Pol¨ªtica en la era de las redes digitales
La aparici¨®n de candidatos que ofrecen recortar los derechos humanos y el aumento de ciudadanos dispuestos a votarlos explica su ¨¦xito electoral en una ret¨®rica posfascista
No se sabe qu¨¦ resulta m¨¢s alarmante, si la aparici¨®n de candidatos electorales que se ofrecen a recortar los derechos humanos, como Trump, Orb¨¢n, Salvini, Bolsonaro y los caballeros de Vox, o el imparable ascenso del n¨²mero de ciudadanos dispuestos a votarles, como ocurre en EE?UU, Hungr¨ªa, Italia, Brasil o Andaluc¨ªa. ?Estamos asistiendo al retorno del fascismo de entreguerras, conjurado por los efectos colaterales de la gran recesi¨®n y el austericidio sobre los perdedores de la globalizaci¨®n? Enzo Traverso lo rebate prefiriendo llamarlo posfascismo, pues los fascistas originales propon¨ªan sustituir la democracia liberal por un ordine nuovo totalitario, desfilaban con milicias uniformadas y amenazaban con tempestades de violencia purificadora. Mientras que sus ep¨ªgonos actuales se presentan como pacifistas, alardean de ser m¨¢s dem¨®cratas que nadie y aprovechan las urnas para normalizarse, legitimarse e integrarse. Sin embargo, el nuevo populismo reaccionario (no as¨ª el radical progresista) s¨ª ha heredado del fascismo cl¨¢sico algunas de sus ret¨®ricas m¨¢s siniestras: la xenofobia, el nacionalismo, la misoginia, el desprecio por la ley, la falsificaci¨®n de la realidad y el rechazo de los derechos ajenos. Y es precisamente esta ret¨®rica posfascista lo que explica su ¨¦xito electoral.
Es lo que intuy¨® en su d¨ªa Walter Benjamin, al explicar la fascinaci¨®n ejercida por el fascismo sobre las masas populares como un efecto resultante de su ¡°estetizaci¨®n de la pol¨ªtica¡±. As¨ª lo teoriz¨® en la ¨²ltima secci¨®n de su c¨¦lebre op¨²sculo La obra de arte en la ¨¦poca de su reproductibilidad t¨¦cnica (1936), donde analizaba c¨®mo la producci¨®n en serie de copias masivas de objetos culturales, propiciada por la fotograf¨ªa, la radio, el cine o el cartel, hab¨ªa contribuido a destruir el ¡°aura¡± de autenticidad y excelencia que hasta entonces se atribu¨ªa a las obras de arte singulares y originales, valoradas como bienes supremos de referencia que trascend¨ªan y jerarquizaban el orden social. Y en su lugar quedaban sustituidas por copias seriadas que eran consumidas por las masas urbanas s¨®lo por sus cualidades est¨¦ticas, inmanentes y aut¨®nomas, para caer en el esteticismo del arte por el arte abstra¨ªdo de la realidad social. Lo que traducido al uso masivo que hac¨ªa el fascismo de la cultura de masas determinaba la estetizaci¨®n de la pol¨ªtica: con esto no quer¨ªa decir que las formas de la propaganda nazi fueran art¨ªsticas sino que eran ¡°esteticistas¡±, es decir, que practicaban el ejercicio del arte por el arte prescindiendo de sus implicaciones ¨¦ticas y sociales. Una actuaci¨®n pol¨ªtica es esteticista cuando se recrea en su propia eficacia ret¨®rica y expresiva (es decir, en el efecto sensorial y sensacionalista que causa sobre las masas que la contemplan), abstray¨¦ndose de los valores morales que transmite y de sus consecuencias pr¨¢cticas sobre la realidad social. Una estetizaci¨®n de la pol¨ªtica que para Benjamin s¨®lo pod¨ªa derivar y conducir hacia una cultura de exaltaci¨®n de la guerra, entendida como m¨¢s excelsa expresi¨®n de lucha pol¨ªtica. Como en efecto sucedi¨®.
