Tenemos que conocernos
Nos parece que nos acercamos a Portugal porque se ha convertido en un habitual destino tur¨ªstico, pero a¨²n nos falta corresponder al inter¨¦s que ellos muestran por nuestra lengua y lo que nos ocurre
Volver a Espa?a tras un viaje a Am¨¦rica hace tan solo dos d¨¦cadas te llevaba a constatar c¨®mo nuestro pa¨ªs hab¨ªa estado vivido ajeno y refractario al mundo exterior. Ya desde el aeropuerto se percib¨ªa la uniformidad f¨ªsica que nos convert¨ªa a todos en personajes de una misma familia, acostumbrados a una cultura autorreferencial, no expuestos a la mezcla. Si bien somos un pa¨ªs diverso en su cultura interior cu¨¢nto se echa de menos no haber sido moldeados por el impacto de lo desconocido. He le¨ªdo estos d¨ªas, con admiraci¨®n y asombro, El retorno, de la escritora portuguesa Dulce Mar¨ªa Cardoso. La novela fue publicada y recibida con entusiasmo en 2011 pero es ahora cuando, con mucho retraso, se publica en espa?ol; retraso injustificado, no solo por la maestr¨ªa literaria de sus p¨¢ginas sino porque lo que cuenta sucedi¨® a unos pocos kil¨®metros de casa. Nos parece que nos acercamos a Portugal porque se ha convertido en un habitual destino tur¨ªstico, pero a¨²n nos falta corresponder con cortes¨ªa al inter¨¦s que ellos muestran por nuestra lengua y lo que nos ocurre.
El retorno se enmarca dentro de la odisea de los que fueron nombrados con muy distintos apelativos: africanistas, colonos, ultramarinos, repatriados, desalojados, refugiados o fugitivos. Finalmente, el Gobierno de aquel pa¨ªs naciente de la revoluci¨®n de los claveles opt¨® por llamar retornados a los que, tras la declaraci¨®n de independencia de las ¨²ltimas colonias portuguesas en 1975, fueron obligados de un d¨ªa para otro a abandonar sus casas en Angola, Mozambique o Guinea-Bis¨¢u. Esta historia es sin duda conocida por los entonces j¨®venes politizados que segu¨ªan con entusiasmo el devenir de aquella revoluci¨®n que se sald¨® sin un muerto, pero no s¨¦ qu¨¦ puede llegar hoy a los j¨®venes de aquel transitad¨ªsimo puente a¨¦reo que dej¨® en la metr¨®poli, como as¨ª era llamado Portugal, a cerca de 700.000 personas. Familias enteras que el Gobierno aloj¨® en hoteles durante casi un a?o. Imaginar el impacto que sobre un pa¨ªs de poco m¨¢s de siete millones de habitantes supuso la llegada de aquellos familiares de ultramar, con los que solo se hab¨ªan relacionado carte¨¢ndose en fechas se?aladas, es dif¨ªcil de entender. Puede que solo la ficci¨®n, vali¨¦ndose de su virtud de elegir una vida individual en el devenir colectivo, pueda mostrarnos c¨®mo la historia en may¨²sculas puede alterar nuestro destino. Aqu¨ª, en esta novela, seguimos los pasos de un muchacho, Rui, que junto a su madre y su hermana salen huyendo de Angola y son albergados en un hotel de lujo en Estoril. La novelista sabe de lo que escribe: ella misma vivi¨® su infancia en el pa¨ªs africano y experiment¨® en carne propia lo que supuso para todos aquellos expatriados que ven¨ªan de pa¨ªses abiertos en costumbres, donde la mujer pod¨ªa moverse con libertad, la naturaleza era generosa y los colores adornaban la vestimenta de la gente, llegar a un peque?o pa¨ªs de inviernos h¨²medos y fr¨ªos, melanc¨®lico y, a pesar de la reciente revoluci¨®n, muy conservador.
Eran observados por los portugueses con desconfianza, juzgados como colonos explotadores. No se comprend¨ªa tampoco su constante a?oranza de ?frica, una a?oranza que hoy forma parte de la esencia del pa¨ªs; porque a pesar del trauma de unos y otros se puede afirmar que los retornados avivaron la cultura portuguesa, la renovaron. La literatura va narrando una experiencia que no debe perderse, porque si hablamos de movimientos migratorios tenemos que contemplar este cap¨ªtulo fascinante que nos interpela ahora m¨¢s que nunca. No quisiera que la novela de Cardoso pasara inadvertida. Tenemos que conocernos mejor.
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