La segunda muerte de Franco: del prestigio del terror al amanecer de la concordia
El cronista, uno de los testigos directos de los ¨²ltimos d¨ªas del dictador, rememora el ambiente que se vivi¨® en Madrid durante la agon¨ªa y el posterior desenlace que abri¨® la puerta a la Transici¨®n.
Hab¨ªa repetido que ¡°quien recibe el honor y acepta el peso del caudillaje no puede darse al relevo ni al descanso¡±. Era la lucecita de El Pardo, pero entraba en fase de extinci¨®n. Al General¨ªsimo la muerte le fue siendo administrada por los suyos en dosis cuidadosas bajo el control del yern¨ªsimo, doctor Crist¨®bal Mart¨ªnez-Bordi¨², marqu¨¦s de Villaverde, que prolong¨® su agon¨ªa, sin ahorrarle los padecimientos m¨¢s refinados, infligidos con un encarnizamiento que ni sus peores enemigos hubieran sido capaces de imaginar. Era 1975 y, terminado el recreo de agosto disfrutado en el Pazo de Meir¨¢s, el general Franco y todo su s¨¦quito regresaban a Madrid, donde se barruntaban acontecimientos que en modo alguno quer¨ªan perderse.
La recta final se abr¨ªa con los cinco fusilamientos del s¨¢bado 27 de septiembre, a los que hab¨ªa dado el enterado el Consejo de Ministros celebrado la v¨ªspera, viernes, en el palacio de El Pardo. Era el prestigio del terror, al que se refer¨ªa Arturo Soria y Espinosa como clave fundamental para entender la perduraci¨®n del r¨¦gimen. El Caudillo en el umbral de su despedida para siempre ofrec¨ªa esa ¨²ltima lecci¨®n para garant¨ªa y seguridad de sus m¨¢s fieles. Hab¨ªa prometido aquello de ¡°mi pulso no temblar¨¢¡± cuando su exaltaci¨®n a la Jefatura del Estado el 1 de octubre de 1936 y segu¨ªa fiel a su promesa 39 a?os despu¨¦s, sin acusar temblor alguno al confirmar 5 de las 10 penas de muerte impuestas por la jurisdicci¨®n castrense. De la preocupaci¨®n por este asunto de los pulsos inalterables dejaba constancia el ministro Laureano L¨®pez Rod¨®, quien en sus memorias se?ala como requisito indispensable para acceder a la m¨¢xima magistratura estar en condiciones cardiol¨®gicas de mandar al pared¨®n a quien hiciera falta. Cuesti¨®n distinta es que don Juan Carlos fuera a prestarse a menesteres como el de firmar inconmovible penas de muerte.
A partir de las ejecuciones estall¨® la protesta internacional contra el r¨¦gimen, que incluy¨® quema de embajadas y consulados. La respuesta del b¨²nker rampante fue orquestar una manifestaci¨®n de adhesi¨®n inquebrantable a Franco y de dignidad nacional ofendida cuatro d¨ªas despu¨¦s, el 1 de octubre, con salida al balc¨®n de palacio sobre la plaza de Oriente del anciano aut¨®crata para corresponder a las aclamaciones. Por sus aplausos los conocer¨¦is y de nuevo resonaba el ?vivan las caenas! que gritaban los serviles en 1814 a favor del absolutismo. Por esos d¨ªas entraba tambi¨¦n en el calendario pol¨ªtico la VIII Ronda de Negociaciones Hispano-Norteamericanas para la renovaci¨®n de los acuerdos de defensa y se precipitaba hacia el conflicto abierto el asunto del territorio del S¨¢hara Occidental.
La madrugada del mi¨¦rcoles 15 de octubre Franco hab¨ªa tenido un ¡°infarto silente¡± certificado por el doctor Vicente Pozuelo Escudero, del que s¨®lo se dar¨ªa noticia seis d¨ªas despu¨¦s, pero en aras de la simulaci¨®n ni siquiera se hab¨ªa alterado la rutina de las audiencias civiles ese d¨ªa. El jueves 16 el rey Hassan II hac¨ªa el anuncio de la Marcha Verde concertada con Washington, que movilizaba una ingente multitud de desarrapados con el prop¨®sito de forzar la frontera que hab¨ªa sido minada por las fuerzas espa?olas. Como escribi¨® un periodista amigo en el semanario Posible, ¡°nadie quer¨ªa morir por el S¨¢hara¡± y ¡°cuando Kissinger dijo: ¡®El S¨¢hara para Marruecos¡¯, la luz se hizo¡±. La respuesta de Madrid fue destacar a Rabat al ministro del Movimiento, Jos¨¦ Sol¨ªs, para tratar ¡°de cordob¨¦s a cordob¨¦s¡± con Hassan.
