha impuesto la exposici¨®n de uno solo, la alegr¨ªa. Y si puede ser permanente, mejor. No importa d¨®nde nos encontremos. Hace poco, en el museo en memoria de las v¨ªctimas del Holocausto de Jerusal¨¦n, vi a una pareja que, antes de entrar en el edificio, ense?aban la dentadura ante su tel¨¦fono m¨®vil, bien elevado para que la localizaci¨®n saliera en el encuadre. Dependemos m¨¢s que nunca de la fotograf¨ªa, no tanto para enriquecer nuestras experiencias como para certificarlas, no para capturar un momento, sino para construirlo. Hecha la autofoto, la sonrisa a menudo se esfuma.
Al cabo de pocos d¨ªas, en Bel¨¦n, repar¨¦ en una familia que posaba risue?a delante de los grafitis del muro de casi 10 metros de altura que separa Palestina de Israel. Preferimos que nuestros recuerdos sean positivos, alegres, y al final le hemos dado la raz¨®n a Tolst¨®i, que dec¨ªa que ¡°todas las familias felices se parecen¡±, construyendo estereotipos de momentos dichosos que se asemejan todos entre s¨ª.
Hubo un tiempo en el que nadie sonre¨ªa en los retratos. En la historia del arte encontraremos pocas sonrisas y normalmente aparecen en retratos de ni?os, ancianos, campesinos, bufones, marginados o ebrios. Cuando irrumpi¨® la fotograf¨ªa, las expresiones no eran menos sobrias.
Daba la impresi¨®n de que, en lugar de con una c¨¢mara, a los retratados se les apuntara con un fusil.
El material sensible necesitaba largos tiempos de exposici¨®n. Los modelos aguantaban inm¨®viles durante minutos, pues, si sonre¨ªan, corr¨ªan el riesgo de pasar a la posteridad con la boca borrosa. Adem¨¢s, un recuerdo imperecedero como un retrato requer¨ªa de una expresi¨®n grave y concentrada, una aceptaci¨®n serena de la mortalidad. La salud bucal de la ¨¦poca tampoco animaba a desvelar esas interioridades. Por muy cuidada que fuera la puesta en escena, la dentadura desenmascaraba el implacable paso del tiempo.
Y as¨ª fue hasta que, con los avances de la t¨¦cnica, George Eastman, un genio del marketing, lanz¨® al mercado, en 1888, la primera c¨¢mara con el fin de crear un mercado amateur, la Kodak 1, tan sencilla que, seg¨²n la publicidad, incluso una mujer ¡ªqu¨¦ tiempos aquellos¡ª pod¨ªa utilizarla.
No era preciso tener conocimientos t¨¦cnicos, el usuario solo ten¨ªa que concentrarse en pulsar un bot¨®n. El resto corr¨ªa a cargo de la compa?¨ªa, que te devolv¨ªa la c¨¢mara recargada para hacer cien nuevos disparos y las fotograf¨ªas reveladas.
Se cumpl¨ªa as¨ª el perpetuo anhelo de abundancia sin esfuerzo. Y con inteligentes campa?as publicitarias, d¨¦cada tras d¨¦cada, con apoyo de la iconograf¨ªa cinematogr¨¢fica de la ¨¦poca y la emergente est¨¦tica dental, Kodak construy¨® un mercado de masas para el que no solo vend¨ªa c¨¢maras y carretes, sino tambi¨¦n la apariencia prescrita de los recuerdos, de aquello que era digno de incluirse en los ¨¢lbumes familiares. Asoci¨® el uso de la c¨¢mara con los momentos felices, nos ense?¨® a borrar los fracasos y el dolor, a editar el pasado para poder volver a ¨¦l ¡ªo a una versi¨®n¡ª con la ret¨®rica dulcificante de la nostalgia.
Marta Reb¨®n es traductora y escritora.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.