La clase dirigente
La democracia actual padece una corrosiva defecci¨®n de ¨¦lites. Y la sufre por su derecha
Las democracias tienen alg¨²n que otro severo problema. Uno no menor es la recluta de gobernantes. Es evidente que no se hace la misma en los partidos conservadores que en las izquierdas. Son distintos los canales, los ritos y las pruebas. En los primeros los intereses de clase son evidentes. De siempre se han destacado familias o individuos cuyo encargo ha sido representar y gestionar, dentro de un discurso com¨²n y exportable, los valores y las decisiones de quienes forman la ¨¦lite social del pa¨ªs. Servir es honorable y las familias lo aceptan. En la pol¨ªtica de la democracia tambi¨¦n hay sagas. La formaci¨®n de ¨¦lites en el caso conservador se hace por consenso y delegaci¨®n, de entre personas y familias de confianza. En la otra esfera social, la masa informe de las clases medias, por probado activismo. Los unos han de ser de confianza, los otros tienen que concitar voluntades.
Pues bien, ya no funciona. La democracia actual padece una corrosiva defecci¨®n de ¨¦lites. Y la sufre por su derecha. Las clases altas huyen de la pol¨ªtica como de la peste. La vigilan, pero desde luego no les gusta. Es una tarea sobreexpuesta, bajo el escrutinio p¨²blico constante, sujeta a la cr¨ªtica de cualquiera,?y, sobre todo, mal pagada. Nadie quiere eso para sus hijos. Ni siquiera para sus hijas. No es de buen gusto. Los herederos y continuadores se sienten mucho mejor amparados fuera de los focos y en puestos discretos, proporcionados por las propias redes familiares, en los que los beneficios pueden hacer crecer el prestigio y el patrimonio sin tonter¨ªas ni sobresaltos. Con elegancia y tacto. Y sin tener que tratar con ga?anes.
Las ¨¦lites huyen de la pol¨ªtica como de la peste; es una tarea bajo el escrutinio p¨²blico constante y mal pagada
Sin embargo, la pol¨ªtica sigue existiendo y alguien la ocupar¨¢. Digamos que abandonarla del todo no es sensato. Esto vino a ocurrir durante los fascismos y el resultado fue brutal. Conviene vigilarla, pero sin demasiada familiaridad. Los partidos, tambi¨¦n los conservadores, necesitan una ingente cantidad de membrec¨ªa que de alguna parte ha de salir. Y eso es lo malo, el de d¨®nde sale. Ese es el territorio que se deja, no sin cierto temor, a un tipo novedoso de gentes.
En una democracia el principio de m¨¦rito no puede ser p¨²blicamente escarnecido. El Homo novus tiene que venir avalado por sus val¨ªas. La universidad resulta el ascensor social por excelencia, y los t¨ªtulos, la prueba del esfuerzo y desempe?o. Hay simplemente que buscar en las filas de la ambici¨®n. Esta estrategia a veces resulta. Thatcher, sin ir m¨¢s lejos. Cooptaci¨®n de la decidida inteligencia que, ya lo escrib¨ªa el gran conservador ilustrado M?sser, siempre viene de abajo. Pero ¨²ltimamente este mecanismo renquea. Es como si para nada sirvieran los filtros. En cualquier saga puede aparecer un miembro d¨ªscolo que tire por tierra la discreci¨®n acumulada. Pero en el nuevo modelo de cooptaci¨®n parece que no hay manera de fiarse de nadie. Quienes vienen a cumplir y llenar las filas son para echarles de comer aparte. Parecen gentes del trepar que inventan como p¨ªcaros papeles curriculares, que tienen conexiones peligrosas, modales, como poco, preocupantes y que, para m¨¢s susto, se muestran d¨ªscolos. Est¨¢n cuando se les busca mientras no han crecido, pero desobedecen en cuanto sacan cabeza. Eso jam¨¢s ocurrir¨ªa si estas ¨¦lites sociales siguieran tomando sobre s¨ª el trabajo del gobierno, pero es que es tan duro y est¨¢ tan denostado que casi llega a ser afrentoso. No van a hacerlo.
La peor consecuencia es que todos seremos gobernados, espor¨¢dica o continuadamente, por vivales. Incluso la democracia griega, que poco se parec¨ªa a la nuestra, lleg¨® a conocer el caso. Los llam¨® demagogos, esto es, los que llevaban a demos, el pueblo, agarrado por las narices, como si fuera un animalico. As¨ª retrata Arist¨®fanes a uno: ¡°Tienes todas las dotes que se requieren para ser un gobernante¡ Voz estridente, nacimiento bajo y modales callejeros. Eres el pol¨ªtico perfecto¡±. En tales manos es una grave imprudencia dejar los asuntos comunes. Y, desde luego, lo es tambi¨¦n pretender que los tales no vayan a satisfacer las pasiones primarias, de las que incluso un perfecto reto?o no est¨¢ libre: robar a salvo y exigir volquetes de putas. Son estas nuevas gentes como aquellas de las que se dec¨ªa ¡°que no ten¨ªan temor de Dios¡±, porque, en efecto, lo hab¨ªan felizmente superado. A los unos les preocupan porque quiz¨¢ sean tambi¨¦n capaces, llegado el caso, de morder la mano que les da de comer. A los dem¨¢s porque son una enfermedad grave de la forma de gobierno m¨¢s perfecta que hemos llegado a conseguir.
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