La guerrilla de los grafiteros, riesgo y adrenalina entre vagones
Se citan en estaciones y rincones solitarios, recorren conductos ocultos y atraviesan puertas prohibidas como quien anda por el sal¨®n de casa. Encapuchados y veloces, buscan su objetivo: vagones de metro y de tren que pintar. Romanticismo, arte, adrenalina y riesgo se entremezclan en sus correr¨ªas. Son los grafiteros: la guerrilla del espray
VIERNES NOCHE en el ex?trarra?dio de Barcelona. En un parking situado al lado de la estaci¨®n de Torras i Bages, cinco hombres de entre 20 y 40 a?os sacan del maletero de un BMW una pata de cabra y una cuerda de m¨¢s de 20 metros. Llevan pantalones de ch¨¢ndal, ropa oscura y zapatillas de trekking. El humo de sus cigarros se mezcla con el vaho del fr¨ªo mientras, con el murmullo de la autopista de fondo, hablan de butrones, de sierras radiales y de persecuciones policiales de infarto.
Son grafiteros ¡ªo, como ellos se llaman, escritores¡ª y su intenci¨®n esta noche es jugarse la vida para conseguir pintar un vag¨®n de metro antiguo, construido en 1926 y apartado de la circulaci¨®n hace 30 a?os. ¡°Un modelo de metro top¡±, dice uno de ellos mientras extienden la cuerda por el suelo, la doblan y le hacen varios nudos. El objetivo a conquistar se encuentra en las instalaciones del Tri¨¢ngulo Ferroviario de TMB, la empresa que gestiona el metro en la capital catalana. ¡°Eso es un aut¨¦ntico fort¨ªn¡±, precisa otro de los grafiteros. ¡°Hay c¨¢maras por todos lados, est¨¢ muy profundo y plagado de vigilantes¡±.
Quien describe la situaci¨®n es Jabato, seud¨®nimo de uno de los grafiteros m¨¢s respetados del pa¨ªs, con 25 a?os de fechor¨ªas a sus espaldas. Tiene 37 a?os, dos hijos y durante el d¨ªa es pintor. Ha recorrido medio mundo pintando sistemas ferroviarios y hace poco que ha vuelto a casa, despu¨¦s de tres meses entrando y ?saliendo de la c¨¢rcel en Nueva York por pintar varios vagones del metro. En el grupo tambi¨¦n hay otro hombre de 40 a?os, que confiesa que ha vuelto a ¡°engancharse¡± tras m¨¢s de una d¨¦cada sin pintar. Cuenta que recientemente se ha divorciado, est¨¢ en buena forma y nadie le espera en casa. El resto son tres chavales de entre 20 y 25 a?os: uno de ellos asegura que estudia. Los otros prefieren no hablar demasiado.
Hay grafiteros de todo tipo: perfiles marginales, de clase media y de familias acomodadas
Seg¨²n la Polic¨ªa Nacional y los Mossos d¡¯Esquadra, alrededor de un millar de espa?oles dedican su tiempo libre a introducirse en las instalaciones ferroviarias y pintar sus vagones. Es un colectivo totalmente herm¨¦tico, que generalmente reh¨²sa aparecer en los medios. Sus participantes son an¨®nimos, mantienen una doble vida y compiten entre ellos en un juego urbano consistente en sortear medidas de seguridad. En la mayor¨ªa de los casos, el resultado de la pintada es lo de menos. Lo primordial es la aventura. Muchos tienen un trabajo normal durante el d¨ªa y, por la noche, dedican horas y horas a preparar sus acciones: vigilan los turnos de los vigilantes, tapan o mueven c¨¢maras de seguridad, rompen sensores, abren butrones en la pared y se cuelan por conductos de ventilaci¨®n para infiltrarse en las instalaciones del suburbano. Entre sus participantes hay gente de todo tipo. Perfiles marginales, de clase media y tambi¨¦n miembros de familias acomodadas. ¡°Muchos de ellos son tipos aparentemente normales: tienen trabajo, estudios, pareja, familia¡¡±, remarca Luz Clemente, inspectora jefa de la Secci¨®n Operativa Central de la Brigada M¨®vil de la Polic¨ªa Nacional.
