De la indignaci¨®n al chapoteo
Asistimos a un proceso de espectacularizaci¨®n de la vida p¨²blica que encuentra en las dimensiones personales de los pol¨ªticos un aut¨¦ntico e inagotable fil¨®n. Se dir¨ªa que la consigna es la de que todo vale
Lo que era ilusi¨®n en los inicios de la Transici¨®n tuvo su particular ocaso, que se dio en llamar desencanto. La vibrante y limpia indignaci¨®n del 15-M parece estar derivando hacia su espec¨ªfica y propia forma de ocaso, todav¨ªa pendiente de denominaci¨®n. En ambos casos, fue el aterrizaje en la realidad, esto es, el acceso (o el regreso) al poder, el que termin¨® por generar en amplios sectores de la izquierda una intensa sensaci¨®n de decepci¨®n, al ver incumplidas, cuando no traicionadas (recu¨¦rdese el caso de la OTAN con Felipe Gonz¨¢lez reci¨¦n llegado al Gobierno de la naci¨®n), buena parte de sus expectativas.
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El segundo ocaso era en gran medida previsible. Cuando se hace bandera abstracta del S¨ª se puede, alimentando la expectativa de que todo es posible a poco que haya lo que se suele designar con la expresi¨®n ¡°voluntad pol¨ªtica¡±, la decepci¨®n de la ciudadan¨ªa est¨¢ como aquel que dice cantada. Ya le sucedi¨® a aquella alcaldesa que alcanz¨® el cargo a lomos de dicho eslogan y, al poco de tomar posesi¨®n del bast¨®n de mando, se apresur¨® a declarar, contrita, que hab¨ªa descubierto que poder, lo que se dice poder, no se puede todo, que lo sent¨ªa mucho y que en el futuro no volver¨ªa a prometer tanto.
Pero una cosa es que la realidad acabe imponiendo sus condiciones y ello d¨¦ lugar a que el gobernante no pueda llevar a cabo aquello que tan alegremente hab¨ªa ofrecido durante su campa?a electoral, y otra, bien distinta, que la decepci¨®n llegue por cauces en cierto modo ajenos a la pol¨ªtica misma en sentido propio. No hace falta alejarse mucho de la actualidad para encontrar ejemplos: a nadie parece importar gran cosa que algunas de las primeras iniciativas del nuevo Gobierno den satisfacci¨®n a determinadas demandas sociales, como las de la reversi¨®n de los recortes en educaci¨®n o la sanidad universal, por mencionar dos de las m¨¢s reclamadas. Da igual: tertulias y debates se ven copados por asuntos que, sobre el papel, apenas tienen importancia (si acordamos que lo m¨¢s importante es mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos) comparados con los anteriores.
No se trata de fingir sorpresa ante esta situaci¨®n, prefigurada desde hace tiempo por la intervenci¨®n de diversos factores. Uno de los m¨¢s relevantes es, sin duda, el imparable proceso de espectacularizaci¨®n de la vida p¨²blica, proceso que encuentra en las dimensiones personales de los pol¨ªticos un aut¨¦ntico y, por lo visto, inagotable fil¨®n (hemos tenido sobrada ocasi¨®n de comprobarlo en las ¨²ltimas semanas). Afirmaba hace muchos a?os un antiguo ministro del Interior de este pa¨ªs que nadie, absolutamente nadie, resiste el escrutinio de que se le ponga una potente lupa encima de su biograf¨ªa. Y lo dec¨ªa cuando los esc¨¢ndalos no se ve¨ªan amplificados como se ven hoy merced a las redes sociales y a la digitalizaci¨®n de la informaci¨®n.
Los esc¨¢ndalos sobre los que parece que se pretende que fijemos nuestra atenci¨®n son, en cierto modo, prepol¨ªticos
Pero tal vez si entonces la pol¨ªtica parec¨ªa vivir menos a golpe de esc¨¢ndalos de este orden no era solo porque a¨²n no se hab¨ªa producido la evoluci¨®n de los medios de comunicaci¨®n de masas que luego nos toc¨® vivir, con la irrupci¨®n de los diarios digitales y las aludidas redes sociales, sino tambi¨¦n porque los partidos y sus responsables no parec¨ªan haber abdicado de la iniciativa de ser ellos quienes marcaran la agenda, en vez de aceptar ir a rebufo, sumisamente, de lo que iba apareciendo publicado por ah¨ª. Ahora, dicha abdicaci¨®n parece un hecho certificado, e incluso no faltan pol¨ªticos a los que se dir¨ªa que no les importa convertirse en c¨®mplices de la nueva situaci¨®n, a la que no se resisten a contribuir haciendo p¨²blicos aspectos, m¨¢s que privados, directamente ¨ªntimos de su vida, no se termina de saber si por compulsivo exhibicionismo o por c¨¢lculo electoral interesado. En cualquier caso, las consecuencias de semejante cambio de actitud por parte de los protagonistas, as¨ª como el desplazamiento de las tem¨¢ticas que han devenido el nuevo objeto del debate p¨²blico, est¨¢n afectando directamente a la imagen de la pol¨ªtica que tiene la ciudadan¨ªa.
