?Qui¨¦n empu?¨® el primer cuchillo?
Las piedras cortantes de hace 2,4 millones de a?os halladas en Argelia son el germen de nuestra particular forma de explotar el mundo
Cuando los cient¨ªficos se preguntan sobre qu¨¦ atributos nos hacen humanos, siempre sale esa quiniela de tres variables con la que, a grandes rasgos, todos estamos de acuerdo. Somos un primate b¨ªpedo, tecn¨®logo y de gran cerebro, aunque todav¨ªa quede mucho por decir sobre qu¨¦ fue antes, si el huevo o la gallina. En particular, la tecnolog¨ªa se ha convertido en nuestro exoesqueleto, en una prolongaci¨®n de nuestra anatom¨ªa sin la que apenas sabr¨ªamos vivir. Abandonar la locomoci¨®n sobre cuatro patas contribuy¨® a la conveniencia de tener las manos libres, algo tan ¨²til e importante para el modo de vida que habr¨ªa de caracterizarnos. Salvo exiguas y vitales excepciones (como acariciar al otro o llevarnos las manos a la cabeza) nuestra mano se liber¨® para poder estar siempre llena.
Le nacen cuchillos para untar la mantequilla o cortar la carne; bol¨ªgrafos para firmar informes (cada vez menos postales); m¨®viles para leer las noticias o enviar un tuit incendiario; asas para transportar una cartera o llevarnos a los labios una taza de caf¨¦; batutas para dirigir orquestas o arados para sembrar campos. De una manera u otra, la capacidad de crear instrumentos que nos permiten relacionarnos con el mundo se ha convertido en se?a e identidad de nuestra especie. ?Pero cu¨¢ndo empez¨® todo?
Nuestra primera herramienta fue una piedra. La escogimos y la tallamos para que de un pedrusco informe apuntase un filo con el que descarnar los huesos. Esas piedras cortantes y las marcas que dejan en los huesos son el primer testigo de nuestra capacidad de manipulaci¨®n, el germen de nuestra particular forma de explotar el mundo. Hasta entonces no nos interesaba la carne y de los animales solo ¨¦ramos presas, pero no cazadores. La evidencia m¨¢s antigua de nuestra habilidad para utilizar y quiz¨¢ tallar piedras se encontraba en el este de ?frica, con 2,6 millones de a?os, en el yacimiento de Gona (Etiop¨ªa). Hasta ahora, el este de ?frica hab¨ªa sido siempre el lugar predilecto para encontrar el origen de todo lo que nos singulariza, las primeras herramientas, los primeros pasos, los primeros humanos modernos.
Sin embargo, esta semana, un equipo de cient¨ªficos internacionales, liderado por los investigadores del Centro Nacional de Investigaci¨®n sobre la Evoluci¨®n Humana (CENIEH), publica el hallazgo de herramientas y marcas de corte en huesos de animales en Ain Boucherit, en Argelia. Se trata de una serie de artefactos toscos, adscritos al que se conoce como Modo 1 o Olduvayense. La antig¨¹edad de los hallazgos abarca desde los 1,9 hasta los 2,4 millones de a?os, por lo que son pr¨¢cticamente contempor¨¢neos de las primeras herramientas hasta ahora conocidas. La industria de Ain Boucherit sugiere que o bien la capacidad artesana de los primeros humanos se expandi¨® de forma cuasi veloz desde el este al norte de ?frica, o que el origen de esta habilidad no fue ¨²nico, y que en varios lugares a un tiempo surgi¨® la necesidad y el arte de construir y tallar con nuestras manos.
Hace 2,5 millones de a?os la tecnolog¨ªa comenzaba a servir al hombre y hoy nos preguntamos si es el hombre el que depende, servil, de la tecnolog¨ªa
?Es al fin y al cabo tan extra?o jugar con una roca rota al azar y descubrir que puede ser ¨²til como cuchillo? ?No es casi natural comprender que una piedra puede servir para machacar un hueso, un tub¨¦rculo o la c¨¢scara de un fruto seco? ?No es posible que esta habilidad haya aparecido y desaparecido varias veces a lo largo de la historia de nuestros ancestros? Quiz¨¢ en este, como en tantos otros debates evolutivos, lo que hay que preguntarse no es tanto sobre la capacidad de una especie determinada para hacer algo (as¨ª sean herramientas o pinturas rupestres), sino en qu¨¦ medida ese comportamiento caracteriza a esa especie. ?Es lo t¨ªpico de ese grupo? ?En qu¨¦ momento esa actividad pas¨® de ser espor¨¢dica a convertirse en parte sustancial de su vida?
Con fechas tan antiguas y sin f¨®siles asociados, es dif¨ªcil saber si el primero en tallar y empu?ar un cuchillo fue uno de los primeros representantes del g¨¦nero Homo, al que pertenecemos nosotros, o del g¨¦nero Australopithecus, al que pertenece la peque?a Lucy. Pero de lo que no hay duda es de que a partir de 2,4 millones de a?os encontramos m¨¢s y m¨¢s evidencias de que nuestros ancestros comenzaban a consumir carne y a valerse de ¨²tiles de piedra para poder descarnar los animales a los que primero accedieron como carro?eros y despu¨¦s como cazadores. Y que ese comportamiento tecnol¨®gico se convirti¨® en sello y se?a del linaje humano, tanto que la tecnolog¨ªa es, a d¨ªa de hoy, nuestra segunda piel. Cada vez son m¨¢s contados, y m¨¢s ¨ªntimos, los momentos en que el ser humano, de verdad, est¨¢ desnudo. Hace 2,5 millones de a?os la tecnolog¨ªa comenzaba a servir al hombre y hoy nos preguntamos si es el hombre el que depende, servil, de la tecnolog¨ªa.
Hay quien dice que el ¨¦xito de la humanidad lleg¨® cuando fuimos capaces de independizarnos del medio, una afirmaci¨®n que a m¨ª me produce sentimientos encontrados. Con las primeras herramientas arranc¨® la historia de lo que algunos llaman nuestra ¡°liberaci¨®n¡±. Sin embargo, el relato de nuestro ¨¦xito como el de la conquista de nuestra independencia del entorno tiene ecos de hijo desagradecido que muerde la mano que le da de comer, que se jacta de esclavizar la tierra que un d¨ªa le sirvi¨® de cuna. Tambi¨¦n es verdad que las mismas manos que pueden tallar ¨¢rboles o clavar pu?ales pueden plantar flores, tocar el piano o curar heridas. Todas son cosas de hu-manos, al fin y al cabo.
Mar¨ªa Martin¨®n Torres es directora del Centro Nacional de Investigaci¨®n sobre la Evoluci¨®n Humana (CENIEH).
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