El viernes 17 se celebraba el Consejo de Ministros con Franco conectado a un monitor para controlar el electrocardiograma desde la sala contigua. El domingo 19 el paciente sufr¨ªa una fuerte crisis de extras¨ªstoles, cumpl¨ªa el precepto dominical y recib¨ªa la extremaunci¨®n administrada por su capell¨¢n, el catal¨¢n monse?or Jos¨¦ Mar¨ªa Boulart, como medida cautelar atendiendo a las indicaciones de su esposa. El lunes 20 recib¨ªa al Pr¨ªncipe para tratar de la Marcha Verde. Y en la madrugada del martes 21 sufr¨ªa un nuevo infarto y se difund¨ªa el primer parte m¨¦dico, de redacci¨®n deliberadamente oscurecida para eliminar toda referencia a la fecha de inicio del proceso y eludir el t¨¦rmino infarto, que lo hubiera hecho comprensible para el p¨²blico. Se?alaba tambi¨¦n la vuelta a unas actividades habituales, de cuyo abandono nadie hab¨ªa informado.
Cuando la primera muerte ¡ªla tromboflebitis de julio de 1974¡ª, el Jefe del Estado fue ingresado en la cl¨ªnica privada de la Ciudad Sanitaria Provincial que llevaba su nombre, a la que ten¨ªan acceso los periodistas. En esta ocasi¨®n se opt¨® por proceder a la inversa, trasladando al palacio de El Pardo los equipos y el material cl¨ªnico necesarios. De esta forma, el entorno familiar se garantizaba un cerco que bloqueaba los accesos a la informaci¨®n. El doctor Crist¨®bal Mart¨ªnez-Bordi¨² se hab¨ªa hecho con el control de la situaci¨®n prescindiendo de malos modos del doctor Vicente Gil, que hab¨ªa sido el m¨¦dico personal de Franco desde la batalla del Ebro.
Agravamientos y mejor¨ªas del paciente se reflejaban en los partes del equipo m¨¦dico habitual, redactados con jerga cl¨ªnica ocultista
El Pr¨ªncipe, escaldado por el ninguneo del a?o anterior cuando hubo de asumir las funciones de Jefe del Estado de las que fue privado por sorpresa, se resist¨ªa a una nueva provisionalidad. Pero hubo de aceptarla el 30 de octubre ante la gravedad de algunos asuntos como el de la Marcha Verde, que intentaba la anexi¨®n del territorio a Marruecos. Adem¨¢s, asustaba que en Portugal unas fuerzas armadas educadas en el salazarismo, vi¨¦ndose inmersas en una guerra colonial en ?frica, hubieran mirado hacia Lisboa y demolido el r¨¦gimen. De ah¨ª la reacci¨®n fulminante al destaparse el caso de los oficiales disidentes de la Uni¨®n Militar Democr¨¢tica. Causas concurrentes para la determinaci¨®n de don Juan Carlos de viajar el 2 de noviembre a El Aai¨²n, la capital del S¨¢hara, donde comprometi¨® que se har¨ªa cuanto fuera necesario para que nuestro Ej¨¦rcito conservara intacto su prestigio y honor. Nada m¨¢s peligroso en ese momento que un Ej¨¦rcito humillado que se vengar¨ªa de sus compatriotas.
El lunes d¨ªa 3 se supo de un s¨²bito agravamiento del paciente y el martes d¨ªa 4 los m¨¦dicos, ante un cuadro hemorr¨¢gico digestivo incoercible, anunciaban que le intervendr¨ªan en un quir¨®fano improvisado en el Regimiento de la Guardia. Desde ese momento, en el entorno de El Pardo se fueron concentrando periodistas y curiosos cada anochecida junto a las tapias de palacio. Las terrazas del bulevar paralelo a su trazado, del Mes¨®n del Gamo a La Marquesita, se ve¨ªan desbordadas. La aglomeraci¨®n atrajo a feriantes con sus puestos de churros, az¨²car de algod¨®n, almendras garrapi?adas, mantecadas, objetos piadosos, postales, biograf¨ªas del Caudillo, que se ofrec¨ªan a los congregados con la misma neutralidad que en 1931 lo hab¨ªan hecho al p¨²blico que contemplaba la quema de los conventos aquel 10 de mayo, reflejada por Josep Pla en la cr¨®nicas de Madrid, el advenimiento de la Rep¨²blica. Ese ambiente verbenero considerado irrespetuoso fue clausurado por la Guardia de Franco con la expulsi¨®n de los mercaderes del templo.
