Ni?os y tecnolog¨ªa: de la cultura de la temeridad a la de la precauci¨®n
?Por qu¨¦ no se pide a las empresas tecnol¨®gicas que hagan la prueba de los beneficios educativos de sus productos o de su inocuidad para la salud de nuestros hijos?
Francia quiere proteger a los beb¨¦s de m¨®viles, tabletas y televisores con un etiquetado en los embalajes que advierta de los problemas de salud que los m¨¢s peque?os pueden sufrir por la exposici¨®n a estas pantallas. Esa proposici¨®n de ley, ya aprobada en el Senado, pero que a¨²n debe ser votada en la Asamblea Nacional, busca obligar a los fabricantes de esos dispositivos a que incluyan un aviso sobre los riesgos para el desarrollo durante la primera infancia (de 0 a 3 a?os).
?Medida exagerada? Tenemos pruebas de los riesgos que puede tener el consumo de pantalla en los ni?os: merma de la atenci¨®n, aumento de la impulsividad, disminuci¨®n del vocabulario, etc. Bas¨¢ndose en esos estudios, las principales asociaciones pedi¨¢tricas recomiendan que los ni?os de menos de 2 a?os no est¨¦n expuestos a las pantallas, y que los de entre 2 a 5 a?os no lo est¨¦n m¨¢s de una hora al d¨ªa. Pero, ?son suficientes esos estudios?, ?son exageradas esas recomendaciones? ?Implica necesariamente que un ni?o (el m¨ªo o el suyo) que usa la tecnolog¨ªa tenga todos esos problemas? ?Todos los ni?os que usan tecnolog¨ªa siempre sufrir¨¢n esos problemas? Si solo hablamos de riesgos, ?es un motivo suficiente para prohibir, o para regular a las empresas que dise?an esos dispositivos?
En realidad, de lo que se trata, es mucho m¨¢s amplio y complejo que de responder a la pregunta de lo que ocurrir¨¢ con seguridad si mi hijo usa un dispositivo de forma puntual o continuada. Se trata de entender la diferencia entre la cultura de la temeridad y la de la precauci¨®n.
En 1986, el transbordador espacial Challenger explot¨® 73 segundos despu¨¦s de su lanzamiento al espacio, ante la mirada horrorizada de millones de americanos que segu¨ªan el despegue en directo. Fue el accidente m¨¢s grave en la historia de la conquista del espacio. Murieron siete personas, de las cuales una no era astronauta: Christa, una maestra de primaria que hab¨ªa sido elegida para participar en un programa educativo que consist¨ªa en dar clases a los ni?os americanos en directo desde el espacio. Una idea ¡°innovadora¡±, que ten¨ªa como objetivo la revitalizaci¨®n del inter¨¦s general por la educaci¨®n.
Poco despu¨¦s, se cre¨® una comisi¨®n Presidencial de investigaci¨®n para indagar en las causas de la explosi¨®n. La comisi¨®n estaba formada por personas, o bien afines, o que se deb¨ªan al Gobierno americano o a la NASA. Solo un miembro era complemente independiente: Richard Feynman, Premio nobel de f¨ªsica. El informe de la comisi¨®n fue criticado por ser demasiado complaciente a los intereses de los que lo hab¨ªan encargado. Algunos ingenieros que estuvieron participando en las pruebas preparatorias de la misi¨®n sab¨ªan que la explosi¨®n no fue un incidente fortuito, sino que fue la consecuencia de varias negligencias serias que se hab¨ªan identificado antes del despegue. Esos ingenieros intentaron dar fe de esas negligencias durante la comisi¨®n presidencial, pero fueron callados, ignorados por los medios, uno incluso fue despedido de su trabajo. A?os despu¨¦s, cuenta la verdad en reportajes que ya no son noticias. Y se puede leer la apreciaci¨®n de los hechos de Robert Feynman en un texto que fue relegado al Ap¨¦ndice F del informe de la Comisi¨®n. Pero, ?qu¨¦ es lo que pas¨® antes del despegue del Challenger?
Los ingenieros ya hab¨ªan advertido del riesgo de explosi¨®n de unas juntas llamadas O-Rings, dada la escasa capacidad de dilataci¨®n de esas juntas en presencia de cambios extremos de temperatura. Ante previsiones de temperaturas muy bajas en v¨ªspera del despegue, advirtieron del riesgo de explosi¨®n, pidiendo un atraso del lanzamiento hasta encontrar una soluci¨®n al problema de las gomas.
Entonces ocurri¨® algo in¨¦dito. Los altos mandos de la NASA retaron a los ingenieros que recomendaban no despegar, de hacer la prueba de que la nave iba a explotar. Los ingenieros pod¨ªan proporcionar pruebas del riesgo de explosi¨®n de la nave, pero no podr¨ªan probar, fuera de toda duda razonable, que la nave iba a explotar. Para entenderlo mejor, es como si la NASA dijera: ¡°Si hay un X % de posibilidades de que explote, no es suficiente para parar el lanzamiento, solo pararemos la misi¨®n si nos prueban que el riesgo de explosi¨®n es del 100%.¡± En definitiva, lo que hicieron los altos mandos de la NASA fue, ni m¨¢s ni menos, invertir el peso de la prueba. ?Por qu¨¦ lo hicieron?
