?Tienen los Estados algo que decir sobre alimentaci¨®n?
El excesivo gasto sanitario derivado del sobrepeso, la obesidad y otras enfermedades relacionadas empuja a muchos Gobiernos a intervenir. Organizaciones como la FAO o la OMS insisten en que no bastan las medidas puntuales, hay que transformar todo el sistema alimentario
Siete de cada diez ni?os mexicanos desayunan con refrescos. Y tres de cada 10 pesan m¨¢s de lo saludable. En el caso de los adultos, la cifra de afectados sube hasta casi siete de cada 10. Da igual la hora del d¨ªa: en M¨¦xico las bebidas azucaradas est¨¢n por todas partes, y cada vez hay un mayor consenso en que son uno de los principales culpables del problema de salud p¨²blica que afronta el pa¨ªs norteamericano en forma de sobrepeso y obesidad. Tanto que, ante la presi¨®n de parte de la sociedad, en 2014 el Estado se decidi¨® a tomar cartas en el asunto.
En M¨¦xico, los az¨²cares a?adidos ¨Cque la evidencia cient¨ªfica relaciona con el aumento de peso, la diabetes y otras enfermedades cr¨®nicas¨C suponen una octava parte de las calor¨ªas que ingieren sus ciudadanos, bastante por encima de las recomendaciones de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud. El 70% de esos az¨²cares vienen de refrescos y otras bebidas, por lo que los poderes p¨²blicos decidieron actuar para limitar su consumo y tasar con un peso mexicano (unos cinco c¨¦ntimos de euro) cada litro de bebidas no alcoh¨®licas que tuvieran az¨²cares a?adidos. Lo llamaron el impuesto saludable.
Aun con un tributo peque?o, las ventas de las bebidas gravadas se redujeron un 5,5% en 2014 y un 9,7% en 2015 (aunque la bajada fue mucho menor entre los refrescos carbonatados), mientras que las de aquellas sin impuesto crecieron un 2,1%. Estos datos contradicen la tesis de gran parte de la industria, que niega que estos impuestos alteren los patrones de consumo y aduce que solo perjudican a los m¨¢s pobres.
En otros lugares donde se ha probado con grav¨¢menes m¨¢s altos, como la ciudad californiana de Berkeley (unos 30 c¨¦ntimos de euro por litro), la reducci¨®n es m¨¢s dr¨¢stica. All¨ª, el consumo de refrescos cay¨® un 21% y el de agua aument¨® un 63%. En Espa?a, tras varias propuestas, se ha frenado la implantaci¨®n de esta tasa, que solo han sacado adelante algunas Comunidades Aut¨®nomas como Catalu?a.
¡°Las tasas pueden ser ¨²tiles, pero las estrategias utilizadas hasta ahora no han tenido demasiado ¨¦xito¡±, previene Alfredo Mart¨ªnez, presidente de la Uni¨®n Internacional de Ciencias para la Nutrici¨®n. ¡°Conocemos bien los efectos de otras tasas, como la del tabaco o la del alcohol: frenan el consumo al principio pero no especialmente despu¨¦s¡±, afirma.
Pero aprobar impuestos para encarecer aquellos alimentos menos saludables ¨Calgo que en el caso de las bebidas azucaradas, la OMS recomienda desde 2016¨C es solo una de las armas que los Estados tienen para influir en la alimentaci¨®n de sus ciudadanos.
Los costes de la obesidad
En 2010, la entonces primera dama estadounidense, Michelle Obama, lanz¨® una campa?a (Let¡¯s move: mov¨¢monos) en la que promov¨ªa el consumo de alimentos frescos y saludables, el ejercicio f¨ªsico ¨Csobre todo entre los ni?os y j¨®venes¨C y cambios en las dietas escolares. En un pa¨ªs ¨Ccon un 36,2% de adultos y casi un 20% de j¨®venes obesos¨C reacio a la acci¨®n de los poderes p¨²blicos en la esfera privada, la iniciativa de Obama fue muy criticada por considerarse una intrusi¨®n inadmisible en la libertad individual.
¡°Pero no vale decir ¡®es lo que la gente demanda¡¯ cuando no se garantiza una libertad real¡±. sostiene Anna Taylor, de la ONG brit¨¢nica Food Foundation. ¡°Eso es solo una excusa para la inacci¨®n de Gobiernos y empresas¡±, a?ade. El director general de la FAO (agencia de la ONU para la alimentaci¨®n y la agricultura), Jos¨¦ Graziano da Silva, defiende que debe haber una ¡°intervenci¨®n p¨²blica en el sistema de distribuci¨®n de alimentos¡±. Para empezar, porque los Estados son quienes despu¨¦s afrontan gran parte de los costes ¨Cdirectos, pero tambi¨¦n indirectos¨C de la epidemia mundial de obesidad.
