Apearse del tren
El proc¨¦s parece haber entrado en v¨ªa muerta. Va despacio y no se le aprecia m¨¢s rumbo que hacia los hangares
El tren del proc¨¦s parece haber entrado en v¨ªa muerta. Todav¨ªa se mueve, es cierto, pero va muy despacio y no se le aprecia m¨¢s rumbo que hacia los hangares. Cuando se detenga definitivamente, los viajeros, tras unos minutos de inicial perplejidad, empezar¨¢n a descender lentamente de los vagones. Unos, incr¨¦dulos al ver que no han llegado al lugar para el que compraron el billete, otros, tristes al certificar lo que hab¨ªan empezado a barruntar, y es que el destino so?ado nunca existi¨® en realidad.
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Cuando ya est¨¦n todos en tierra y empiecen a mirarse con estupor, ir¨¢n cayendo en la cuenta de que faltan aquellos cuyos rostros les resultaban m¨¢s familiares. Eran los que iban delante, en cabina, animando a los sucesivos maquinistas a no reducir la velocidad (?tenim pressa!) y a no desviarse de la ruta. Como en un remake postmoderno de Los hermanos Marx en el Oeste no cesaban de gritar a quienes estaban al tablero de mandos los equivalentes del ¡°?m¨¢s madera!¡± grouchiano. Les iban diciendo que ya faltaba menos, que conforme se acercaran a la estaci¨®n final ir¨ªan viendo que el paisaje era cada vez m¨¢s hermoso y que quedaban definitivamente atr¨¢s las tierras yermas, el panorama agreste y sus gentes ce?udas, pobres e ignorantes con las que hab¨ªan estado obligados a convivir durante demasiado tiempo.
Los pasajeros que iban dentro no se enteraron, pero desde fuera se les vio saltar del tren en marcha, cuando ya la velocidad hab¨ªa aminorado lo suficiente. No saltaron todos a la vez, ni por el mismo lado, conviene resaltarlo. Unos primeros, siempre prudentes y recuperando su estilo originario, intentaron descender cuando pasaron a la altura de un apeadero por el lado del and¨¦n, que ofrec¨ªa una mayor seguridad. Los segundos, m¨¢s alocados, se lanzaron de cualquier manera por el otro lado y acabaron en el suelo cubiertos de polvo tras un ligero revolc¨®n. Pero ambos, una vez de pie tras el trastabilleo inicial, procedieron a recomponer tanto la figura como el discurso para intentar dar cuenta de las respectivas razones de la huida a quienes, sorprendidos, hab¨ªan sido testigos involuntarios de la misma.
Los tenidos en su d¨ªa por m¨¢s moderados se esforzaron de inmediato por recuperar su imagen cl¨¢sica, se?alando que, efectivamente, las cosas no se hab¨ªan hecho bien. No ya solo por la excesiva velocidad que en un momento dado tom¨® la m¨¢quina (con el consiguiente riesgo de descarrilamiento), sino tambi¨¦n por el hecho de que los responsables del viaje no se tomaron la molestia de invitar a subir a nadie m¨¢s que a los inscritos inicialmente, viejos conocidos todos ellos y compa?eros de antiguas aventuras. Fue un error, dicen ahora. Si el tren hubiera estado lleno, insisten, nada ni nadie le hubiera podido impedir alcanzar la meta so?ada.
La realidad se ha encargado de dejar patente que no hab¨ªa ruta posible que permitiera llegar a un destino completamente imaginario
Pero si unos se acogieron a la prudencia y a una presunta generosidad pol¨ªtica para justificar su abandono del tren, los que se apearon por el otro lado del convoy apelaron a la pureza y a la coherencia, aderezada con unas gotas de presunta inocencia. En el momento en que la realidad se encarg¨® de dejar patente que no hab¨ªa forma de cumplir con semejantes promesas, entre otras razones porque no hab¨ªa ruta posible que permitiera llegar a un destino completamente imaginario, se dedicaron a descalificar, por traidores, a quienes hab¨ªan renunciado a continuar con la traves¨ªa.
No obstante, a ambos tipos de desertores sigue y¨¦ndoles bien tras la deserci¨®n. Saben que si alg¨²n d¨ªa este tren volviera a ponerse en marcha podr¨ªan subirse al mismo otra vez. Ni siquiera cabe descartar que fueran bien recibidos en la nueva singladura: a fin de cuentas, siempre se declararon a favor de viajar hacia un cierto destino, aunque discreparan del momento, del trayecto o de las compa?¨ªas. Entretanto llega esa ocasi¨®n, no han perdido visibilidad porque ¡ªlas vueltas que da la vida¡ª se ven jaleados por los adversarios tradicionales, que creen haber encontrado en sus deserciones una munici¨®n eficaz para asestar la estocada final a un proyecto pol¨ªtico que anhelaban sobremanera derrotar.
De ah¨ª que en los ¨²ltimos tiempos resulte incluso frecuente tropezarse con tales desertores en espacios de comunicaci¨®n que tradicionalmente les hab¨ªan resultado hostiles. Pero si la intenci¨®n instrumentalizadora de los anfitriones no deja lugar a dudas, la disponibilidad de sus hu¨¦spedes a dejarse instrumentalizar no es menos clara. Se trata de seguir viviendo del proc¨¦s, sea para alentarlo, como al principio, o para lamentarlo o a?orarlo, seg¨²n convenga, como ahora. Quiz¨¢ tama?o empecinamiento sea debido, se me acaba de ocurrir, a que no saben hablar de otra cosa.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona y portavoz del PSOE en la Comisi¨®n de Ciencia, Innovaci¨®n y Universidades del Congreso de los Diputados.
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