Hac¨ªa a?os que el gobierno no hab¨ªa cumplido con una misi¨®n espacial y estaba siendo criticado por ello por la prensa. La maestra deb¨ªa dar clases desde el espacio en d¨ªas lectivos, retrasar el vuelo hac¨ªa caer esas clases en d¨ªas de fin de semana. El subcontratista de los O-rings no quer¨ªa quedar mal con la NASA, la NASA no quer¨ªa quedar mal con el gobierno, y el gobierno no quer¨ªa quedar mal con la ciudadan¨ªa. En definitiva, las expectativas pol¨ªticas, medi¨¢ticas y sociales eran grandes: hab¨ªa presi¨®n por cumplir. Y los riesgos eran trabas, obst¨¢culos. Inc¨®modos para los intereses particulares de todos los actores involucrados. La ¨²nica salida para el despegue: invertir el peso de la prueba.
En su informe, Feynman va m¨¢s all¨¢ y dice que la NASA estuvo sistem¨¢ticamente infravalorando los riesgos, que la decisi¨®n de incluir a la maestra en la tripulaci¨®n se tom¨® con frivolidad, ya que la nave Challenger no era un vuelo comercial, sino una misi¨®n experimental. Contrasta la evaluaci¨®n del riesgo de cat¨¢strofe que manejaban los altos mandos de la NASA con la de los ingenieros. Los altos mandos dec¨ªan que hab¨ªa una posibilidad de cat¨¢strofe de 1 sobre cada 100,000 despegues, mientras que los ingenieros hablaban de 1 sobre cada 200. Esa discrepancia de criterio era consecuencia l¨®gica de una cultura en la que no se quer¨ªa acoger malas noticias, sino solo las buenas -las que beneficiaban a la reputaci¨®n de la NASA y al Gobierno en la opini¨®n p¨²blica-, lo que dificultaba el realismo en la toma de decisiones. Feynman escribe en su informe:
"Es preciso hacer recomendaciones para que los altos mandos de la NASA vivan en un mundo de realidad. Comprender los puntos d¨¦biles y las imperfecciones de la tecnolog¨ªa permiten intentar eliminarlos activamente. La NASA se debe a los ciudadanos, de los que pide apoyo, de ser honesto y de dar toda la informaci¨®n, de forma que esos ciudadanos puedan tomar buenas decisiones para la asignaci¨®n de sus limitados recursos".
Cuando leo sobre esa historia, no puedo impedir hacer paralelismos con la introducci¨®n masiva de las tecnolog¨ªas en la infancia. No porque piense que alg¨²n dispositivo tecnol¨®gico vaya a explotar en las manos de nuestros hijos, sino por la inversi¨®n del peso de la prueba de un experimento a gran escala. No se pide a las empresas tecnol¨®gicas que hagan la prueba de los beneficios educativos de sus productos, o de su inocuidad para la salud de nuestros hijos, sino que se exige a los que invitan a la precauci¨®n y a la prudencia (llam¨¢ndolos ¡°tecn¨®fobos¡±) que hagan ellos la prueba del da?o. Y como la ciencia es muy costosa y muy lenta, y la obsolescencia tecnol¨®gica es muy r¨¢pida, las evidencias siempre llegar¨¢n tarde. Llegar¨¢n cuando esa tecnolog¨ªa sea obsoleta y d¨¦ paso a otra a la que tampoco ver¨¢n necesario probar sus bondades o su inocuidad. Y el da?o, ya estar¨¢ hecho.
En realidad, lo que ocurre es que somos a la vez sujeto y objeto de la ciencia, somos a la vez juez y parte de la investigaci¨®n. Si nos estudiamos a nosotros mismos, entonces ?no hay peligro de carecer de objetividad en enfocar la investigaci¨®n y en acatar sus resultados? Quiz¨¢s esa paradoja puede explicar que nos cueste tanto ser objetivos en encarnar la ¡°sana duda¡± y que nos resulte tan inc¨®modo hacernos preguntas arriesgadas. Quiz¨¢s explica que nos cueste tanto creernos los resultados de las investigaciones, o nos cueste tanto difundirlos cuando suponen grandes cambios en nuestros estilos de vida o desautorizan nuestras opiniones o nuestras mayores ilusiones. ¡°No me lo creo¡±, dec¨ªa aquel tras leer un informe sobre el cambio clim¨¢tico. ?C¨®mo llamar al que ignora o no quiere saber, pero, pese a ello, no duda en actuar? Temerario, sin m¨¢s. Y cuando hay intereses econ¨®micos de por medio, todo se vuelve aun m¨¢s borroso.
El Premio Nobel Feynman apunta a un fallo entre los datos proporcionados por la ciencia y la toma de decisi¨®n de los que gestionan los recursos econ¨®micos. Concluye su informe con un llamamiento a la cultura de la precauci¨®n: ¡°Para que una tecnolog¨ªa sea exitosa, la realidad debe prevalecer sobre las relaciones p¨²blicas, porque la naturaleza nunca puede ser enga?ada.¡±
Catherine L¡¯Ecuyer es autora de Educar en el asombro y de Educar en la realidad. Su blog: www.catherinelecuyer.com
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