Rayden ¡®Habla bajito¡¯ para que todos escuchen
TODOS LOS DOMINGOS almorzaba con ellos por obligaci¨®n. Siempre se levantaba con brusquedad de la mesa antes del postre, lanzaba su ¨²ltima sentencia sin esperar respuesta y sal¨ªa de la estancia dejando a todos con un nudo en la garganta. Entre las razones para acudir puntual con su pareja a la inc¨®moda cita semanal, estaban los v¨ªnculos de sangre, la inercia y un fino hilo de culpabilidad que no tardar¨¢ en quebrarse.
Ya no quedaba en aquella familia pizca de amor, ni nostalgia orquestada por recuerdos, solo ira, malestar que humedec¨ªa los cristales de tristeza. El odio era compartido adem¨¢s. No recordaban en el lugar gesto de cari?o alguno, tampoco risas aunque fueran enlatadas. Las acaloradas discusiones sobre el futuro del pa¨ªs, terminaban con golpes en la mesa, gritos y onomatopeyas.
Ellos fueron unos buenos padres, ella una buena hija. ¡°?Entonces?, ¡°?de d¨®nde ven¨ªa tanto odio?¡±, se preguntaba en voz baja su novio tras asistir en primera fila al espect¨¢culo. Conoc¨ªa la respuesta: se odiaban por sus ideas.
¡°Qu¨¦ l¨¢stima pero mejor callo¡±, pensaba. Hac¨ªa tiempo que hab¨ªa perdido la fuerza para opinar en cualquier situaci¨®n y no lo har¨ªa jam¨¢s en ¨¦sta. Su pareja solo discut¨ªa entre las paredes del hogar de sus progenitores. Observaban, cada uno a su manera, la vida pasar desde la barrera.
Estaban tan preocupados por la supervivencia que se hab¨ªan vuelto anodinos. Los versos del alem¨¢n Martin Niem?ller ca¨ªan sobre sus cabezas: ¡°Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los jud¨ªos, y yo no dije nada, porque yo no era jud¨ªo. Luego vinieron por m¨ª, y no qued¨® nadie para hablar por m¨ª¡±.
Ambos estallar¨ªan con Habla bajito de Rayden de su disco Sin¨®nimo. En este v¨ªdeo de Malditos Domingos, grabado en Cuervo Store, se funde el compromiso y la belleza en la misma pieza. Acompa?ado por la guitarra de H¨¦ctor Garc¨ªa, desata oleadas de sentimientos.
Demuestra que hace falta p¨®lvora para tanto ruido, que ¡°la mejor defensa siempre es un buen ataque¡±, que necesitamos micr¨®fono contra Dr¨¢cula, Bola de Dr¨¢gon contra el silencio.
Valientes sin miedo a la cr¨ªtica, a perder el like, a entrar en la nueva c¨¢rcel de las ideas, del humor. Necesitamos m¨¢s Gloria Fuertes, m¨¢s Clara Campoamor, m¨¢s Forges, m¨¢s libros como Fari?a, m¨¢s canciones as¨ª.
La sociedad sobreinformada necesita estrofas que se?alen con el dedo puntos oscuros, versos que escuezan pero curen, descarga el¨¦ctrica para volver a latir.
¡°S¨¦ que estoy m¨¢s guapo callado, que oveja que bala no pierde bocado, que muerto el perro se acab¨® la rabia, pero no se muere, tira del reba?o¡±, clama el artista. Palabras contra la autocomplacencia, la pereza, el miedo.
David Mart¨ªnez es un orador innato, un escritor con mecha. Un m¨²sico elegante y preciso al servicio del mensaje, de amor o de espinas. Hasta consigue que muevas zapatos y cabeza al ritmo de las balas. Sus gestos duelen, el tarareo te persigue, las rimas caen en cascada hasta que la c¨¢mara se rinde a sus pies.
Ojal¨¢ suene en sobremesas familiares, en centros p¨²blicos, de trabajo, en los edificios oficiales. Porque siguen haciendo falta historias y melod¨ªas para que no se olvide ni se repita, para discutir con cordura.
Como escribi¨® el island¨¦s Bergsveinn Birgisson: ¡°en el momento en que un hombre da la espalda a su propia historia se vuelve peque?o¡±. Habla bajito pero que te escuchen alto y claro.
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