Por lo pronto, los esc¨¢ndalos sobre los que parece que se pretende que fijemos nuestra atenci¨®n son, en cierto modo, prepol¨ªticos. No apuntan, por formularlo rotundamente, a los actos, sino al actor. La cr¨ªtica, por tanto, no persigue en tales casos reversi¨®n, rectificaci¨®n o enmienda alguna de un determinado comportamiento, sino que, en la medida en que lo que queda descalificado por completo es el destinatario, el reproche en cuesti¨®n solo puede resolverse con la expulsi¨®n de aquel del terreno de juego. A esto es a lo que, efectivamente, estamos asistiendo de un tiempo a esta parte. La descalificaci¨®n del adversario se hace porque se le atribuye la condici¨®n de tramposo, estafador, incoherente, contradictorio, mentiroso o cosas parecidas. Lo que haya hecho o piense hacer en el ¨¢mbito de la cosa p¨²blica resulta irrelevante: el objeto de debate y posterior condena ha pasado a ser alg¨²n aspecto particular de su biograf¨ªa.
A nadie parece importar que algunas de las primeras iniciativas del Gobierno atiendan demandas sociales
Importa resaltar que el asunto va m¨¢s all¨¢ del proverbial y conocido argumento que suelen esgrimir casi todos los pol¨ªticos cuando se ven criticados, argumento seg¨²n el cual lo que en realidad busca el cr¨ªtico con sus demoledores planteamientos es desviar la atenci¨®n respecto de otros asuntos que no le conviene que se vean debatidos en la plaza p¨²blica. De lo que se trata ahora en cambio es de si, como consecuencia de lo expuesto, lo que pudi¨¦ramos llamar la l¨®gica de la pol¨ªtica ha empezado a variar de manera sustancial y, a continuaci¨®n, de los efectos que tal mutaci¨®n est¨¢ produciendo.
Uno de los m¨¢s destacados tal vez sea la vol¨¢til y ef¨ªmera atenci¨®n que los medios dedican a los asuntos con los que alimentan la atenci¨®n de la ciudadan¨ªa hacia la pol¨ªtica. Nada tiene de extra?o, en la medida en que dicha atenci¨®n, en tiempos de feroz competencia empresarial tambi¨¦n en el campo de la comunicaci¨®n, se ha convertido en un fin en s¨ª misma. Esc¨¢ndalos y noticias llamativas se suceden a gran velocidad, sin que el abandono de las mismas implique que el asunto se?alado haya quedado resuelto o superado. En realidad, los asuntos quedan abandonados en cuanto los medios detectan que ya no concitan el inter¨¦s del p¨²blico, por m¨¢s que los motivos que dieron lugar a la denuncia inicial permanezcan intactos. La constataci¨®n no es banal. Al contrario, pone en evidencia que lo que se suele presentar formalmente como denuncia, justificada con el argumento de la exigencia de transparencia o similares, nunca fue m¨¢s que un se?uelo para ampliar audiencias.
Con vistas a este prop¨®sito se dir¨ªa que la consigna es la de que todo vale. Hace algunas semanas, uno de los reci¨¦n llegados a la pol¨ªtica calificaba de ¡°cutre¡± la naturaleza del esc¨¢ndalo (sobre la originalidad de un texto elaborado por otro pol¨ªtico) que en aquel momento parec¨ªa absorber por entero el inter¨¦s de la opini¨®n p¨²blica. Llevaba raz¨®n: era casi tan cutre como el inmobiliario que lo hab¨ªa tenido a ¨¦l como protagonista algunos meses atr¨¢s y, por lo que estamos viendo, como los que parecen dibujarse en el horizonte m¨¢s inmediato. O nos ponemos manos a otra obra, o la ciudadan¨ªa pronto pasar¨¢ de indignada no ya a desencantada, sino, directamente, a asqueada.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona y portavoz del PSOE en la Comisi¨®n de Ciencia, Innovaci¨®n y Universidades del Congreso.
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