El fen¨®meno cuesta decenas de millones de euros a los operadores ferroviarios. Los c¨¢lculos no son exactos porque, adem¨¢s de la limpieza de los grafitis, entran en juego otros factores que tambi¨¦n repercuten en el presupuesto: la retirada de la circulaci¨®n de los vagones pintados, el arreglo de los desperfectos que generan los grafiteros al colarse en las instalaciones, as¨ª como las nuevas capas de pintura que deben aplicarse a los trenes cuando se han limpiado varias veces.
Seg¨²n la Asociaci¨®n de Transportes P¨²blicos Urbanos (ATUC), las compa?¨ªas ferroviarias se gastaron en 2017 m¨¢s de 20 millones solo en limpiar los grafitis. El desembolso, no obstante, podr¨ªa ser incluso mayor. Renfe cifra en 15,7 millones el gasto en este concepto en 2017. Ese mismo a?o, Metro de Madrid emple¨® 1,6 millones en borrar pintadas, seg¨²n datos publicados el pasado noviembre por Europa Press. Tambi¨¦n en 2017, Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB) cifr¨® el dispendio generado por el grafiti en 12 millones, una cifra que incluye otras partidas aparte de la limpieza.
Todos los polic¨ªas, vigilantes, maquinistas y responsables de seguridad entrevistados para este reportaje aseguran que, m¨¢s all¨¢ de los millones, el principal problema con los grafiteros es el aumento de la violencia en sus acciones. El pasado noviembre, en un mismo fin de semana, se registraron diversos asaltos a convoyes en los metros de Madrid y Barcelona por grupos de 30 y 40 grafiteros. Pararon los vagones en marcha para pintarlos y se enfrentaron a polic¨ªas, vigilantes, viajeros y maquinistas. Varios de ellos tuvieron que ser atendidos por los servicios m¨¦dicos. ¡°Cada vez son m¨¢s violentos¡±, afirma Ricardo Ortega, responsable de seguridad de TMB, desde la sala de control donde se sigue lo que registran las 8.000 c¨¢maras de vigilancia repartidas por el metro. ¡°Si no, que me expliquen por qu¨¦ llevan barras de hierro y espray de pimienta o se tapan la cara con pasamonta?as¡±. Seg¨²n los Mossos, de 3.500 incidentes por grafitis el a?o pasado, solo en siete casos se denunci¨® violencia de los grafiteros. Tanto Mossos como TMB, sin embargo, cuestionan este dato porque muchas amenazas o agresiones leves no se denuncian.
En Barcelona, Jabato y los suyos se preparan para la acci¨®n. Se tapan las caras para evitar ser registrados por las c¨¢maras de seguridad. Ninguno de ellos porta, sin embargo, barras de hierro ni espr¨¢is de pimienta. ¡°Llevar esas cosas no sirve de nada¡±, precisa Jabato. ¡°El 90% de nosotros nos ponemos a correr cuando somos descubiertos, el problema es el ruido que hace el otro 10%¡±. Polic¨ªa, Mossos y el responsable de seguridad de TMB confirman lo que cuentan la docena de grafiteros consultados: la mayor¨ªa de ellos repudian estos actos porque les dan mala prensa y quienes los llevan a cabo suelen ser grafiteros j¨®venes e inexpertos. ¡°La mayor¨ªa quiere entrar, pintar y marchar sin ser visto¡±, sostiene Joaquim Bayarri, intendente jefe de la Divisi¨®n del Transporte de los Mossos d¡¯Esquadra. ¡°Pero es cierto que desde hace unos a?os algunos se enfrentan violentamente a los vigilantes¡±.
Tras colarse en unas obras y saltar varias vallas, los grafiteros se han subido a un respiradero del metro, por el que pretenden penetrar en las instalaciones. El orificio tiene varios metros cuadrados y queda elevado unos dos metros encima del suelo. Debajo de la rejilla se observa una sima de m¨¢s de seis metros de profundidad. ¡°Joder, eso es muy alto, t¨ªo¡±, dice uno de los m¨¢s j¨®venes mirando el agujero desde arriba. Entre todos abren un conducto de ventilaci¨®n, cortado el d¨ªa anterior con una sierra radial, y cuelgan de ah¨ª la cuerda con los nudos. El plan es descolgarse a pulso, sin ning¨²n tipo de arn¨¦s ni seguridad, por esa cuerda a trav¨¦s del conducto de ventilaci¨®n.
