La rebeli¨®n de los patriotas
Catalu?a es mestiza y reivindicamos tambi¨¦n la Espa?a mestiza; estamos hartos de exaltaciones como las de la plaza de Col¨®n. No queremos m¨¢s redentores ni destructores de la patria o ¡°salteadores de la naci¨®n¡±
Los que no acudimos a la concentraci¨®n de Col¨®n queremos manifestarnos. Hablo en mi nombre, pero creo que comparto la opini¨®n de cientos de miles de catalanes, y de otros muchos espa?oles, que no nos sentimos identificados ni con la deriva soberanista ni con el nacionalismo de golpes en el pecho que vimos el domingo en Madrid. Se nos acusa de permanecer silenciosos, pero nos sentimos silenciados. Si vives en Sevilla, Burgos o la Huesca de mi infancia, sacar la rojigualda al balc¨®n no tiene costes. Si eres un empresario de Vic, un funcionario de Barcelona o un empleado de Tarragona, te juegas el negocio, las posibilidades de promoci¨®n o la estima de tus colegas y amigos. Unas perspectivas de vida amenazadas por la posibilidad, peque?a y lejana en el tiempo, de secesi¨®n de Catalu?a, y por la probabilidad, grande y cercana, de conflicto social en esta hermosa tierra.
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Nuestra voz no est¨¢ representada por ning¨²n partido pol¨ªtico. Y est¨¢ manipulada por casi todos. No, no somos equidistantes entre los dos nacionalismos. Somos espa?oles, porque lo dicen el DNI y todos los ordenamientos jur¨ªdicos, nacionales e internacionales, habidos y por haber. Y nos sentimos espa?oles, porque compartimos lazos afectivos y de sangre con el resto de espa?oles. Y no es porque los apellidos m¨¢s frecuentes en Catalu?a sean todos de origen espa?ol ¡ªa diferencia de lo que ocurre en Noruega, cuya independencia de Suecia es un ejemplo para los independentistas catalanes, y donde los apellidos eran y son¡ noruegos¡ª, sino porque compartimos la misma cotidianidad y maneras de vivir. Nos compungimos con las mismas tragedias, como el accidente de Utrera, y nos elevamos con las mismas heroicidades, como tener el sistema de donaci¨®n de ¨®rganos m¨¢s alabado del mundo. O el gol de Iniesta, que cul¨¦s y periquitos celebramos con id¨¦ntica pasi¨®n.
Tambi¨¦n en Catalu?a vemos D¨®nde estabas..., el programa de La Sexta. No vemos O¨´ ¨¦tiez-vous... en la televisi¨®n francesa o Where were you... en la inglesa. Nuestro marco de referencia es Espa?a. Cada jueves noche, espa?oles de dentro y fuera de Catalu?a compartimos la melancol¨ªa de los veranos en los que bail¨¢bamos las mismas canciones, el orgullo de los avances en el reconocimiento de las minor¨ªas sexuales o la verg¨¹enza por el tratamiento medi¨¢tico del crimen de Alc¨¤sser. Y recordamos, con estupefacci¨®n, c¨®mo, desde la llegada de la democracia, hemos pasado de la retaguardia a la vanguardia del mundo avanzado en casi cualquier indicador de calidad de vida.
Cuando en 2039 veamos ¡®?D¨®nde estabas en 2019?¡¯ nos avergonzaremos de la locura nacionalista de unos y otros
Pero tambi¨¦n nos sentimos catalanes. De una Catalu?a que es parte de Espa?a. Una parte mestiza, no pura. Los catalanes queremos que ni?os y ni?as aprendan catal¨¢n, la historia de Espa?a y la propia de Catalu?a, que conozcan las canciones de Serrat, pero tambi¨¦n las de Llach. Muchos vivimos en Barcelona, una de las urbes m¨¢s cosmopolitas, y uno de los destinos tur¨ªsticos m¨¢s deseados, del planeta. Pero disfrutamos tambi¨¦n de la Catalu?a rural, ascendemos sus monta?as m¨¢gicas y honramos sus tradiciones, de los castellers al derecho matrimonial catal¨¢n, nos casemos en Montserrat o en un juzgado de El Prat. Catalu?a es mestiza. Y, defendiendo ese mestizaje, reivindicamos tambi¨¦n la Espa?a mestiza.
