Viviremos mejor
Abordar el desaf¨ªo del cambio clim¨¢tico supone una transformaci¨®n de fondo que la sociedad asumir¨¢ si se hace con ambici¨®n, con coherencia Y de forma justa
Desafecci¨®n es un concepto que reaparece de forma recurrente cada vez que intentamos explicar la falta de implicaci¨®n de la ciudadan¨ªa en los asuntos p¨²blicos. Se nos olvida que tiene dos lecturas distintas: la m¨¢s extendida y conocida equivale a desinter¨¦s, desapego y pasotismo. Una segunda acepci¨®n, ampliamente utilizada en las ciencias sociales, nos lleva a hablar de desafecci¨®n incorporando, a los elementos de desconfianza y sentimiento negativo hacia las instituciones, la aparici¨®n de actitudes de cambio social. A juzgar por lo que las investigaciones han ido se?alando en los ¨²ltimos a?os, y tal como ha confirmado el estudio de 40dB publicado esta semana en EL PA?S, nuestra ciudadan¨ªa, cr¨ªtica y con escasa confianza en el sistema, es tambi¨¦n un cuerpo social maduro que se muestra dispuesto a pagar m¨¢s impuestos para financiar las pensiones o paliar la desigualdad, entre otras cosas.
Solemos pensar los cambios sociales desde un apriorismo que parte de la dificultad de que esa transformaci¨®n sea comprendida por la sociedad, y damos por hecho su fracaso si requiere una modificaci¨®n de comportamiento o de costumbres arraigadas. Existen, sin embargo, m¨²ltiples ejemplos de lo contrario: se nos olvidan aquellas voces que clamaban por la imposibilidad de hacer cumplir la ley del tabaco que prohib¨ªa fumar en bares y restaurantes y que callaron cuando comprobaron que, salvo en alg¨²n caso excepcional, la norma se cumpl¨ªa con bastante normalidad. O aquellos que pusieron el grito en el cielo al endurecer las sanciones ante las imprudencias en la carretera y contemplaron un tiempo despu¨¦s c¨®mo las cifras de accidentes de tr¨¢fico se estaban reduciendo. Las cuestiones que implican un cambio de h¨¢bitos y costumbres, bien explicadas y con las medidas preventivas, educativas, legislativas y sancionadoras oportunas, son perfectamente viables en sociedades democr¨¢ticas maduras.
En las pr¨®ximas semanas el Gobierno publicar¨¢ su proyecto de ley de cambio clim¨¢tico. Probablemente, la normativa m¨¢s trascendental de todas las que se est¨¢n trabajando. Si es capaz de explicarla bien, y la ley tiene la ambici¨®n necesaria, podremos reducir humos de los coches de nuestras ciudades y respirar mejor, nuestras viviendas ser¨¢n m¨¢s eficientes y consumiremos menos energ¨ªa al mismo tiempo que ahorraremos en la factura de la luz o el gas, seremos capaces de descarbonizar nuestra econom¨ªa y crear empleos de calidad en nuevos nichos m¨¢s asociados a la tecnolog¨ªa y al conocimiento, y nuestras inversiones p¨²blicas, alejadas de los riesgos financieros asociados a los combustibles f¨®siles, ser¨¢n m¨¢s seguras.
Abordar el desaf¨ªo del cambio clim¨¢tico supone una transformaci¨®n de fondo que la sociedad asumir¨¢ si se hace con ambici¨®n, con coherencia, de forma justa para que nadie se quede atr¨¢s y con la convicci¨®n de que as¨ª viviremos mejor. Mucho mejor, todav¨ªa, si su aprobaci¨®n contara con el benepl¨¢cito de toda la C¨¢mara: estar¨ªamos ante un hecho hist¨®rico para abordar un desaf¨ªo civilizatorio.
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