La edad de la revancha
En 2018 la pol¨ªtica del odio obtuvo su mayor triunfo en Brasil. No es imposible que siga avanzando en toda Europa, incluida esta Espa?a que ya no ha resultado inmune como parec¨ªa a la extrema derecha
D¨ªas antes de la elecci¨®n de Bolsonaro le¨ª una curiosa estad¨ªstica en un reportaje del Expressode Lisboa. En las redes sociales brasile?as, al parecer de una toxicidad a¨²n m¨¢s virulenta de lo normal en otros sitios, hab¨ªa un destinatario claro para la mayor parte de los mensajes de odio: mujeres negras, de origen humilde o clase media, con estudios superiores. Pens¨¦ en esos art¨ªculos que se repiten ahora en los peri¨®dicos espa?oles, todos ellos derivados, abiertamente o no, de un art¨ªculo y luego un libro de Mark Lilla publicados a ra¨ªz de la victoria de Donald Trump en 2016: la causa del ascenso de los populismos de extrema derecha en Europa y en Am¨¦rica, y del correspondiente declive de las fuerzas progresistas, ser¨ªa que la izquierda ha abandonado la defensa de la clase obrera, concentr¨¢ndose, o distray¨¦ndose, en la vindicaci¨®n de las minor¨ªas, ¨¦tnicas, sexuales, de g¨¦nero, etc¨¦tera. La reflexi¨®n de Lilla est¨¢ muy enraizada en la realidad pol¨ªtica y social americana y en algo tan espec¨ªfico como las derivas del Partido Dem¨®crata en las ¨²ltimas d¨¦cadas, as¨ª que no creo que se pueda trasladar sin reparos a Europa, y menos a Espa?a. Y que se cite tanto su nombre entre nosotros tiene menos que ver con sus razonamientos que con una atm¨®sfera pol¨ªtica viciadamente espa?ola, una variedad aut¨®ctona de la gran oleada de revanchas que se ha extendido por el mundo en los ¨²ltimos a?os, quiz¨¢s d¨¦cadas.
Es la revancha contra los progresos alcanzados por grupos humanos marginados o humillados desde siempre. Llamarlos minor¨ªas es abusivo, o inexacto, desde el momento en que uno de ellos lo forman las mujeres. Y contraponer esos grupos a una presunta clase obrera uniforme y compacta que en tiempos m¨¢s gloriosos hubiera sido el coraz¨®n de las reivindicaciones de la izquierda es a¨²n m¨¢s enga?oso. Como indica la estad¨ªstica brasile?a que cit¨¦ m¨¢s arriba, el odio se multiplica cuando al origen de clase se le une el sexo y el color de la piel, y las identidades colectivas de los desfavorecidos no son decisiones voluntarias, opciones caprichosas de multiculturalismo. Es el racista el que te empuja, quieras o no, a formar parte de un grupo cerrado. Es el antisemita el que adjudica una identidad homog¨¦nea a las personas tan diversas, religiosas o no, conservadoras o progresistas, proisrael¨ªes o antiisrael¨ªes, que se identifican a s¨ª mismas como jud¨ªas.
Me temo que no es el af¨¢n de justicia ni la nostalgia de las luchas por la emancipaci¨®n universal lo que anima ese lamento por la supuesta deslealtad de la izquierda hacia sus ideales verdaderos. Es, m¨¢s bien, la incomodidad o el abierto rechazo ante la irrupci¨®n p¨²blica de quienes antes no contaban, ante la visibilidad de pronto ostensible y ruidosa de quienes hasta hace poco eran invisibles. Las mujeres o los homosexuales no se organizaron en grupos espec¨ªficos por af¨¢n de romper con sus obsesiones identitarias la causa universal de la izquierda: lo hicieron porque los partidos de izquierda unas veces eran indiferentes a sus reivindicaciones y otras hostiles a ellas. Como observ¨® Simone Weil en los a?os treinta, los trabajadores magreb¨ªes en Francia crearon sus propias organizaciones cuando los partidos de izquierda, m¨¢s colonialistas que solidarios, se negaron a aceptarlos en sus filas.
El poder del dinero ha empujado hacia el extremismo al Partido Republicano en EE UU?
