Contra sus amigos m¨¢s fieles
Esta huelga no castiga a quienes s¨®lo cogen el autob¨²s y el metro, ni a quienes tienen coche, sino a quienes nos subimos a los taxis con frecuencia
CUANDO ESTO ESCRIBO, los taxistas madrile?os llevan en huelga dos semanas y adem¨¢s bloquean zonas de la ciudad a su antojo. Ya hicieron otra hace seis o siete meses, y uno se pregunta c¨®mo es que un gremio que depende ¡ª?as¨ª lo cuentan sus miembros¡ª de lo que trabajan y recaudan diariamente, con jornadas de m¨¢s de doce horas para alcanzar lo presupuestado, se pueden permitir no ingresar nada durante tant¨ªsimos d¨ªas. Hay ¡°cajas de resistencia¡±, dicen; deben de estar repletas, para cubrir a quince mil conductores. No voy a entrar en el fondo de la cuesti¨®n porque ignoro demasiadas cosas?sobre el litigio que los enfrenta con los VTC. Puede que los taxistas tengan toda la raz¨®n o ninguna, o ¡ªlo m¨¢s probable¡ª que la tengan en parte y en parte no.
Hace tiempo que muchas huelgas de nuestro pa¨ªs parecen haber perdido de vista dos factores primordiales: 1) a qui¨¦n se presiona, contra qui¨¦n se protesta; 2) a qui¨¦n se perjudica con la suspensi¨®n de actividades. Los obreros de una f¨¢brica lo tienen claro. Se presiona a los due?os o empresarios para que mejoren las condiciones de los trabajadores o humanicen los turnos, y asimismo se los perjudica a ellos, que no producen ni venden. Estas huelgas son n¨ªtidas e irreprochables. Hay otras en las que la relaci¨®n directa est¨¢ menos clara: una compa?¨ªa extranjera decide sacar de Espa?a ¡ªo de tal o cual autonom¨ªa¡ª sus f¨¢bricas, que son privadas; al instante se inicia una protesta contra el Gobierno, que las m¨¢s de las veces no puede hacer nada al respecto; la compa?¨ªa extranjera es libre de trasladar su negocio, por mucho que casi siempre lo haga sin tener en cuenta el da?o que inflige a sus empleados de decenios y la p¨¦sima situaci¨®n en que los deja. Y luego est¨¢n las huelgas en las que se hace presi¨®n a las autoridades y se perjudica s¨®lo a los ciudadanos, que no suelen tener culpa en el conflicto ni capacidad para remediarlo. Son las huelgas de trenes y aviones, metro y autobuses, basureros y barrenderos, enfermeros y m¨¦dicos. Dado que todos dependemos de esos servicios, a todos nos afectan y fastidian, o nos ponen en peligro. La idea es que la sociedad, al verse privada de cosas fundamentales, presione a su vez a las autoridades para que cedan a las reclamaciones ¡ªjustas, a menudo¡ª de los huelguistas. Pero la sociedad no es homog¨¦nea, est¨¢ dispersa, y s¨®lo converge en su cabreo y su hartazgo, no est¨¢ muy claro si contra esas autoridades inflexibles o contra los huelguistas tambi¨¦n inflexibles. Lo cierto es que a quienes se toma como rehenes es a los ciudadanos sin arte ni parte.
Esta huelga es distinta, porque no va dirigida a fastidiar a la poblaci¨®n entera, sino a los amigos de los taxistas. No castiga a quienes s¨®lo cogen el autob¨²s y el metro, ni a ?quienes tienen coche, ni a quienes ya les han dado la espalda hace tiempo y prefieren los VTC. Perjudica tan s¨®lo a quienes, fielmente, nos subimos a los taxis con frecuencia. A los que carecemos de smartphones y por lo tanto de apps con las que contratar Cabify o Uber. A quienes seguimos siendo sus clientes y ¡ªno me gusta la frase, pero la aventuro¡ª les procuramos el sustento, con nuestra lealtad a ese viejo medio de transporte. Esta huelga va exclusivamente contra nosotros, algo que los taxistas no se han parado a pensar o que les trae al fresco. En estos d¨ªas ya he le¨ªdo cuatro art¨ªculos de columnistas que, como yo, se confesaban usuarios del taxi, y se promet¨ªan no volver a cogerlos. Se comprar¨¢n un smart?phone y prescindir¨¢n de ellos. Este puede ser el resultado de su huelga desproporcionada, salvaje y desconsiderada hacia sus fieles. En estas dos semanas me he dado caminatas de ocho kil¨®metros, un poco excesivo. No he podido ir a ver a hermanos que viven en Majadahonda o en Torrelodones. Me he visto muy limitado en mis movimientos. Un buen amigo, que desde hace meses va con muletas y no puede ni llegarse a una boca de metro, lleva confinado en su casa todo este tiempo, con grave perjuicio para sus quehaceres. Miles de personas han debido arrastrar maletas o cochecitos de ni?o desde las estaciones o el aeropuerto, algunas ancianas o en mal estado f¨ªsico. El segundo factor que he mencionado ¡ªa qui¨¦n se perjudica¡ª no se ha tenido en cuenta, de manera contraproducente: los ¨²nicos a los que se da?a y se indigna son precisamente aquellos que no han ¡°traicionado¡± al taxi. (Ojo, no eximo de culpa al incompetente y holgaz¨¢n Ministro ?balos ni al vengativo y harag¨¢n Presidente madrile?o Garrido, pero esa es otra historia.)
Yo he recurrido al taxi incluso para viajes cortos a otras poblaciones, es decir, soy un gran entusiasta. No s¨¦ si, como esos colegas m¨ªos, me comprar¨¦ un tel¨¦fono que me permita olvidarme de ellos. Puede que no, pese a todo. Lo que s¨ª s¨¦ es que mi trato con los conductores ya no ser¨¢ nunca el mismo. Se acabaron las propinas o redondeos. Se acab¨® la charla que a veces es bienvenida y a veces en absoluto. Se acab¨® o¨ªr con paciencia la emisora que, a todo volumen, lo obligan a uno a padecer con frecuencia. Lo ¨²nico que me saldr¨¢ decirles ser¨¢ ¡°Buenas tardes¡±, la direcci¨®n y ¡°Adi¨®s, gracias¡±. No hay por qu¨¦ ser cordial con quienes tratan a patadas, precisamente, a sus aliados m¨¢s fieles.?
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