Sola
Nos diluimos en las redes y tenemos miedo cerval a disentir
Hace poco conoc¨ª a Ada Salas, poeta y profesora excelente, que se lament¨® de lo que le costaba conseguir que sus estudiantes aprendiesen a no temer la soledad. Soledad y aburrimiento, en la ant¨ªpoda de una infancia hiperactiva, despiertan la creatividad, la reflexi¨®n y nos desensimisman desde el ensimismamiento absoluto¡ Silencio y soledad, como estados de introspecci¨®n cr¨ªtica contrapuestos al yo visceral que grita publicitariamente en las redes. La soledad permite acceder a ese espacio conflictivo entre ser humano y polis en el que nacen los relatos. Prepara la interacci¨®n y la ordena despu¨¦s. La polis¨¦mica soledad tiene recovecos seg¨²n afecte a personas que precisan cuidados, adolescentes con m¨®vil, ni?os: el mito del hombre solo es heroico, se envuelve en un aura de melancol¨ªa; la mujer sola es fracaso e incompetencia para construir un nido. La educaci¨®n machista, que tanto hace temer la soledad a las muchachas, tambi¨¦n da?a a los hombres, y un anciano pocas veces se vale por s¨ª mismo, mientras que una anciana, salvo enfermedad terrible, es autosuficiente hasta el minuto antes de morir.
Vivo en un barrio al que la gente joven viene a divertirse. Los grupos forman corro y utilizan sus pulgares a velocidad vertiginosa. Parecen encerrados en un locutorio tabicado con invisibles mamparas. Quiz¨¢ est¨¢n conectados a trav¨¦s de un delgad¨ªsimo cable. Cuando se dan un morreo me pongo contenta. Veo pel¨ªculas en las que perdedores rom¨¢nticos se enamoran de la voz del asistente de un ordenador. Veo hikikomoris. Esos j¨®venes, a los que Salas educa en el sano ejercicio de la concentraci¨®n, ya est¨¢n solos, y en cada gesto para huir de sus soledades profundizan m¨¢s en ellas. Bauman afirma que el ¨¦xito de Facebook reside en un miedo a estar solos que, a su vez, nos a¨ªsla de lo inmediato y dificulta el afianzamiento de v¨ªnculos fuertes imprescindibles para las transformaciones pol¨ªticas. Renegamos de los modos de agrupaci¨®n que ¡°nos aborregan¡±, pero nos diluimos en las redes y padecemos un miedo cerval a disentir en lo profundo: nos homogeneizamos intelectualmente mientras subrayamos nuestra singularidad con un atuendo, traducido al ingl¨¦s, outfit. Hay una soledad destructiva y otra creativa; una compa?¨ªa fraterna y transformadora, otra epid¨¦rmica y alienante. Las compa?¨ªas virtuales ¡ªsublimaci¨®n de las compa?¨ªas que sudan¡ª a menudo devienen en lo que C¨¦sar Rendueles llama sociofobia, y con el ciberfetichismo alguien se est¨¢ forrando. Bajo la apariencia del empoderamiento democr¨¢tico de la voz ¡ª?tendr¨¢ esto algo que ver con los concursos de gorgoritos?¡ª, vivimos una fantas¨ªa de libertad desdoblada en vigilancia, sofisticadas estrategias de marketing electoral, algoritmos dise?ados con c¨®digos victorianos de valores: Remedios Zafra se?ala que en la intrahistoria de Internet pervive la mitolog¨ªa del genio solitario del garaje frente a la teleoperadora¡Tampoco debemos obviar que muchos individuos, sin ayuda de la tecnolog¨ªa, no podr¨ªan comunicarse con sus familiares desplazados ni gozar¨ªan de sus amantes cibern¨¦ticos. Usamos la tecnolog¨ªa y ella nos usa a nosotros: pienso en los incre¨ªbles avances de la medicina, pero tambi¨¦n en que no acceder a un wifi nos pone de los nervios y hay parejas que miran m¨¢s sus whatsapps que sus pupilas azules. No hablo del extremo patol¨®gico, sino de la vida cotidiana de quienes nos protegemos. No sabemos vivir en soledad, pero nos empapamos de una soledad l¨ªquida, terminal, paralizante. Yo vivo un poco desenchufada y tengo la sensaci¨®n de que no me estoy perdiendo tanto. No estoy sola.
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