Olor a viejo

Mi abuela Gabina era cegata perdida. La conoc¨ª siempre de luto, primero por su hermano desaparecido en la guerra, luego por su marido muerto en su alcoba; con un eterno mandil de hilo para no emporcarse el hato, y unas gafas de culo de vaso que le hac¨ªan a¨²n m¨¢s peque?os los ojillos de lince ib¨¦rico. Porque mi yaya, analfabeta sin m¨¢s letras que las del seguro de decesos, pero con m¨¢s luces que muchas lumbreras de academia, se las sab¨ªa todas, o eso cre¨ªa ella. Sosten¨ªa la do?a que ni diabetes, ni prolapso, ni asma, ni ni?o muerto. Que hab¨ªa sido el parto de su chico, mi padre, un lech¨®n de cinco kilos, el que le hab¨ªa devorado la vista, descolgado la matriz hasta los muslos y dejado sin resuello para los restos. Eso, y su vida en verso, me contaba arre¨¢ndose golpes de abanico sobre el pecho mientras yo le cortaba las u?as despu¨¦s de ayudarla a ducharse, y emanaba de ella un hedorcillo que me mortificaba tanto como empe?o pon¨ªa en disimularlo, no fuera a pensar que me daba tanto asco como me daba asearla.

Culp¨¢bame de tal pecado hasta que el otro d¨ªa, al leer una noticia en este diario, me absolv¨ª en el nombre de la Santa Madre Ciencia. Resulta que el olor a viejo no solo existe, sino que empezamos a emitirlo desde los 30 a?os, con lo que una debe ya de heder, pero no lo percibe porque, al tiempo, vamos perdiendo el olfato para no sufrir nuestra propia herrumbre. Han dicho el INE y la ONU que, en unos lustros, uno de cada cuatro espa?oles tendremos m¨¢s de 65 a?os, viviremos solos y tendremos una esperanza de vida de 86 casta?as. O sea, que Espa?a oler¨¢ a viejos que no tendr¨¢n quien les asista a darse un agua. La cr¨®nica dec¨ªa tambi¨¦n que las firmas cosm¨¦ticas compiten por hallar algo que neutralice el tufo. No ser¨¦ yo quien reniegue de maquillajes. Lo que no tapa ning¨²n afeite es que somos carne que se va pudriendo desde que salimos del ¨²tero. Y que vamos a necesitar ayuda.