Desde el Watergate se daba por seguro que un esc¨¢ndalo era la forma de destruir la reputaci¨®n del adversario
Y esta estetizaci¨®n de la pol¨ªtica denunciada por Benjamin es el hilo geneal¨®gico que hace descender del fascismo originario al posfascismo actual, que con su escandalosa ret¨®rica ofensiva tambi¨¦n incurre en la misma b¨²squeda sensacionalista del m¨¢ximo efectismo electoral, obtenido mediante la violaci¨®n figurada de los valores y principios del consenso liberal. S¨®lo que ahora la reproductibilidad t¨¦cnica de las formas culturales ya no pasa tanto por las artes audiovisuales como por las redes digitales de Internet, que tambi¨¦n est¨¢n destruyendo el ¡°aura¡± de respetabilidad y autoridad moral que hasta ahora se atribu¨ªa a los l¨ªderes de opini¨®n, a las instituciones c¨ªvicas, a las ¨¦lites de los partidos establecidos y a los grandes diarios de referencia. Y en su lugar los ciudadanos consumen la propaganda electoral de forma esteticista seleccionada a partir de sus previos juicios de valor, encerr¨¢ndose en esas c¨¢maras de eco reverberante (Sunstein) que se abstraen e independizan del contacto con la realidad social. De ah¨ª derivan las cascadas de odio e infamia beligerante que est¨¢n fracturando y polarizando nuestras comunidades civiles, tras romper y destruir ¡°sin complejos¡± los consensos y compromisos p¨²blicos que cimientan el orden social, como el respeto por la ley y los derechos ajenos, de los que se abjura como cobarde muestra de correcci¨®n pol¨ªtica.
Solo que ahora ya no hablamos de estetizaci¨®n de la pol¨ªtica sino de su ¡°espectacularizaci¨®n¡±, como ya denunci¨® en los a?os sesenta Guy Debord, y teorizaron despu¨¦s Murray Edelman o Neil Postman. Una espectacularizaci¨®n que convierte a los ciudadanos en espectadores de una pel¨ªcula de buenos y malos (de h¨¦roes defensores de los nuestros y villanos al servicio del enemigo), donde ya no interesan las pol¨ªticas p¨²blicas ni los programas pol¨ªticos, convertidos en superfluos McGuffin de recambio. Pues como ense?¨® el mago Hitchcock (otro esteticista consumado y amoral), el inter¨¦s narrativo de un thriller depende del temor que el villano despierte en los espectadores. De donde se deduce que cuanto m¨¢s villano resulte un candidato, mayor ser¨¢ su potencial electoral: caso de Trump, Salvini o Bolsonaro.
Resulta que cuanto m¨¢s villano resulte un candidato, mayor ser¨¢ su potencial electoral
Este perverso fen¨®meno fue rotulado por el llorado Ferm¨ªn Bouza como telenovelizaci¨®n de la pol¨ªtica, pues a los relatos y debates de la esfera p¨²blica se les aplica la misma plantilla formal que a los seriales televisivos y los programas del coraz¨®n, donde lo que cuenta no son los hechos y las razones de los antagonistas sino las pasiones de amor/odio que los enfrentan. Y dada esta conversi¨®n de la democracia en reality show, lo que pretende la telenovelizaci¨®n es hacer de cada lance pol¨ªtico una piedra de esc¨¢ndalo, de modo que los espectadores se dejen invadir por la indignaci¨®n moral contra el adversario, convertido en enemigo del pueblo por el discurso infamante de sus contrarios. De modo que la telenovelizaci¨®n se traduce en la a¨²n m¨¢s perversa escandalizaci¨®n, pues como denuncia Castells, la pol¨ªtica del esc¨¢ndalo es hoy la pieza angular de la lucha por el poder.
Desde que el caso Watergate derrib¨® al presidente Nixon, se daba por supuesto que montar un esc¨¢ndalo era la forma m¨¢s segura de destruir la reputaci¨®n del adversario, contra el que se despertaba una un¨¢nime oleada de indignaci¨®n popular. Pues bien, en la actual fase de escandalizaci¨®n pol¨ªtica, esto ya no es as¨ª. Ahora por el contrario surgen nuevos l¨ªderes que se presentan como antih¨¦roes inmunizados contra el esc¨¢ndalo que ellos mismos provocan, pues sus escandalosas actuaciones no destruyen sino que potencian su reputaci¨®n electoral. Y el gran prescriptor de esta perversa escandalizaci¨®n pol¨ªtica es el presidente Trump, a quien puede aplicarse el t¨ªtulo espa?ol de un conocido melodrama de Hollywood (Home from the Hill, Minnelli 1960): Con ¨¦l lleg¨® el esc¨¢ndalo. Y lo hizo para quedarse.
Enrique Gil Calvo es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid. Acaba de publicar el libro Comunicaci¨®n Pol¨ªtica.
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