Aparecen las primeras dudas. Dos de ellos ¡ªel mayor y el m¨¢s joven¡ª optan por no bajar. ¡°Hay demasiada altura, ah¨ª te puedes matar¡±, les dice el m¨¢s veterano, ¡°os vigilar¨¦ desde fuera¡±. Tanto los grafiteros como los Mossos d¡¯Esquadra confirmar¨¢n d¨ªas despu¨¦s la peligrosidad del plan. Hace m¨¢s de un a?o un joven grafitero se cay¨® en el mismo lugar, qued¨® varios d¨ªas en coma y actualmente sufre severas secuelas de ese accidente.
Jabato parece no tener miedo alguno. Primero baja solo para comprobarlo todo. Vuelve a subir a pulso por la cuerda con una facilidad pasmosa, mientras sus compa?eros le iluminan con el m¨®vil. Se mueve como una culebra que conoce al dedillo todos los rincones del metro. Entra por un conducto de ventilaci¨®n, sale por otro. Abre y cierra puertas que nadie sabe a d¨®nde van y en todo momento act¨²a como si estuviera en el sal¨®n de su domicilio. Lleva haciendo esto desde el a?o 1993 y no tiene intenci¨®n de dejarlo. ¡°Es mi v¨ªa de escape, me llena de vida a pesar de los problemas que conlleva¡±, contar¨ªa unos d¨ªas despu¨¦s. ¡°Fue pintar el primer tren y ya no volv¨ª a tocar un solo muro¡±.
?Por qu¨¦ hay gente que se juega su integridad de esta manera por pintar un vag¨®n que ni siquiera va a circular? De las entrevistas con grafiteros y expertos se desprenden tres principales razones: tradici¨®n, ego y adrenalina. ¡°El grafiti nace y se desarrolla en los setenta en el metro de Nueva York¡±, se?ala Jaume G¨®mez, doctor en Historia del Arte y presidente de la Asociaci¨®n Espa?ola de Investigadores y Difusores de Graffiti y Arte Urbano (Indague). ¡°Por eso pintar en un vag¨®n de metro se considera la forma m¨¢s pura y original¡±. G¨®mez tambi¨¦n habla del cr¨¦dito que esto granjea: ¡°En el grafiti hay una especie de bolsa de prestigio entre sus participantes, donde cotizan las acciones de cada uno¡±, sostiene. ¡°Las m¨¢s arriesgadas tienen m¨¢s valor¡±.
¡°Hay una b¨²squeda de adrenalina, de ponerse en peligro¡± (Jos¨¦ S¨¢nchez, antrop¨®logo social)
Jos¨¦ S¨¢nchez es doctor en Antropolog¨ªa Social e investigador de grupos juveniles en el proyecto Transgang de la Universidad Pompeu Fabra. Desde hace un tiempo, analiza esta actividad y la b¨²squeda de adrenalina de sus participantes. ¡°Vivimos en una sociedad totalmente hedonista¡±, explica por tel¨¦fono, ¡°hay una b¨²squeda continua de adrenalina, de ponerse en peligro para notar sensaciones en el cuerpo¡±. Seg¨²n este antrop¨®logo, el comportamiento de los grafiteros tiene mucho m¨¢s en com¨²n de lo que parece con el que practica puenting o con aquel a quien le gusta correr con su motocicleta. ¡°En una sociedad que siente por los ojos, vivir algo real, que te eriza los pelos y te recorre el cuerpo resulta muy adictivo¡±. S¨¢nchez a?ade el elemento de pertenencia al grupo, muy presente en otras tribus urbanas como los skinheads o las bandas latinas. ¡°Los grafiteros son alguien en su peque?o submundo: ah¨ª son reconocidos, respetados y valorados¡±, explica, ¡°algo que tal vez no les sucede en la vida real¡±.
