Democracias suicidas
Hay que preguntarse c¨®mo puede suceder en sociedades democr¨¢ticas que l¨ªderes pol¨ªticos como Salvini, Bolsonaro o Le Pen obtengan un considerable, cuando no creciente, respaldo electoral
No tengo memoria de que en el pasado, cuando en unas elecciones democr¨¢ticas ganaba la fuerza pol¨ªtica adversaria, los derrotados salieran a la calle en manifestaci¨®n a protestar por el resultado. Pero a partir de un cierto momento, pr¨®ximo pero cuya ubicaci¨®n precisa me cuesta determinar (?el Brexit? ?la elecci¨®n como presidente de Donald Trump?), parece haberse convertido poco menos que en costumbre. Tal vez sea que la l¨®gica que impulsaba a los ciudadanos a manifestarse ha cambiado, no lo descarto. Anta?o lo hac¨ªan los que celebraban la victoria de su candidato para dar rienda suelta a su alegr¨ªa, en tanto que los derrotados rumiaban en silencio y en la intimidad su fracaso electoral, excepto en el caso de que en este hubiera mediado alguna irregularidad, en cuyo caso la manifestaci¨®n iba dirigida contra la vulneraci¨®n de las reglas del juego, no propiamente contra el resultado.
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De cualquier forma, y al margen del caso de cuando se produc¨ªan con motivo de una celebraci¨®n, las manifestaciones de todo tipo han parecido contener siempre un elemento de reclamaci¨®n o queja (variante repulsa o cualquier otra), lo que a su vez implicaba un destinatario. Lo m¨¢s frecuente era que el destinatario fuera el Estado, al que se pretend¨ªa presionar con la concentraci¨®n humana en cuesti¨®n para que hiciera o dejara de hacer algo (promulgara o derogara alguna ley, por ejemplo), aunque tambi¨¦n cab¨ªa la posibilidad de que la masiva reuni¨®n de ciudadanos dirigiera sus esl¨®ganes y pancartas contra otros Estados (como en el caso de las protestas de los a?os sesenta en todo el mundo contra la actuaci¨®n militar norteamericana en Vietnam) o incluso contra alg¨²n organismo supraestatal (las lejanas manifestaciones del franquismo contra la ONU o las m¨¢s recientes contra las pol¨ªticas austericidas de la troika europea, por poner dos ejemplos bien diferentes).
Cabe preguntarse entonces si el tipo de manifestaciones a las que alud¨ªamos al principio constituyen una simple expresi¨®n de rabia o contrariedad por parte del sector del electorado que ha visto defraudadas sus expectativas electorales o, m¨¢s all¨¢, van dirigidas contra alguien. La primera opci¨®n no creo que tenga demasiado recorrido especulativo: cada cual se consuela como quiere o como puede, y buscar el b¨¢lsamo de la compa?¨ªa de los afines cuando vienen mal dadas resulta tan humano como comprensible. Es la segunda opci¨®n la que plantea m¨¢s problemas a la reflexi¨®n, si tenemos en cuenta que el resultado por el que se protesta no es en democracia sino la materializaci¨®n de la voluntad libre de un importante sector de la ciudadan¨ªa. ?Debe interpretarse, entonces, que en tales casos se trata de manifestaciones contra la decisi¨®n de unos conciudadanos?
Ya no cabe afirmar que a la ciudadan¨ªa que asiste a la pujanza de estos dirigentes el asunto les venga de nuevas
Doy por descontado que pr¨¢cticamente ning¨²n participante en las mismas responder¨ªa de manera afirmativa a la pregunta en cuesti¨®n. Casi con toda seguridad, para justificar su salida a la calle, cualquiera de ellos dirigir¨ªa sus cr¨ªticas contra los disparates vertidos por el pol¨ªtico triunfador a lo largo de la campa?a (sobre los homosexuales, los inmigrantes o las mujeres, por citar los asuntos que suelen constituir mayor piedra de esc¨¢ndalo) o contra las inaceptables medidas de choque que prometi¨® para sus primeros d¨ªas de gobierno. Pero al argumentar as¨ª, en cierto modo estar¨ªa dejando de responder a la pregunta de antes (o respondiendo a una pregunta no formulada). No se trata de si personajes como Salvini, Bolsonaro, Le Pen o, desde luego, Trump han defendido posiciones pol¨ªticas y sociales en muchas ocasiones de dif¨ªcil justificaci¨®n incluso desde el plano de la mera racionalidad. Eso est¨¢ claro, e insistir en ello no deja de ser una forma de intentar cargar la mochila de la propia argumentaci¨®n con razones del m¨¢ximo peso.