Agravamientos y mejor¨ªas del paciente se reflejaban en los partes del equipo m¨¦dico habitual, redactados en una jerga cl¨ªnica ocultista que los periodistas intentaban descodificar y hacer inteligibles recurriendo a los facultativos. Luego empezaba la lucha por un tel¨¦fono para transmitir. Lucha que s¨®lo se alivi¨® cuando la Compa?¨ªa Telef¨®nica emplaz¨® un remolque compartimentado en cabinas desde las que llam¨¢bamos a las redacciones para dictar o grabar nuestras cr¨®nicas. Entonces, el espacio digital estaba a¨²n por ?inventarse ¡ªni celulares, ni ordenadores, ni tuits, ni tabletas, ni Facebook, ni Instagram, ni ?WhatsApp, ni aplicaci¨®n alguna¡ª.
TVE era la ¨²nica televisi¨®n, las emisoras de radio carec¨ªan de programas informativos y conectaban obligatoriamente con Radio Nacional para emitir los diarios hablados, que los oyentes llamaban el parte por el arrastre de reminiscencias b¨¦licas. La inminencia del ¡°hecho biol¨®gico¡±, eufemismo para referirse a la muerte de Franco, hab¨ªa encendido la susceptibilidad de las autoridades. Cund¨ªan los secuestros de diarios y revistas y los procesamientos como el del director de Ya, el peri¨®dico de la Editorial Cat¨®lica, por publicar una columna que firmaba T¨¢cito, seud¨®nimo colectivo donde conflu¨ªan elementos tan subversivos como Marcelino Oreja y similares.
El viernes d¨ªa 7 Franco hab¨ªa sido trasladado de urgencia a la Ciudad Sanitaria de la Paz, donde se le interven¨ªa de nuevo para acabar con las ¡°heces en forma de melena¡±. Quedaba ingresado en la primera planta. Hab¨ªa un cambio de escenario y la infame turba de periodistas quedaba instalada en el vest¨ªbulo de la Cl¨ªnica de la Sanidad P¨²blica. Era incesante el desfile de figurantes del r¨¦gimen deseosos de que los periodistas y las c¨¢maras dejaran constancia de su visita, calculando que as¨ª sumaban puntos. Fuera merodeaban curiosos y exc¨¦ntricos que aportaban reliquias variadas y mantos de v¨ªrgenes milagrosas o que permanec¨ªan de rodillas, brazos en cruz, orantes, para llamar la atenci¨®n.
El viernes 14 se firmaba en Madrid el Acuerdo Tripartito, suscrito por Espa?a, Marruecos y Mauritania, que supon¨ªa poner fin a nuestras responsabilidades como potencia administradora y traspasarlas a una comisi¨®n integrada por los tres pa¨ªses. Ese mismo d¨ªa Franco, siguiendo su particular viacrucis, entraba en el quir¨®fano por tercera vez. Su hija, Carmen, intentaba que le dejaran morir en paz mientras Crist¨®bal Mart¨ªnez Bordi¨² lo necesitaba con vida al menos hasta el d¨ªa 26, fecha en que podr¨ªan renovar el mandato de Alejandro Rodr¨ªguez de Valc¨¢rcel como presidente de las Cortes, del Consejo del Reino y del Consejo de Regencia. Confiaban en que con ¨¦l se garantizaban el bloqueo de cualquier cambio pol¨ªtico indeseado. Todav¨ªa el Pleno de las Cortes encontraba un momento el martes 18 para aprobar la descolonizaci¨®n del S¨¢hara, que en su d¨ªa fue declarado provincia espa?ola.
