El tiempo, la amistad y los chipirones
Hace 30 a?os conoc¨ª a mi amigo Eduardo Mendicutti. Hace poco volvi¨® a Madrid y organic¨¦ una cena para ¨¦l. Desde entonces, me siento mejor
HACE TREINTA A?OS, una huelga de Iberia me regal¨® el mejor amigo que he hecho en la literatura. Y en la vida.
Tienes que ir¡ Antonio L¨®pez Lamadrid, el mejor editor que, a su vez, habr¨ªa podido so?ar, me llam¨® para anunciarme que no podr¨ªa venir a Madrid. Hay huelga en el puente a¨¦reo, pero debes ir a apoyar a la editorial y a conocer a Mendicutti, un escritor extraordinario que te va a caer muy bien. La presentaci¨®n de Tiempos mejores era en Chicote, mi primera novela no llevaba ni dos meses publicada y, como de costumbre, Toni acert¨®. Aquella noche conoc¨ª a Eduardo, pero lo mejor fue que Miguel Garc¨ªa S¨¢nchez, distribuidor de Tusquets en funciones de editor por culpa de Iberia, me invit¨® a cenar con ¨¦l, y me lo pas¨¦ tan bien que, al despedirnos, le di las gracias. A m¨ª, ahora, me llegan muchas invitaciones, ?sabes?, le dije, pero no voy nunca a ning¨²n sitio, porque como no conozco a nadie¡ ?Ah!, los ojos de Eduardo se iluminaron, a m¨ª me pasa lo mismo, que no conozco a casi nadie, as¨ª que, si quieres, podemos ir juntos. No podr¨ªa haber tenido una idea m¨¢s brillante que aquella que me convirti¨® en su pareja de hecho en todos los saraos literarios del Madrid de los noventa, un escenario donde protagonizamos muchas noches memorables, con y sin criados filipinos.
Hace 15 a?os, hice chipirones en su tinta para Eduardo, porque sab¨ªa que eran su plato favorito.
En aquella ¨¦poca, ya no sol¨ªamos ir a muchas presentaciones, ni juntos, ni por separado. Los dos nos hab¨ªamos cansado al mismo ritmo de la egomaniaca purpurina de la sociedad literaria, y yo, adem¨¢s, ten¨ªa una hija peque?a, pero, a cambio, organizaba muchas cenas y fiestas en mi casa. ?l, que siempre ha encabezado la lista de los invitados imprescindibles, sonri¨® al ver la fuente repleta de bultos impregnados en salsa negra y coment¨® que las ¨²nicas personas que le hac¨ªan chipirones ¨¦ramos su madre y yo. Y sigui¨® pasando el tiempo, las fiestas, las cenas, los libros, la vida compartida, las presentaciones que ya no eran de otros, sino nuestras, porque he presentado muchas novelas de ese extraordinario escritor que es Eduardo Mendicutti, porque Eduardo ha sido el inmejorable presentador de muchas novelas m¨ªas y, sobre todo, porque los dos nos lo hemos seguido pasando igual de bien que la primera noche.
Hace unos cinco a?os, en otra cena, en la misma mesa, ante una fuente parecida, dijo algo que me impresion¨®.
Ahora, ya, la ¨²nica que me hace chipirones eres t¨², porque mi madre est¨¢ muy mayor, pobrecita¡ Aquella frase reson¨® en el comedor de mi casa como un mandato moral, y en aquel momento todos los dem¨¢s amigos comprendieron que estaban abocados a los chipirones, entre otras cosas, cada vez que les invitara a mi casa a cenar. El plato favorito de Eduardo se convirti¨® en una segunda versi¨®n de las croquetas o las tortillas de patatas que hago siempre para que mi marido, en guerra perpetua con los exotismos gastron¨®micos, pueda cenar algo cuando tenemos invitados. Como siempre me apetece cocinar otras cosas para los dem¨¢s, los caprichos de los dos hombres de mi vida me complican mucho el men¨², pero no me importa. Los chipirones en su tinta han jalonado la ¨²ltima etapa de mi larga amistad con Eduardo Mendicutti, pero en los ¨²ltimos tiempos han cobrado una importancia capital para mi equilibrio sentimental.
Porque el verano pasado, Eduardo cerr¨® su casa de Madrid y se instal¨® en Sanl¨²car de Barrameda.
Intent¨¦ disuadirle con tan poco ¨¦xito como el que suelen cosechar mis consejos sobre su vida amorosa, hasta que me di cuenta de que no me impulsaba su inter¨¦s, sino el m¨ªo. Perder a mi amigo m¨¢s antiguo me daba p¨¢nico, aunque supiera que le ver¨ªa en Madrid cada dos por tres, que en verano apenas nos separar¨ªan unos pocos kil¨®metros, que tenerle all¨ª me animar¨ªa a ir a C¨¢diz con m¨¢s frecuencia en invierno. Comprend¨ª que el paso del tiempo me daba m¨¢s v¨¦rtigo que la distancia, pero el conocimiento no mejor¨® mi estado de ¨¢nimo. Regresar a Madrid sin ¨¦l me produjo una tristeza mayor de la que yo misma habr¨ªa podido calcular.
Pero antes de que empezara octubre, Eduardo volvi¨® a Madrid, organic¨¦ una cena para ¨¦l, volv¨ª a cocinar chipirones en su tinta. Desde entonces, me siento ?mucho mejor.
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