No somos equidistantes. Somos patriotas. Y ser patriota no es una as¨¦ptica adhesi¨®n a la Constituci¨®n, sino una emoci¨®n. Pero una emoci¨®n que busca la uni¨®n, no la confrontaci¨®n. Y, en estos momentos, en el debate p¨²blico espa?ol tenemos demasiados salvadores de la patria y pocos patriotas. Si algo aprendimos en el siglo XX es que los salvadores de la patria son quienes destruyen las patrias. No queremos m¨¢s redentores ni tampoco destructores de la patria o ¡°salteadores de la naci¨®n¡±, como llam¨® Alfonso Guerra a los independentistas. Estamos empachados de ambos.
Estamos hartos de que los independentistas hayan utilizado el proc¨¦s para poner bajo la alfombra los problemas reales de los catalanes, de una sanidad p¨²blica que exige reformas inaplazables a una pol¨ªtica de movilidad urbana que, de momento, ha dejado la ciudad organizadora del Mobile World Congress sin Uber ni Cabify. Un ejemplo palmario de negligencia es la escasa discusi¨®n sobre el modelo educativo, m¨¢s all¨¢, claro est¨¢, de los aspavientos de unos y otros sobre el ¡°adoctrinamiento¡± o la ¡°nostra llengua¡±.
En estos momentos se est¨¢ produciendo un debate acad¨¦mico interesante sobre los efectos de la inmersi¨®n ling¨¹¨ªstica sobre lo que de verdad importa a los padres y madres catalanas: ?cu¨¢nto aprenden sus hijos? Y lo que deber¨ªa importar a pol¨ªticos y analistas: ?tenemos un sistema educativo que garantiza la igualdad de oportunidades de todos los ni?os, o beneficia a quienes tienen m¨¢s recursos o hablan un determinado idioma en casa? Empieza a haber estudios emp¨ªricos, unos mostrando los efectos negativos, y otros los positivos, de la inmersi¨®n ling¨¹¨ªstica. Son estos datos, y la necesidad de elaborar m¨¢s, y m¨¢s rigurosos, estudios, lo que deber¨ªa hacer pivotar la discusi¨®n pol¨ªtica.
La base del argumentario independentista reposa sobre la premisa de que los espa?oles son catalan¨®fobos
Y estamos hartos de exaltaciones nacionalistas como las de la plaza de Col¨®n. Quienes, en Girona, Barcelona, Lleida o Tarragona, padecemos el desgobierno en Catalu?a, quienes somos acusados de traidores y botiflers, quienes vivimos en una burbuja donde tienes que vigilar tus palabras en cada conversaci¨®n, trivial o profesional, quienes sufrimos en nuestras carnes lo que otros observan desde fuera con la comodidad de los espectadores de un evento deportivo (y la irresponsabilidad de los hooligans), sabemos que manifestaciones como la del domingo, que inevitablemente desatan las pasiones m¨¢s rancias, son el mejor combustible para el independentismo.
La evidencia est¨¢ ah¨ª. Cuando el PP recog¨ªa firmas contra el Estatut hubo desaprensivos que, a preguntas de periodistas, contestaban algo del tipo ¡°estoy aqu¨ª para firmar contra los catalanes¡±. Y estas expresiones fueron, y siguen siendo, instrumentalizadas por los independentistas: ¡°?Veis? No nos quieren en Espa?a. Tenemos que irnos¡±. La base del argumentario independentista reposa, en el fondo, sobre la premisa de que los espa?oles son catalan¨®fobos.
La intenci¨®n de quienes convocaron la manifestaci¨®n, y de muchos de los que, con buen esp¨ªritu, acudieron a la llamada, no era desatar la catalanofobia. Pero en pol¨ªtica no cuentan las intenciones, sino los resultados, que ser¨¢n los mismos que los de la infausta recogida de firmas contra el Estatut: azuzar el fuego independentista.
Espero que cuando en 2039 veamos ?D¨®nde estabas en 2019? nos avergoncemos de la locura nacionalista de unos y otros. Los patriotas debemos rebelarnos.
V¨ªctor Lapuente es catedr¨¢tico de Ciencias Pol¨ªticas de la Universidad de Gotemburgo.
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