La catarsis de #MeToo
El testimonio de Christine Blasey Ford ha sido una especie de culminaci¨®n de la sacudida que ha afectado a las estructuras de g¨¦nero en Estados Unidos en el ¨²ltimo a?o
¡°Ya hemos visto esta pel¨ªcula y no termina bien para ella¡±. El veredicto cinematogr¨¢fico es de la autora estadounidense Dahlia Lithwick, especializada en la Corte Suprema; el film, el testimonio de la doctora Christine Blasey Ford en el comit¨¦ judicial del Senado contra el juez Brett Kavanaugh, candidato de Donald Trump para ocupar un puesto vitalicio en este poderoso tribunal.
Este jueves, en el estreno, Ford reiter¨® bajo juramento y ¡°con 100% de seguridad¡± su acusaci¨®n: que Kavanaugh la asalt¨® sexualmente durante una fiesta en 1982, cuando ambos eran adolescentes. Durante su respuesta, Kavanaugh neg¨® con virulencia las acusaciones, interrumpiendo a los senadores que lo interrogaban. Su reacci¨®n era la de un hombre (?el Hombre?) bajo asedio: furioso, petulante, lleno de rabia.
En bares, hospitales, oficinas y hasta en Wall Street, buena parte de Estados Unidos se detuvo para escuchar. Una imagen de un vuelo entre San Francisco y Nueva York mostraba a los pasajeros siguiendo la audiencia en las pantallas de sus asientos. Una pareja fotografiada en el metro de Nueva York sosten¨ªa en vilo un tel¨¦fono, con los rostros en tensi¨®n. Ella le agarra del brazo a ¨¦l como si estuviera esperando el desenlace de una escena en una pel¨ªcula (otra distinta) de terror. C-SPAN, el plomizo canal que retransmite las sesiones del Congreso, se inund¨® de llamadas durante los descansos: eran televidentes, en su mayor¨ªa mujeres, compartiendo sus historias de asalto y abuso sexual.
Estas postales dan cuenta de que el testimonio de Ford se ha convertido en una especie de culminaci¨®n cat¨¢rtica para un pa¨ªs en el que, desde hace casi un a?o, las estructuras de g¨¦nero se han visto sacudidas por el movimiento #MeToo.
El proceso tambi¨¦n ha teletransportado a la psique estadounidense a un episodio similar: la nominaci¨®n en 1991, tambi¨¦n a la Corte Suprema, del juez conservador Clarence Thomas, acusado de acoso sexual por su exempleada Anita Hill. En aquella ocasi¨®n, otra mujer (negra) detall¨® ante un grupo de senadores (blancos) los incidentes que repetidamente hab¨ªa sufrido por parte de un juez ¡°honorable¡± que estaba a punto de acceder a una de las posiciones con m¨¢s poder del sistema, en una audiencia tan medi¨¢tica como la de Ford. El tono acusador del interrogatorio al que fue sometida la presunta v¨ªctima demostr¨® que la credibilidad es un capital que no est¨¢ distribuido por igual entre hombres y mujeres.
En los 27 a?os que han pasado entre ambos episodios, han cambiado muchas cosas.
En 1991, el exvicepresidente Joe Biden capitane¨® al pelot¨®n inquisitivo que maltrat¨® y ningune¨® a Hill en el Senado. Hoy se pasea por estudios de televisi¨®n ofreciendo unas?pseudodisculpas que nunca le ha dirigido a ella personalmente. En 1991, Bill Cosby bromeaba durante una entrevista televisiva sobre la Spanish fly, una droga para privar de su voluntad a las mujeres. Hoy el llamado padre de Am¨¦rica duerme en una c¨¢rcel en Pensilvania tras haber sido condenado a una pena de entre tres y diez a?os de c¨¢rcel por drogar y abusar de una mujer, tras una sentencia en la que el juez calific¨® al comediante de "depredador sexual violento¡±.
Otras siguen m¨¢s o menos igual:
En 1991, el comit¨¦ judicial del Senado estaba exclusivamente compuesto por varones blancos. Hoy, todos los miembros republicanos siguen siendo hombres, de hecho, dos de ellos siguen all¨ª desde los tiempos de Hill. Uno es Orrin Hatch, que sugiri¨® entonces que Hill pudo haber sacado de la novela El exorcista?una de sus historias sobre un comentario sexual que le hizo Thomas. Este jueves Hatch llam¨® a Ford "una testigo atractiva".
Thomas sigue hoy en la Corte Suprema, atalaya desde la que tiene voz y voto en buena parte de las normas que rigen EE UU, mientras que Hill se retir¨® a una vida de relativo ostracismo marcado por las amenazas. La pel¨ªcula acab¨® mal para ella, sostiene Lithwick. ¡°?Por qu¨¦ sufrir la aniquilaci¨®n si no va a importar?¡±, se pregunt¨® Ford antes de tomar la decisi¨®n de testificar contra Kavanaugh. Present¨ªa tal vez que alzar su voz, como le sucedi¨® a Hill, ser¨ªa un acto de inmolaci¨®n que no cambiar¨ªa el desenlace de la nominaci¨®n.
Sin embargo, ahora sabemos que Anita Hill marc¨® un antes y un despu¨¦s en el entendimiento del acoso laboral y las relaciones de g¨¦nero en EE UU. En 1992, un n¨²mero r¨¦cord de candidatas se present¨® a las elecciones legislativas, duplicando su presencia en el Congreso. Muchas contaron que la rabia que sintieron al presenciar la audiencia de Anita Hill las hab¨ªa inspirado a postularse.
La avalancha de testimonios que trajo #MeToo confirm¨® nuestros instintos m¨¢s sombr¨ªos sobre la misoginia y el acoso: su ubicuidad, su presencia inmutable, la ferocidad de sus mecanismos de autodefensa. Como el testimonio de Hill, tambi¨¦n nos dej¨® una ense?anza sobre las historias: su capacidad transformadora, su poder inspirador, su fuerza subversiva. Acabe como acabe esta pel¨ªcula, la elecci¨®n de Ford de comparecer en el Senado, su negativa a permanecer en silencio, s¨ª importa. Especialmente porque nunca sabemos qui¨¦n est¨¢ escuchando. Y el 6 de noviembre hay elecciones.
Mar¨ªa S¨¢nchez D¨ªaz es periodista de ProPublica en Nueva York y profesora en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY).
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