Hace ya 10 a?os, antes de que Obama llegara a la Casa Blanca, se calculaba que casi uno de cada 10 d¨®lares del gasto sanitario estadounidense era achacable a combatir las consecuencias del sobrepeso y la obesidad. Pese a las grandes discrepancias en las estimaciones, su coste sanitario directo en EE UU se acerca a los 150.000 millones de d¨®lares anuales. Seg¨²n la OCDE, M¨¦xico tendr¨ªa que dedicar la mitad de su presupuesto sanitario solo a mitigar los efectos de este problema. Y Bolivia, Colombia o Per¨² necesitar¨ªan reservar una cuarta parte de sus fondos para salud ¨²nicamente para tratar la obesidad y sus tres principales complicaciones cl¨ªnicas (diabetes, hipertensi¨®n e hipercolesterolemia).
La excepci¨®n japonesa
Jap¨®n es la gran excepci¨®n a la tendencia del aumento de la obesidad con el desarrollo. Su tasa de obesidad (4,3% entre adultos) queda muy lejos del 23,8% de Espa?a o el 36,2% de Estados Unidos. La tradici¨®n del washoku (un conjunto de t¨¦cnicas, conocimientos y tradiciones alimentarias declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial por la Unesco) es una de las claves.
La dieta japonesa se distingue por basarse en productos bajos en grasas, ingredientes frescos y de temporada, mucho pescado y poca carne. Pero la tradici¨®n tambi¨¦n pasa por mezclar un alimento b¨¢sico (principalmente arroz) con distintos acompa?amientos, lo que sirve para armonizar los sabores dentro de la boca y mejorar la palatabilidad de las comidas sin necesidad de recurrir a altos niveles de az¨²car o sal.
Adem¨¢s, esa combinaci¨®n de sabores, junto a la costumbre de comer a peque?os bocados (por el uso de los palillos) parece contribuir a saciar antes el apetito.
A esta tradici¨®n se suman medidas gubernamentales como la Ley Shuku Iku, que regula los men¨²s saludables en las escuelas (donde las m¨¢quinas de vending est¨¢n prohibidas) y promociona una cultura social alrededor de la comida.
Pero el coste econ¨®mico no se limita al gasto sanitario. Hace cuatro a?os que el Tribunal de Justicia de la Uni¨®n Europea reconoci¨® que la obesidad pod¨ªa constituir una discapacidad, con la consiguiente carga para el Estado en concepto de pensiones y compensaciones.
Tener kilos de m¨¢s tambi¨¦n afecta al rendimiento laboral: en Chile se demostr¨® que el absentismo laboral es mayor a medida que aumenta el ?ndice de Masa Corporal: un 25% y un 75% mayor que la media en los obesos severos y m¨®rbidos. En China se ha llegado a estimar un coste del absentismo de 44.800 millones de d¨®lares (364 por persona obesa). La consultora Gallup cifr¨® en 153.000 millones de d¨®lares al a?o el coste en productividad para las empresas estadounidenses. Seg¨²n Bank of America-Merrill Lynch, la cantidad ser¨ªa de 160.000 millones para las compa?¨ªas europeas.
La epidemia de sobrepeso tambi¨¦n aumenta la emisi¨®n de gases de efecto invernadero, y lo hace por tres v¨ªas. Para empezar, transportar personas m¨¢s pesadas (la aerol¨ªnea australiana Qantas estim¨® que el peso de sus pasajeros hab¨ªa aumentado dos kilos de media desde 2000) exige usar m¨¢s combustible. En segundo lugar, la mayor ingesta cal¨®rica obliga a una mayor producci¨®n de alimentos, y por tanto a m¨¢s emisiones. Por ¨²ltimo, los residuos org¨¢nicos de una poblaci¨®n con m¨¢s peso liberan m¨¢s metano.
Cada vez m¨¢s Gobiernos se apoyan en todos estos costes econ¨®micos ¡ªa los que hay que a?adir los sociales y el deber gubernamental de velar por la salud de los ciudadanos¡ª para intervenir en el sistema alimentario. Muchos pa¨ªses empiezan a regular temas como el etiquetado, la publicidad o los niveles de az¨²cares, sales o grasas. Pero hay m¨¢s formas de tomar cartas en el asunto.
La r¨¢pida urbanizaci¨®n de las sociedades de muchos pa¨ªses en desarrollo est¨¢ detr¨¢s de los cambios en los estilos de vida y tambi¨¦n, en gran medida, de la transformaci¨®n de los sistemas alimentarios. Lo que invita a pensar que las mayores tasas de sobrepeso y obesidad se encuentran en las ciudades, como as¨ª ocurre en la inmensa mayor¨ªa de los casos.