Uno por uno, los grafiteros van desliz¨¢ndose por la cuerda dentro del conducto de ventilaci¨®n, dispuestos a descender los m¨¢s de seis metros que los separan del dep¨®sito. Una vez abajo, la tuber¨ªa hace un ¨¢ngulo de 90 grados. Se ponen a reptar por ella como si de una pel¨ªcula de esp¨ªas se tratara. Hay varios cent¨ªmetros de polvo y la boca cada vez est¨¢ m¨¢s seca y pastosa. Se arrastran lentamente, totalmente cubiertos de suciedad, empujando con la cabeza la bolsa con sus aerosoles. Unos metros despu¨¦s, salen del conducto y saltan a las instalaciones del metro, en una especie de sala de m¨¢quinas totalmente oscura. Ah¨ª preparan minuciosamente sus aerosoles, ordenan los colores y colocan las boquillas a los espr¨¢is. ¡°?Nada m¨¢s entrar nos van a ver las c¨¢maras!¡±, advierte Jabato al resto. ¡°?Pintamos 10 minutos y fuera!¡±. Mientras examina los talleres a trav¨¦s de una puerta entreabierta, llama por tel¨¦fono al que vigila desde fuera. ¡°?Est¨¢ todo bien?¡±, la respuesta es corta. Jabato cuelga y se dispone a recibir su chute de adrenalina.
¡°?Nada m¨¢s entrar nos van a ver las c¨¢maras! ?Pintamos 10 minutos y fuera!¡±, grita Jabato
Todo sucede a la velocidad de la luz dentro del taller. Un aviso por megafon¨ªa parece alertar de la presencia de intrusos justo al entrar. Los tres escritores se dirigen r¨¢pido hacia el vag¨®n, un convoy negro y granate muy poco habitual, una pieza de museo. Cada uno se pone a pintar su obra a gran velocidad, totalmente concentrado y sin hablar con nadie. Jabato rellena las letras a color rosa, con dos manos a la vez. El olor a pintura es cada vez m¨¢s fuerte y un halo de tensi¨®n se percibe en el ambiente. La sensaci¨®n es que en cualquier momento pueden ser descubiertos y empezar¨¢ una persecuci¨®n. A los nueve minutos todos han acabado y sacan fotos de su obra. De repente, le suena el m¨®vil a Jabato. Ni siquiera lo descuelga. Al ver qui¨¦n le llama se pone a correr a toda velocidad y todos le siguen. Abre una puerta de emergencia que da a unas escaleras y las suben corriendo de dos en dos. Salen por otra puerta que da a un parking lleno de autobuses. Se suben a una valla, caminan por un techo de uralita y saltan otra valla a¨²n m¨¢s alta para salir de las instalaciones. El otro que vigilaba confirmar¨¢ que han estado cerca. ¡°Justo cuando sal¨ªais, tres coches de vigilantes estaban entrando a toda leche¡±.
Por lo visto en los medios los ¨²ltimos meses, uno podr¨ªa pensar que el grafiti en los vagones es algo nuevo. Todas las autoridades policiales, no obstante, explican que el problema viene de lejos. ¡°Se pintan los vagones desde hace m¨¢s de 20 a?os¡±, cuenta el oficial Eduardo, del grupo especializado contra el grafiti de la Brigada M¨®vil de la Polic¨ªa Nacional. Junto a ocho agentes m¨¢s, Eduardo se dedica a estudiar a estos guerrilleros del espray para tratar de poner nombres y apellidos a los seud¨®nimos que aparecen pintados en los convoyes. Sorprende el conocimiento y el respeto mutuo que se tienen entre los grafiteros y estos investigadores, en un juego del gato y el rat¨®n en el que cada uno tiene muy claro su papel. ¡°Es cierto que hay una especie de respeto¡±, reconoce Javi, otro de los agentes de la unidad antigrafiti. ¡°Ellos ven que nuestro trabajo es limpio y nosotros nos sorprendemos del conocimiento que tienen de los sistemas ferroviarios¡±. Seg¨²n TMB, las pintadas se han triplicado desde el a?o 2000. En los trenes, Renfe se?ala que se han duplicado en la ¨²ltima d¨¦cada y la Polic¨ªa Nacional tambi¨¦n confirma el repunte. Los n¨²meros de 2018 apuntan a que las pintadas se han estabilizado despu¨¦s de un 2017 nefasto para las compa?¨ªas ferroviarias. Renfe calcula que de media sufre 11 ataques diarios de grafiteros. En el metro de Barcelona son entre cuatro y cinco. La mejor prueba del aumento es que en los ¨²ltimos cinco a?os tanto la Polic¨ªa Nacional como los Mossos han creado grupos especializados en grafiti en sus divisiones de transporte.
