Amigo Pawson, a¨²n no estoy seguro de si esas sillas doradas en tus fiestas eran ir¨®nicas o no
El escritor Stephen Bayley retrata a su ¨ªntimo John Pawson y recuerda sus inicios juntos, sus logros y los momentos menos ¡®minimal¡¯ del gur¨² de la simplicidad
Si uno estaba en Londres a principios de los ochenta y ten¨ªa alg¨²n tipo de inter¨¦s en el dise?o, el lugar clave era el estudio de Terence Conran en Covent Garden, una mezcla de bohemia y pulso empresarial. En aquella ¨¦poca yo preparaba all¨ª el proyecto de lo que ser¨ªa The Design Museum. Las idas y venidas de aquel vest¨ªbulo eran ¨¦picas: clientes, banqueros, empresarios, inversores, periodistas y todo el que tuviera algo que decir en la ruidosa din¨¢mica de la d¨¦cada. Era un c¨®ctel delicioso de comercio y cultura.
El entorno de Conran era un ej¨¦rcito que, inflamado por un esp¨ªritu misionero, avanzaba sobre los filisteos con la determinaci¨®n de conquistarlos mediante el dise?o. Un d¨ªa, al regresar del almuerzo, vi all¨ª a un joven aseado y atractivo. Llevaba una chaqueta de 'tweed' marr¨®n (hoy me doy cuenta de que posiblemente fuera cashmere) y una camisa Oxford abotonada de color amarillo, probablemente Brooks Brothers. Aferrado a su portafolio, esperaba su turno para mostrar su trabajo al jefe. Empezamos a hablar y desde entonces somos amigos. Hay algo deliciosamente extra?o en el hecho de que los amigos se conviertan en etiquetas estil¨ªsticas arquitect¨®nicas-hist¨®ricas.
Pawson (nunca le llamo John) empez¨® a invitarme a las fiestas extraordinarias que daba en su casa, un piso imponentemente espacioso y austero en South Kensington. Aunque aquello era un embri¨®n del futuro estilo Pawson, en aquella ¨¦poca el Minimalismo apenas era un esqueje del arte abstracto neoyorquino. Recuerdo que el ¨²nico elemento discordante eran unas sillas doradas que hab¨ªa alquilado en una empresa de 'catering'. Todav¨ªa no estoy seguro de si eran ir¨®nicas o no. Lo cierto es que adoraba los modales de Pawson tanto como su visi¨®n arquitect¨®nica.
Tiene la autoridad relajada de la mayor¨ªa de los antiguos alumnos de Eton, la incubadora brit¨¢nica del Imperio, pero tambi¨¦n es caprichoso. Cuando dice que le llevaban al colegio en un Rolls-Royce, le parece gracioso, pero hace una declaraci¨®n de estatus. Siempre hay algo de risa en su voz¡ la mayor¨ªa de los d¨ªas. No dir¨ªa que Pawson se r¨ªe de s¨ª mismo porque tiene una idea clara del valor de su trabajo. Se toma a s¨ª mismo en serio, pero no demasiado: en eso consiste el estilo OE (Old Etonian). En el arte como en la vida, todo es cuesti¨®n de proporci¨®n y detalle.
El primer edificio de Pawson que visit¨¦ fue el exquisito y min¨²sculo apartamento que dise?¨® para el escritor de viajes Bruce Chatwin en Eaton Square, inspirado por su viaje de aprendizaje a Jap¨®n, donde sol¨ªa hacer shiatsu con Kubo, una masajista pasmosamente bajita y gorda que pas¨® a formar parte de su colecci¨®n de especialistas ex¨®ticos. El piso de Chatwin, al igual que la casa de Doris Saatchi, fue uno de sus primeros proyectos. Descubr¨ª que con Pawson entras en un rutilante mundo de conexiones art¨ªsticas y sociales.
Tambi¨¦n fui uno de sus primeros clientes. Le ped¨ª que dise?ara una exposici¨®n llamada Handtools en The Boilerhouse, el espacio expositivo que yo dirig¨ªa con el patrocinio de Conran en el V&A. El dise?o de Pawson, una obra maestra de bravura, sobre el plano parec¨ªa una mano extendida. A Conran casi le da una apoplej¨ªa cuando lo vio, pero dej¨¦ de agobiarme cuando Issey Miyake, Richard Rogers y Mario Bellini me dijeron que era la mejor exposici¨®n que hab¨ªan visto en su vida. Por suerte, pude aferrarme al furg¨®n de cola del tren veloz en que se convirti¨® la carrera de Pawson. Trabaj¨® para Calvin Klein, Martha Stewart e Ian Schrager. Sus edificios y su nombre se hicieron habituales del papel cuch¨¦. De hecho, si los anuncios de las inmobiliarias de lujo son indicio de algo, decir "Pawson" tiene hoy m¨¢s peso que "Mies van der Rohe".
A los 21 a?os hered¨® una fortuna y no tard¨® en gastarla. Como Philip Johnson, solo empez¨® a dise?ar edificios pasados los 30. Una vez me dijo que "la mayor¨ªa de la gente sue?a con adquirir cosas, pero yo intento olvidar lo que ya tengo". Si a eso le unimos la influencia del Elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki, el resultado es la base del estilo Pawson.
Sin embargo, tambi¨¦n hay disonancias l¨²dicas. Ver c¨®mo quitaban el techo de su propia casa para que una gr¨²a pudiera meter monumentales piezas de pino de Oreg¨®n me hizo disociar para siempre el minimalista de la eficiencia. Pawson, famoso por su aversi¨®n fan¨¢tica al desorden, tira las toallas mojadas al suelo despu¨¦s de ducharse.
Solemos veranear juntos, y mientras yo practico una disciplina mon¨¢stica consistente en beber el vino del lugar, ¨¦l se recorre todos los supermercados de la Francia profunda hasta encontrar su clarete Premier Cru. A Pawson le encanta la buena mesa, pero nunca le he visto ni hervir agua. Sin embargo, como Tanizaki sab¨ªa, las superficies no lo revelan todo. Creo que Pawson sigue siendo esencialmente el mismo pragm¨¢tico de siempre, pero tambi¨¦n puedo verle ahora mismo bebiendo Petrus en una ba?era caliente con un cliente de Taipei mientras recuerda la belleza del puente del Humber de su Yorkshire natal, una estructura que, como me dijo una vez con una risita, "conecta nada con nada".
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