La fuerza de la revancha es proporcional a la conquista que la ha provocado. Nunca se hab¨ªa visto una movilizaci¨®n, una sublevaci¨®n de las mujeres como la de 2018. Nunca, tampoco, una virulencia mayor y m¨¢s imp¨²dica en las reacciones extremas, una visceralidad tan reveladora. Algo que no parec¨ªa que fuera tan poderoso y tan s¨®rdido se ha despertado. Pas¨® algo semejante cuando Barack Obama lleg¨® a la presidencia de Estados Unidos. Era un hombre tibio, calculador, nada radical en sus actitudes pol¨ªticas, incluso, como se ha visto luego, demasiado proclive a acomodarse en los privilegios de la celebridad y del dinero. Pero el color de su piel, y yo sospecho que m¨¢s todav¨ªa el de su mujer, hizo que reventara en su pa¨ªs un absceso repulsivo de racismo que lejos de desaparecer se hab¨ªa mantenido oculto y creciendo desde lo que parec¨ªan los grandes avances irreversibles de los a?os sesenta.
Hay una fealdad est¨¦tica, una mueca crispada en la revancha: es el rictus en la boca infantiloide de Donal Trump, el bramido de sus fieles en los estadios, la chabacaner¨ªa de Salvini, la chuler¨ªa g¨¦lida de Santiago Abascal. Pero la fealdad mayor, el pozo de negrura, est¨¢ en la confusi¨®n entre la revancha y la rebeld¨ªa, entre el resentimiento y la rabia leg¨ªtima contra la injusticia. Hombres y mujeres blancos de clase obrera que no encuentran trabajo y no tienen prestaciones sociales ni derecho a la sanidad votan a Donald Trump y beben un agua y respiran un aire m¨¢s envenenados todav¨ªa gracias a las pol¨ªticas de desguace de los controles medioambientales puestas en marcha desde que tom¨® el poder. Mujeres pobres, negras e hispanas, pero tambi¨¦n blancas, son las m¨¢s perjudicadas por la reducci¨®n cada vez mayor de asistencia p¨²blica para el control de la natalidad y los obst¨¢culos al derecho al aborto. A la izquierda, a las diversas izquierdas, a los partidos y tambi¨¦n a los sindicatos, les corresponde su parte de culpa por no haber permanecido lo bastante alerta a los efectos devastadores de la desigualdad, a las nuevas formas de explotaci¨®n e injusticia propiciadas por el capitalismo a escala global, tan victoriosamente libre de fronteras nacionales como de controles legales o ambientales efectivos.
Defender la justicia social y la igualdad ser¨¢ el mejor ant¨ªdoto de la izquierda contra el resentimiento
Pero han sido y son esos poderes econ¨®micos los que llevan muchos a?os invirtiendo cantidades inmensas de dinero en comprar influencias, en debilitar instituciones democr¨¢ticas, en imponer los envoltorios ideol¨®gicos de sus intereses lo mismo en las alturas elitistas de las universidades y de los llamados think tanks que en la groser¨ªa al por mayor de canales de televisi¨®n y redes sociales. La revuelta del derechismo populista contra las ¨¦lites es una campa?a abrumadoramente efectiva de las ¨¦lites econ¨®micas y sociales m¨¢s restringidas. Cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictamin¨® en 2010 que poner l¨ªmites al gasto electoral de las grandes corporaciones contraven¨ªa el derecho a la libertad de expresi¨®n estaba legitimando el poder del dinero para comprar la pol¨ªtica. Es el poder del dinero el que ha empujado hacia el extremismo al Partido Republicano en Estados Unidos y el que financi¨®, con la ayuda inestimable de Rusia, el vuelco de esa parte peque?a pero decisiva del electorado que dio la victoria a Donald Trump.
En 2018 la pol¨ªtica de la revancha obtuvo su mayor triunfo en Brasil. No es imposible que siga avanzando este a?o en toda Europa, incluida esta Espa?a que ya no ha resultado inmune como parec¨ªa a la extrema derecha. Defender la justicia social y la igualdad, pero tambi¨¦n la variedad de las formas de vida y el libre albedr¨ªo de cada uno, ser¨¢ el mejor ant¨ªdoto de la izquierda contra el resentimiento. En la defensa de la raz¨®n y de la escrupulosa legalidad democr¨¢tica, izquierda y derecha deber¨ªan tener una causa com¨²n y una responsabilidad inexcusable. El edificio de la convivencia es m¨¢s fr¨¢gil de lo que parece. Cualquier complicidad o jugueteo de baja pol¨ªtica con los incendiarios de la revancha equivale a una capitulaci¨®n.
Antonio Mu?oz Molina es escritor.
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