Dos semanas despu¨¦s de la ¡°misi¨®n¡± en el metro de Barcelona, Jabato se desplaza hasta Madrid para pintar m¨¢s vagones. ¡°Ya he pintado el metro de Madrid un par de veces o tres, pero ahora llevo tiempo sin ir¡±, explica al volante de su todoterreno, de camino hacia la capital. Aqu¨ª ha quedado con Lose, otro grafitero muy respetado en la comunidad. ?l tambi¨¦n lleva m¨¢s de dos d¨¦cadas activo y, como Jabato en Barcelona, se conoce al dedillo todos los rincones del metro de su ciudad.
Jabato y Lose se citan un lunes por la noche en la estaci¨®n de Manoteras. Les acompa?an otro chico de 30 a?os y una chica de 25. ?l trabaja en una empresa de marketing; ella, en la hosteler¨ªa. Lose explica que ahora est¨¢ en paro. Caminan hasta otra estaci¨®n y bajan al and¨¦n. Esperan a que pase el convoy y, justo en ese momento, saltan detr¨¢s de ¨¦l y empiezan a correr a toda velocidad por el t¨²nel. Est¨¢ totalmente oscuro y solo la linterna del m¨®vil crea un anillo de luz que ilumina el lugar. Se paran en una peque?a entrada y esperan a que pasen de nuevo los convoyes en ambas direcciones. Despu¨¦s vuelven a saltar a las v¨ªas y siguen corriendo: justo antes de llegar a la siguiente estaci¨®n hay una cavidad en la pared que los llevar¨¢ hasta otra v¨ªa donde guardan vagones. En el and¨¦n, sin embargo, hay un vigilante. Se esperan a que se d¨¦ la vuelta y sigilosamente se meten uno por uno en el agujero mientras el guarda patrulla por el and¨¦n. Pasan de lado por esa cavidad, pisando un cableado que sirve como pasarela. Tras saltar otro muro, finalmente acceden a las otras v¨ªas y se sientan a esperar a que aparquen los convoyes.
Las autoridades sostienen que van en aumento tanto las pintadas como las acciones violentas
?Solo han aumentado las pintadas o tambi¨¦n las acciones violentas? Las autoridades aseguran que ambas y coinciden en se?alar dos motivos. En primer lugar, la irrupci¨®n de las redes sociales. El grafiti en el metro ha dejado de ser una actividad secreta y muchos grafiteros usan Internet para alardear y conseguir m¨¢s reconocimiento. ¡°La exhibici¨®n en las redes genera cierto efecto llamada, los chavales descubren algo que no conoc¨ªan¡±, sostiene Domingo Corchado, gerente del ¨¢rea de Seguridad y Protecci¨®n Civil de Renfe. Jabato, con miles de seguidores en su cuenta de Instagram, clausurada al cierre de este reportaje, apunta en la misma direcci¨®n: ¡°Antes era una cosa muy nuestra, totalmente oculta¡ Ahora sale en los medios y toda la sociedad lo conoce¡±. El uso de las redes le crea contradicciones a este grafitero, pero reconoce que los elogios que recibe le ayudan en ocasiones a subir su autoestima.