Alimentos frescos escasos y caros: un problema urbano
El Pacto de Mil¨¢n re¨²ne a ayuntamientos de todo el mundo en la lucha por lograr una alimentaci¨®n saludable para todos sus ciudadanos.
¡°Estamos instalando huertos verticales, mercados de productos frescos en las estaciones de metro, e incluso ambulancias reconvertidas que van a vender a los ¡®desiertos alimentarios¡±, seg¨²n Joe Mihvec, concejal de Toronto (Canad¨¢). Esos ¡°desiertos¡± son los barrios, especialmente en ¨¢reas pobres, donde la disponibilidad de frutas, verduras y otros frescos es baja y sus habitantes tienen pocas opciones de conformar una dieta saludable. ¡°Antes pens¨¢bamos que eso de cultivar eran cosas de las zonas rurales, que las ciudades no hac¨ªamos eso: pero ha habido un cambio¡±, a?ade Mihvec.
Conectar m¨¢s directamente a ciudadanos y productores es una de las prioridades de la mayor¨ªa de las urbes firmantes del pacto. ¡°Si no cultivamos cerca de la ciudad, la comida fresca ser¨¢ cara¡±, advierte Amos Malupenga, secretario del Ministerio de Gobierno Local de Zambia, uno de los pa¨ªses africanos donde la urbanizaci¨®n avanza m¨¢s r¨¢pido.
En Colombo, la capital de Sri Lanka, las autoridades municipales calcularon que cuando se realizan compras directas a productores periurbanos, el margen a?adido al precio final sobre lo que cobra el agricultor es del 30%. Con el actual sistema de intermediarios, en cambio, la media es del 300%. Y en ocasiones llega al 800%.
Organizaciones como la FAO o la OMS insisten en que no bastan las medidas puntuales sobre la demanda o la intervenci¨®n sobre la oferta, sino que hay que buscar una transformaci¨®n de todo el sistema alimentario en su conjunto: desde el campo a la mesa, pasando por reducir las p¨¦rdidas de alimentos frescos, fomentar h¨¢bitos de vida m¨¢s saludables o educar en nutrici¨®n. El economista Lawrence Haddad, director ejecutivo de GAIN (Alianza Global para una mejor nutrici¨®n) defend¨ªa en una conferencia en septiembre que los Gobiernos deben dar lugar a un entorno que anime al sector privado a hacer m¨¢s.
¡°Si los Gobiernos no promueven pol¨ªticas para que las empresas encuentren m¨¢s f¨¢cil hacer lo correcto y m¨¢s dif¨ªcil hacer lo incorrecto, hay que pedirles cuentas¡±, dec¨ªa Haddad. ¡°Hacen muchas cosas, deliberadamente o sin querer, que pueden facilitar o entorpecer que las empresas den pasos adecuados¡±, a?ad¨ªa.
¡°Todas las administraciones compran mucha comida: ?por qu¨¦ no optan por productos frescos de la zona, en vez de hacer una licitaci¨®n global buscando ¨²nicamente sacar el menor precio posible?¡±, se pregunta Da Silva, el jefe de la FAO. En muchos lugares, la comida servida por los Gobiernos en hospitales, centros penitenciarios o escuelas se aleja demasiado de las recomendaciones de los nutricionistas o incluso de los expertos de los propios Ejecutivos.
Comedores escolares
Precisamente, los programas de alimentaci¨®n escolar se est¨¢n convirtiendo en la primera l¨ªnea la lucha contra la obesidad en numerosos pa¨ªses, en especial en Am¨¦rica Latina. Sirviendo men¨²s saludables se garantiza a los ni?os con menos recursos una nutrici¨®n adecuada, alej¨¢ndolos tanto de la subalimentaci¨®n como de la sobrealimentaci¨®n.
La mayor¨ªa de estos colegios instalan tambi¨¦n huertos donde los menores trabajan y conocen la comida desde su origen, lo que muchas veces se complementa con formaci¨®n nutricional. ¡°Hace falta m¨¢s educaci¨®n alimentaria, sobre todo con los ni?os¡±, defiende el italiano Carlo Petrini, fundador del movimiento Slow Food. Los Gobiernos no la proporcionan, dicen que no tienen dinero. Y enfrente hay multinacionales que gastan cifras inveros¨ªmiles en publicidad¡±.
Pero una dieta m¨¢s equilibrada es solo una parte de la soluci¨®n: la otra pasa por moverse m¨¢s: justo lo contrario de lo que propone este mundo cada vez m¨¢s urbano, digital y sedentario.
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