?Evitar a las mujeres a toda costa?
La idea de que las mujeres han de ser cre¨ªdas en todo caso se ha extendido lo bastante como para que muchos varones prefieran no correr el m¨ªnimo riesgo
TOMAMOS INICIATIVAS con gran alegr¨ªa y con prisas, olvidando que nadie es capaz de prever lo que provocar¨¢n a la larga o a la media. No pocas veces medidas ¡°menores¡± y fr¨ªvolas, o autocomplacientes, han desembocado en guerras al cabo de no mucho tiempo. Los impulsores de las medidas nunca se lo habr¨ªan imaginado, y desde luego se declarar¨¢n inocentes de la cat¨¢strofe, negar¨¢n haber tenido parte en ella. Y sin embargo habr¨¢n sido sus principales art¨ªfices.
Sin llegar, espero, a estas tragedias, el alabado movimiento MeToo y sus imitaciones planetarias est¨¢n cosechando algunos efectos contraproducentes, al cabo de tan s¨®lo un a?o de prisas y gran alegr¨ªa. Hab¨ªa una base justa en la denuncia de pr¨¢cticas aprovechadas, chantajistas y abusivas por parte de numerosos varones, no s¨®lo en Hollywood sino en todos los ¨¢mbitos. Ponerles freno era obligado. Las cosas, sin embargo, se han exagerado tanto que empiezan a producirse, por su culpa, situaciones nefastas para las propias mujeres a las que se pretend¨ªa defender y proteger. El feminismo cl¨¢sico (el de las llamadas ¡°tres primeras olas¡±) buscaba sobre todo la equiparaci¨®n de la mujer con el hombre en todos los aspectos de la vida. Que aqu¨¦lla gozara de las mismas oportunidades, que percibiera igual salario, que no fuera mirada por encima del hombro ni con paternalismo, que no se considerara un agravio estar a sus ¨®rdenes. Que el sexo de las personas, en suma, fuera algo indiferente, y que no supusieran ¡°noticia¡± los logros o los cargos alcanzados por una mujer; que se vieran tan naturales como los de los varones.
Leo que seg¨²n informes de Bloomberg, de la Fawcett Society y del PEW Research Center, dedicado a estudiar problemas, actitudes y tendencias en los Estados Unidos y en el mundo, se ha establecido en Wall Street una regla t¨¢cita que consiste en ¡°evitar a las mujeres a toda costa¡±. Lo cual se traduce en posturas tan disparatadas como no ir a almorzar (a cenar a¨²n menos) con compa?eras; no sentarse a su lado en el avi¨®n en un viaje de trabajo; si se ha de pernoctar, procurar alojarse en un piso del hotel distinto; evitar reuniones a solas con una colega. Y, lo m¨¢s grave y pernicioso, pens¨¢rselo dos o tres veces antes de contratar a una mujer, y evaluar los riesgos impl¨ªcitos en decisi¨®n semejante. El motivo es el temor a poder ser denunciados por ellas; a ser considerados culpables tan s¨®lo por eso, o como m¨ªnimo ¡°manchados¡±, bajo sospecha permanente, o despedidos por las buenas. La idea de que las mujeres no mienten, y han de ser cre¨ªdas en todo caso (como hace poco sostuvo entre nosotros la autoritaria y simplona Vicepresidenta Calvo), se ha extendido lo bastante como para que muchos varones prefieran no correr el m¨¢s m¨ªnimo riesgo. La absurda soluci¨®n: no tratar con mujeres en absoluto, por si acaso. Ni contratarlas. Ni convertirse en ¡°mentores¡± suyos cuando son principiantes en un territorio tan dif¨ªcil y competitivo como Wall Street. En las Universidades ocurre otro tanto: si hace ya treinta a?os un profesor reunido con una alumna dejaba siempre abierta la puerta del despacho, ahora hace lo mismo si quien lo visita es una colega. Los hay que rechazan dirigirles tesis a estudiantes femeninas, por si las moscas. En los Estados Unidos ya hay colleges que imitan al islamismo: est¨¢ prohibido todo contacto f¨ªsico, incluido estrecharse la mano. Como en Arabia Saudita y en el Daesh siniestro, s¨®lo que all¨ª, que yo sepa, ese contacto est¨¢ s¨®lo vedado entre personas de distinto sexo, no entre todo bicho viviente.
Parece una reacci¨®n exagerada, pero hasta cierto punto comprensible si, como se?al¨® la americana Roiphe en un art¨ªculo de hace meses, se denuncia como agresi¨®n o acoso pedirle el tel¨¦fono a una mujer, sentarse un poco cerca de ella durante un trayecto en taxi, invitarla a almorzar, o apoyar un dedo o dos en su cintura mientras se les hace una foto a ambos. No es del todo raro que, ante tales nader¨ªas elevadas a la condici¨®n de ¡°hostigamiento sexual¡± o ¡°conducta impropia¡± o ¡°machista¡±, haya individuos decididos a abstenerse de todo trato con el sexo opuesto, ya que uno nunca sabe si est¨¢ en compa?¨ªa de alguien razonable, o quisquilloso y con susceptibilidad extrema. El resultado de esta tendencia varonil, como se?alaban los mencionados informes, es probablemente el m¨¢s indeseado por las verdaderas feministas, y llevar¨ªa aparejado un nuevo tipo de discriminaci¨®n sexual. Se dejar¨ªa de trabajar con mujeres, de asesorarlas y aun de contratarlas no por juzgarlas inferiores ni menos capacitadas, sino potencialmente problem¨¢ticas y da?inas para las propias carrera y empleo. Si continuara y se extendiera esta percepci¨®n, acabar¨ªamos teniendo dos esferas paralelas que nunca se cruzar¨ªan, y, como he dicho antes, el islamismo nos habr¨ªa contagiado y habr¨ªa triunfado sin necesidad de m¨¢s atentados: tan s¨®lo imbuy¨¦ndonos la malsana creencia de que los hombres y las mujeres deben estar separados y, sobre todo, jam¨¢s rozarse. Ni siquiera codo con codo al atravesar una calle ni al ir sentados en un tren durante largas horas.?
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