El otro motivo que se?alan las autoridades es la poca penalizaci¨®n que tienen las pintadas en los vagones. Tras la reforma del C¨®digo Penal de 2015, muchas de las detenciones acaban en una sanci¨®n administrativa. ¡°Puedes haber hecho un da?o de 10.000 euros y recibir una sanci¨®n administrativa de entre 300 y 600 euros¡±, sostiene Clemente, de la Polic¨ªa Nacional. Los propios grafiteros reconocen que la multa es reducida y poco disuasoria. ¡°Trescientos euros es lo que te cuesta irte un fin de semana a esquiar¡±, explica uno de los grafiteros entrevistados. Seg¨²n el responsable de la unidad contra el grafiti de los Mossos, lo descrito anteriormente ha generado una especie de tormenta perfecta: m¨¢s integrantes de la tribu debido a las redes sociales y los medios, sanciones m¨¢s leves y m¨¢s vigilancia por parte de los operadores. ¡°Al haber m¨¢s vigilantes, es normal que haya m¨¢s encuentros con los grafiteros¡±.
Para aumentar las condenas, polic¨ªa, Mossos y operadores se han alineado para colaborar y recabar mejor informaci¨®n de estos v¨¢ndalos, tasar mejor los gastos que supone la pintada aparte de la limpieza y as¨ª intentar imputar delitos de da?os a los detenidos, como ocurri¨® el pasado noviembre cuando un juez de Barcelona impuso un a?o de prisi¨®n a un grafitero. La sentencia, sin embargo, se ha recurrido y todav¨ªa no es firme.
Los grafiteros en Madrid han notado un aumento de la presi¨®n policial despu¨¦s de lo ocurrido en noviembre. Hablan de identificaciones en eventos, de ordenadores requisados¡ Pero eso tampoco les preocupa demasiado. ¡°La gente se calm¨® unos d¨ªas despu¨¦s de lo que ocurri¨®, pero luego ha vuelto a pintar¡±, explica Lose en el t¨²nel, mientras espera a que llegue el vag¨®n que pretende pintar.
Tras m¨¢s de dos horas esperando, finalmente aparcan el convoy. Los grafiteros corren hacia ¨¦l y se ponen a trabajar, dos en cada lado. Cuando llevan unos cinco minutos llega otro vag¨®n por la segunda v¨ªa y los descubre. Jabato se pone en medio para pararlo, ya que tiene su c¨¢mara apoyada en la v¨ªa del tren. El maquinista hace sonar el claxon. Empieza entonces una agotadora huida por los t¨²neles que los lleva hasta un dep¨®sito de metro mucho m¨¢s grande. Un vigilante los sorprende, les pega un grito y se dirige hacia ellos. ¡°?Tranquilo, le¨®n! ?Quieto ah¨ª!¡±, le espeta Lose. Abren una puerta de emergencia que da a la M-11 y la persecuci¨®n se traslada a la calle.
El grupo cruza la autopista y se separa en dos. Se ve ya la luz azul de varios coches de polic¨ªa rondando el lugar. Los grafiteros trotan jadeando por un mont¨ªculo cercano a la autopista cuando, de golpe, un coche de los vigilantes frena en seco a su altura. Todo el mundo se tira al suelo y se queda inm¨®vil. Una linterna empieza a iluminar el mont¨ªculo donde se mantienen impert¨¦rritos los escritores, rezando por no ser descubiertos. El ritmo cardiaco se acelera. La noche est¨¢ a muy poco de convertirse en una pesadilla para estos tipos. Finalmente el coche vuelve a arrancar y se aleja del lugar. ¡°Todo el rato pensaba: ¡®En cuanto escuche la puerta empiezo a correr¡±, explicar¨ªa despu¨¦s uno de ellos. Bajan del mont¨ªculo, saltan una valla de m¨¢s de tres metros y acceden a las v¨ªas del tren. Para no ser descubiertos por la polic¨ªa, caminar¨¢n por ah¨ª una distancia de unos cinco kil¨®metros hasta llegar al barrio de la Piovera. Vuelven entonces a la calle y se esconden a la espera de que el otro grupo los recoja con su coche. Son las 3.50 de un martes, la acci¨®n ha empezado hace m¨¢s de cinco horas y uno de los grafiteros se despide. ¡°Me voy a dormir un rato, ma?ana por la ma?ana tengo una reuni¨®n¡±.?
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