?Puede una mecedora curar la melancol¨ªa?
Hasta hace muy poco, el dise?o promet¨ªa un mundo mejor. Lo que aprendimos despu¨¦s es que los problemas del mundo no se solucionan con objetos
Tengo una fantas¨ªa recurrente sobre los Grandes Dise?adores. Est¨¢n en el Olimpo, c¨®modamente sentados, protegidos por su inmortalidad y escudados en la valent¨ªa de sus propias restricciones. Pero la Era del Dise?o resulta hoy tan remota y misteriosa como los sacrificios rituales de los incas o las costumbres maritales de los Tudor. La Era del Dise?o fue un periodo de certeza moral, y hoy tenemos muy poco de eso. La Era del Dise?o, podemos verlo hoy, fue un momento hist¨®rico casi tan preciso como lo fueron el Barroco o el Rococ¨®. Es decir, que tuvieron un principio y un final. Pero ya fueron.
Con esto no pretendo faltarle el respeto a los Grandes Dise?adores. Empezando por Raymond Loewy (el genio vendemotos que estableci¨® la primera "consultor¨ªa de dise?o" del mundo en Nueva York en 1927) y terminando con Jony Ive (que implant¨® su lucrativa magia est¨¦tica en Apple 70 a?os despu¨¦s), los Grandes Dise?adores siempre han sabido tomarle el pulso a su ¨¦poca d¨¢ndonos productos para la posteridad.
En la Alemania de despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, Hans Gugelot y Dieter Rams creyeron que el dise?o pod¨ªa ser sistem¨¢tico. Que pod¨ªan trascender el gusto desarrollando un sistema pseudocient¨ªfico. En Estados Unidos, Charles Eames cre¨® a su alrededor un fotog¨¦nico e informal culto a la personalidad, adem¨¢s de destacables piezas de mobiliario. Y mientras, en Italia, los hermanos Achille y Pier Giacomo Castiglioni, Joe Colombo, Marco Zanuso, Ettore Sottsass y otros confirmaron el talento de ese pa¨ªs para la invenci¨®n art¨ªstica y su amor por la forma escultural: las ediciones originales de la l¨¢mpara Arco, la m¨¢quina de escribir Valentine (fabricada por Olivetti) o la tele port¨¢til Algol de Brionvega, dise?adas con brillantez por estos creadores, hoy son tesoros de arqueolog¨ªa design.
Los veo como La melancol¨ªa, ese grabado en el que Durero dibuj¨® una figura enigm¨¢tica, distra¨ªda, deprimida y rodeada de lo que parece el contenido de una vieja biblioteca que hubiera sido saqueada, sus restos esparcidos por el suelo. As¨ª veo a los Grandes Dise?adores. Rodeados de sus esfuerzos fracasados.
Su apabullante certeza moral estaba fundamentada en que productos mejores mejorar¨ªan la existencia. Que una mecedora bien dise?ada pod¨ªa ser un remedio contra la tristeza o que una radio de pl¨¢stico port¨¢til pod¨ªa curar la melancol¨ªa humana. Pero nadie encontr¨® nunca una definici¨®n ni medio satisfactoria para el t¨¦rmino bien dise?ado.
Usar los materiales como forma de expresi¨®n tambi¨¦n fue capital para los Grandes Dise?adores. El pl¨¢stico ten¨ªa un significado casi religioso. Y para los arquitectos el hormig¨®n era un art¨ªculo de fe. Insist¨ªan en "la verdad de los materiales", pero Lina Bo Bardi, la arquitecta cuyo legado ha sido recientemente recuperado, se hizo un nombre desafiando la solemne gravedad del hormig¨®n, no su "verdad". Puede que esa verdad de los materiales tenga sentido si se refiere a elementos como la madera, el hierro o la piedra, pero ?qu¨¦ tipo de verdad puede encerrar el politetrafluoroetileno? Nadie lo sabe.
Las creencias de los Grandes Dise?adores tampoco han sobrevivido a la fatiga de los consumidores actuales. La gente ya no se define en t¨¦rminos de comprar m¨¢s sillas, por muy bonitas o ¨²tiles que sean, y ni siquiera sue?an con ellas. El dise?o no ofrece soluciones a los problemas contempor¨¢neos. Pero lo conmovedor de los Grandes Dise?adores era que ellos cre¨ªan fervientemente que el Dise?o, as¨ª, con may¨²scula, pod¨ªa mejorar la vida. ?Gio Ponti puede hacer un coche mejor que Fiat! ?Charles Eames, presidente! ?Sottsass salva los suburbios! Aquellas eran elevadas creencias, pero no sobrevivieron a la dureza del mundo. Hoy podemos ver el Dise?o como un movimiento reciente en la historia del arte. No fue m¨¢s que una bonita ficci¨®n. Y la apreciamos con su correspondiente sentimiento de p¨¦rdida.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.