De lo que parece tratarse m¨¢s bien es de c¨®mo puede haber llegado a suceder que cada vez con mayor frecuencia en sociedades democr¨¢ticas este tipo de l¨ªderes con este tipo de propuestas obtengan un considerable, cuando no creciente, respaldo electoral. As¨ª, en Francia va camino de convertirse en rutinario que en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales el ¨²nico cemento que consigue aglutinar a todas las fuerzas pol¨ªticas que han llegado hasta ah¨ª sea el rechazo a alg¨²n Le Pen.
Pues bien, tal vez sea precisamente esta reiteraci¨®n la que m¨¢s deber¨ªa inquietarnos. Porque ya no cabe afirmar que a la ciudadan¨ªa de los pa¨ªses que asisten a la pujanza de semejante tipo de l¨ªderes, el asunto les venga de nuevas (como pudo suceder en la Alemania de entreguerras el siglo pasado). Por el contrario, partidos y medios de comunicaci¨®n de diverso signo llevan tiempo advirtiendo de la peligrosa deriva autoritaria de nuestras sociedades, cuando no del mism¨ªsimo resurgimiento de los fascismos. Pero si esta descripci¨®n es correcta en lo sustancial, no queda otra que plantearse a continuaci¨®n c¨®mo puede ser que tan reiteradas advertencias (en ocasiones, acompa?adas de truculentos vaticinios) est¨¦n haciendo tan escasa mella entre los ciudadanos. Tal vez en las declaraciones de algunos personajes brasile?os famosos apoyando la candidatura de Bolsonaro podamos encontrar una clave de utilidad para clarificar este asunto.
En una sociedad victimizada, hasta las derrotas electorales habilitan a los derrotados a presentarse como v¨ªctimas
Porque el reproche que m¨¢s parece repetirse en todos ellos no va dirigido tanto contra la bondad de la democracia como contra su utilidad. Conviene subrayar el asunto porque, con demasiada frecuencia, quienes se tienen a s¨ª mismos por dem¨®cratas pata negra parecer¨ªa que se preguntan, perplejos, ?c¨®mo puede ser que haya gente que no est¨¦ a favor del bien y en contra del mal?, pregunta a la que suelen responder en el mejor de los casos con un cierto paternalismo, aludiendo al miedo de las clases medias en situaciones de incertidumbre y otras consideraciones an¨¢logas. Que tienen su parte de verdad, ciertamente, pero que es dudoso que proporcionen una explicaci¨®n satisfactoria por completo.
As¨ª, no es el caso que la mayor¨ªa de los seguidores del tipo de pol¨ªticos que estamos comentando planteen unos valores alternativos a los de una democracia liberal consolidada. No se trata de que, frente a Plat¨®n, est¨¦n a favor de hacer el mal a sabiendas, como les atribuyen sus escandalizados cr¨ªticos dem¨®cratas. Lo que suelen hacer m¨¢s bien tales seguidores es contraponer lo que entienden que es el puro principio de realidad a lo que, siempre seg¨²n ellos, llevan a cabo los que califican como ¡°pol¨ªticos tradicionales¡±, especialmente los de izquierda, a saber, defender un entramado de ideales tan hermoso como in¨²til (cuando no perjudicial para los intereses de un amplio sector de la ciudadan¨ªa).
Regresemos al inicio. Parece claro que en una sociedad tan victimizada como la nuestra, hasta las derrotas electorales habilitan a los derrotados a presentarse como v¨ªctimas. Y, ya se sabe, ?qui¨¦n se va a atrever a llevar la contraria al que se tiene por perfecto dem¨®crata y se siente v¨ªctima del resultado de unas elecciones? ?Qui¨¦n osar¨¢ decirle que tal vez tenga su cuota de responsabilidad en lo que ha terminado por ocurrirle? Pero se impone dar respuesta, aunque solo sea para que la cosa no vaya todav¨ªa a m¨¢s, a esos otros importantes sectores de la ciudadan¨ªa que piensan que sus gobernantes se preocupan m¨¢s por hacer el bien que por hacer las cosas bien. Frente a su queja, no se trata de renunciar a nada, sino de a?adir algo. En suma: de hacer bien el bien.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona y portavoz del PSOE en la Comisi¨®n de Ciencia, Innovaci¨®n y Universidades del Congreso de los Diputados.
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