Por qu¨¦ no segrego a mi hija con s¨ªndrome de Down al llevarla a un centro de Educaci¨®n Especial
Desde hace tiempo, los padres que elegimos esta opci¨®n acad¨¦mica para nuestros hijos somos juzgados por quienes apelan a la obligatoriedad de la inclusi¨®n educativa
Me acusan de segregar a mi hija, de discriminarla, de robarle oportunidades, de aislarla. Me acusan de ser mala madre: una madre conformista, comodona, que no espera nada de ella, que la arrincona, que la condena. Incluso, otorg¨¢ndome el beneficio de la duda, me acusan de ser una madre ignorante, infantilizada, sin criterio. Y todo porque mi hija con s¨ªndrome de Down acude a un colegio de Educaci¨®n Especial.
Desde hace tiempo, los padres que hemos elegido esta opci¨®n acad¨¦mica para nuestros hijos somos duramente juzgados por quienes apelan a la obligatoriedad de la inclusi¨®n educativa, esto es, que todos los escolares acudan a centros ordinarios, independientemente de su discapacidad. Se trata de colectivos que se han lanzado a pontificar sobre lo que necesitan o no nuestros hijos, interpretando informes que tienen m¨¢s de una lectura, y desdibujando una realidad, la de los centros de Educaci¨®n Especial, que muy probablemente jam¨¢s han pisado.
Mi hija no est¨¢ siendo marginada por recibir en su colegio una educaci¨®n de calidad, una educaci¨®n especializada. No est¨¢ siendo excluida de la sociedad por ello, sino, al contrario, habilitada, formada, instruida y capacitada para dar lo mejor de s¨ª misma fuera de su centro: durante su ocio, en su familia, en su trabajo dentro de unos a?os¡ Esa es la verdadera inclusi¨®n, ser parte del mundo que te ha tocado vivir con tus mejores armas. Porque no es cierto, no lo es, que solo haya inclusi¨®n si previamente ha habido inclusi¨®n educativa. Muchos de los j¨®venes que han estudiado en centros de Educaci¨®n Especial trabajan en entornos normalizados y empresas de todo tipo gracias a la formaci¨®n que adquirieron.
Mi hija no est¨¢ aislada; comparte su d¨ªa a d¨ªa con otros ni?os como ella, que merecen el respeto de quienes los consideran ¡°nadie¡±, como si solo los escolares sin discapacidad se hubiesen ganado el t¨ªtulo de verdaderos ¡°compa?eros¡±. No est¨¢ aislada porque, tras salir del colegio, juega en los parques con otros ni?os, asiste al teatro, a talleres de m¨²sica, va a la piscina¡ como cualquier peque?o de su edad (con o sin s¨ªndrome de Down).
Mi hija no est¨¢ en un ¡°sistema paralelo¡± ni de ¡°segunda categor¨ªa¡±. Mi hija est¨¢ obteniendo justamente lo que necesita: apoyos personalizados por parte de personal muy experto, en un ambiente reducido, con ritmos ajustados a su aprendizaje, lo que le garantizar¨¢ esa inclusi¨®n que tanto reclaman los que vociferan contra la Educaci¨®n Especial.
Al igual que ella, muchos otros estudiantes reciben clases y planes de estudios adaptados a sus circunstancias en centros especializados: hablemos de los deportistas de alto nivel, de los j¨®venes que acuden a una ESO art¨ªstica¡ ?Por qu¨¦ nadie se cuestiona que relacionarse solo con otros deportistas u otros m¨²sicos es segregador y empobrece? Hagamos desaparecer igualmente las ligas deportivas separadas por sexos. F¨²tbol sin m¨¢s: ni femenino ni masculino. Desterremos para siempre las Paralimpiadas y los Special Olimpics: que todos los deportistas compitan juntos, tengan o no discapacidad. ?Es esto discriminaci¨®n?
Y, sin embargo, actualmente, lejos de construir, de luchar por que los ni?os y j¨®venes con discapacidad que quieran asistir a centros ordinarios lo consigan con los medios suficientes, el foco parece haberse puesto en la destrucci¨®n de la Educaci¨®n Especial. En estas ¨²ltimas semanas hemos le¨ªdo que deb¨ªa ser eliminada, erradicada en el menor tiempo posible, que conduc¨ªa a un ¡°exterminio social¡±, que nuestros hijos eran maltratados por acudir a ella, que se conculcaban sus derechos, unos derechos que parecen de ida y vuelta, pues no importar¨ªa tanto que fueran pisoteados si esa Educaci¨®n Especial es pagada ¡°con dinero de nuestro bolsillo¡±¡ Se nos ha llamado intolerantes, se nos ha comparado con Hitler, se ha dicho que tenemos a nuestros hijos ¡°recluidos¡± en una especie de c¨¢rceles, se ha insinuado que pod¨ªamos ser denunciados por un delito de odio¡
Si mi hija es discriminada, maltratada, segregada¡ la reprobaci¨®n social que recibo no deber¨ªa ser suficiente. Porque, sin duda, merecer¨ªa que las autoridades actuaran de oficio, ser juzgada por no velar por sus derechos ni sus intereses, ser apartada de ella por haberme convertido en un monstruo que ni la ama ni protege.
Y no es as¨ª. Adoro a mi hija desde el mismo momento que la vi, que no fue el de su nacimiento, sino 23 d¨ªas despu¨¦s, cuando la adoptamos tras haber sido abandonada por tener s¨ªndrome de Down. No la discrimino ni la segrego. Lucho por ella desde aquel instante. Justamente igual que hacen los padres que eligen para sus hijos centros ordinarios. Justamente igual que hacen los padres que eligen para sus hijos centros de Educaci¨®n Especial. Si la inclusi¨®n en Espa?a ha de mejorar, que as¨ª sea, pero no a costa de destruir algo que funciona y que es referente de calidad para muchos otros pa¨ªses.
Los colegios de Educaci¨®n Especial deben continuar. Construyamos un futuro para todos sin cerrar el paso a los m¨¢s vulnerables del sistema.
*Terry Gragera, es periodista y madre, quien ha adoptado a Claudia
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