Franco mor¨ªa a las 3.40 del jueves d¨ªa 20. Radio Nacional informaba a las 6.10. Los periodistas de guardia en el vest¨ªbulo se hab¨ªan activado desde el principio y alertado a sus compa?eros. Recuerdo haber llegado a casa sobre las tres de la madrugada y estar de regreso antes de las cinco. El presidente del Gobierno, Carlos Arias, empezaba su mensaje: ¡°Espa?oles, Franco ha muerto¡±. Luego le¨ªa un texto presentado como su testamento que terminaba ¡°Arriba Espa?a¡± y ¡°Viva Espa?a¡±. La primera grabaci¨®n hab¨ªa sido defectuosa y Arias, como un actor consumado, volv¨ªa a sollozar sin problema en las tres versiones sucesivas. Desde el primer momento se puso en marcha la Operaci¨®n Lucero. Capilla ardiente en el Sal¨®n de Columnas de palacio. Relevos en los turnos de vela. Larga hilera de quienes quieren presentar sus respetos o hacer sus comprobaciones, que sigue por Bail¨¦n y Mayor hasta la Puerta del Sol. ¡°Madrid, Fernando hijo m¨ªo, era una ciudad sitiada por la pena¡±, se atrevi¨® a escribir, tomando la parte por el todo, un joven columnista, muy encomiado en las p¨¢ginas del diario Arriba, santo y se?a de la cadena del Movimiento.
Las delegaciones internacionales acreditadas en la proclamaci¨®n del Rey fueron de ¨ªnfimo nivel. Por el lugar se?alado, el Pleno de las Cortes del r¨¦gimen, y por la fecha elegida, el s¨¢bado 22 de noviembre, fue dif¨ªcil de disociar de las exequias y entierro de Franco pautado para el d¨ªa siguiente. El siniestro dictador chileno general Augusto Pinochet, de uniforme con capa, era la figura de mayor rango en la tribuna de invitados del Sal¨®n de Sesiones. All¨ª, don Juan Carlos, en su primer discurso como Rey, tomaba la bandera de la concordia e intentaba que la esperanza se expresara con raz¨®n, sin suscitar recelos bloqueantes. El Rey se estrenar¨¢ con un decreto de indulto promulgado el martes 25 de noviembre que afectaba a m¨¢s de 12.000 encausados.
El domingo 23 hubo misa funeral por todo lo alto en la plaza de Oriente, oficiada por el arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Vicente Enrique Taranc¨®n, a quien el b¨²nker ped¨ªa a gritos enviar al pared¨®n. Luego siguieron las pompas f¨²nebres con el cortejo y el entierro en el Valle de los Ca¨ªdos, en la tumba que hac¨ªa pendant con la de Jos¨¦ Antonio y con los abades correspondientes de la bas¨ªlica. El lunes 24, ETA vuelve para asesinar al alcalde de Oyarzun, Antonio Echeverr¨ªa Albisu.
Era necesario y urgente imaginar un momento separado y un escenario distinto para brindar a los dignatarios extranjeros la oportunidad de respaldar al nuevo Rey. Hab¨ªa que buscar un ambiente y una fecha distinta, y por esta vez la Iglesia, fundida tantos a?os con el dictador en el nacionalcatolicismo, se convirti¨® en la Iglesia de la concordia, y el cardenal Taranc¨®n prest¨® un servicio de primera en la buena direcci¨®n con su homil¨ªa en la ¡°misa del Esp¨ªritu Santo¡± celebrada en la madrile?a iglesia de los Jer¨®nimos en la ma?ana del jueves 27. Don Juan Carlos rehus¨® entrar bajo palio. Sab¨ªa que s¨®lo renunciando ganar¨ªa el favor de los espa?oles. Hab¨ªa recibido unos poderes omn¨ªmodos, pero no quer¨ªa encarnar una monarqu¨ªa al modo alau¨ª con s¨²bditos, sino s¨®lo ser el Rey de ciudadanos libres.
All¨ª en misa estuvieron como testigos el presidente de la Rep¨²blica Francesa, Val¨¦ry Giscard d¡¯Estaing; el vicepresidente de Estados Unidos, Nelson Rockefeller; el duque de Edimburgo, consorte de la reina Isabel II; el pr¨ªncipe Alberto de Lieja, heredero de B¨¦lgica; el presidente de Irlanda; el pr¨ªncipe Mohamed, heredero de Marruecos; el primer ministro de Egipto y representantes de todas las casas reales europeas. A la salida del templo desfilaron ante los Reyes las tropas que les hab¨ªan rendido honores a su llegada. Los dignatarios quedaron congelados unos minutos en la escalinata donde los fot¨®grafos les inmortalizaron. Luego, todos a palacio. En las calles apenas se notaba la solemnidad del d¨ªa. Pero empezaba decidida y con buenos augurios la que llamar¨ªamos Transici¨®n.
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