Habitantes pobres y turistas ricos, la desigualdad en la ciudad de los templos milenarios
El contraste entre los pescadores de la orilla del r¨ªo Irawadi a su paso por Bag¨¢n y los visitantes adinerados que visitan los monumentos delata la crudeza de la inequidad en Myanmar
Afirma Joseph E. Stiglitz, en su obra El precio de la desigualdad, que el 1% de la poblaci¨®n tiene lo que el 99% necesita. Seg¨²n el Nobel de Econom¨ªa, no existe otra especie o sistema en la naturaleza que favorezca tal distancia en los privilegios de unos pocos individuos frente al estado empobrecido de gran parte de la poblaci¨®n, y nuestro empe?o por mantener ese estado de desigualdades abismales nos lleva al fracaso econ¨®mico.
Un crucero de lujo que atraca frente a un poblado de pescadores en Myanmar, as¨ª como el Ferrari que atraviesa barrios humildes en Bombay o el avi¨®n privado que aterriza entre los arrozales en Vietnam son solo algunos de tantos ejemplos de desigualdad extrema que surcan el continente asi¨¢tico.
En Myanmar, el r¨ªo Irawadi (o Ayeyarwadi) se vuelve calmo y silencioso a su paso por Bagan, como si mostrara respeto a los miles de templos que a¨²n se conservan en la ancestral ciudad. La que un d¨ªa fuera la capital del reino birmano albergaba m¨¢s de 10.000 construcciones religiosas entre templos, estupas y monasterios. Tras invasiones y terremotos solo se conservan unos 2.200, pero son m¨¢s que suficientes para que sigan apareciendo sombras puntiagudas all¨¢ donde se pierde la vista en cualquier direcci¨®n.
En los a?os noventa, los gobernantes convinieron en expulsar a los habitantes de la conocida hoy en d¨ªa como Old Bagan, pues la llanura de los templos milenarios hab¨ªa empezado a crecer sin control con el aumento del turismo en la zona. La mayor¨ªa de sus antiguos pobladores fueron reubicados en un ¨¢rea cercana, a unos cinco kil¨®metros al sur, que se denomin¨® New Bagan. No todos consiguieron hacerse con su parcela para vivir y algunos, como la familia de Cutchuna, se asentaron a orillas del r¨ªo, al abrigo del templo de Gawdawpalin, el segundo m¨¢s alto de Bagan.
Se trata de un peque?o poblado de unos 150 habitantes, la mayor¨ªa pescadores, que ha heredado el nombre del r¨ªo que le da de comer: Irawadi. Unas 60 chozas de bamb¨² se apoyan firmes sobre pilares de madera a poco m¨¢s de un metro del suelo protegidas de las crecidas del r¨ªo y las lluvias torrenciales en la estaci¨®n monz¨®nica, comunicadas por estrechos caminos de lodo endurecido.
Cutchuna es uno de esos pescadores y su rutina lleva casi 20 a?os escrita. Cada atardecer, justo tras la puesta de sol se adentra en el r¨ªo a pescar y ah¨ª gasta sus noches enteras en un vaiv¨¦n de unas 12 horas de soltar y recoger redes. Una mara?a de hilos atados cada par de metros a una botella pl¨¢stica que hace de boya permite al hombre embolsarse, con suerte, unos 6.000 kyats (poco m¨¢s de tres euros) por jornada. Cada ma?ana, al despuntar el alba, Cutchuna regresa al pueblo, deja su barco en la orilla y se dispone a pesar la pesca para venderla. Algunos d¨ªas consigue compradores en algunos puestos cercanos y otros, se desplaza en su moto hasta Nyang U, donde se encuentra el mayor mercado de Bagan.
Al llegar a su casa, su mujer, Paopa, ya ha enviado a los ni?os al colegio y lo espera para dormir una siesta con ¨¦l. Paopa, que acaba de cumplir 50 a?os, se encarga con quietud y suavidad del cuidado de su casa, su marido y sus tres hijos. La mujer vive en austeridad pero en paz y conserva un talante apacible y sonriente. La terraza de su choza siempre est¨¢ llena de vecinos tomando t¨¦, comiendo cacahuetes y charlando. As¨ª pasan sus d¨ªas.
Incluso cuando los precios son desorbitados, el capital apenas se revierte en la poblaci¨®n local
Cada lunes, los vecinos cambian sus vistas al r¨ªo por la imagen del casco de una embarcaci¨®n enorme que se yergue frente al poblado. Se trata del famoso crucero de lujo The Strand Ayeyarwadi, que organiza viajes de tres o cuatro noches Mandalay-Bagan o Bagan-Mandalay a trav¨¦s del Irawadi. Tres plantas que alternan ventanales y paredes de dise?o emulan un peque?o hotel flotante. El crucero ofrece servicios de comidas exquisitas y masajes relajantes a bordo. El precio por habitaci¨®n y noche oscila entre los 600 y los 1.500 euros, unas cantidades que no conocen los lugare?os. Al atracar, decenas de turistas tienen que atravesar el poblado a pie hasta llegar a unos grandes coches negros que esperan a la entrada del camino para llevarlos a visitar los templos de Old Bagan. Muchos de ellos, en su camino, graban o hacen fotos a las chozas de bamb¨² y a sus ex¨®ticos habitantes mientras rehuyen de los ni?os que siempre se acercan a venderles postales de Myanmar.
El hecho de que el crucero atraque en la orilla de su pueblo no les supone m¨¢s beneficios que alguna limosna o golosina que los turistas regalan a los ni?os. La mercanc¨ªa y el personal vienen de Nyang U. Ellos solo les ven cruzar sus caminos de ida y de vuelta mientras una cola de ni?os los rodea y acompa?a gritando ¡°postales¡±, ¡°postales¡±, ¡°200 kyats¡±, ¡°Myanmar¡±, ¡°bonito¡±... Aunque muy rara vez consiguen vender alguna.
En la aldea de Irawadi, las familias suelen tener tres hijos de media, "?aunque hay quienes han tenido hasta nueve!", exclama Paopa mientras se echa la mano a la frente. La explicaci¨®n de traer tantos hijos a pesar de su pobreza es, seg¨²n la mujer, que muchas familias desfavorecidas les env¨ªan a a trabajar desde los cinco o seis a?os pues, a pesar de que en el pa¨ªs la educaci¨®n es obligatoria, siempre depende de la decisi¨®n de los padres. Incluso los que est¨¢n escolarizados dedican sus tardes y d¨ªas festivos a vender postales a turistas, como los tres hijos de Paopa, que asisten a un colegio cada d¨ªa pero ayudan en la econom¨ªa familiar en su tiempo libre. El mayor, Koko, ya ha cumplido 11 a?os y acompa?a a su padre en las noches de pesca durante las vacaciones.
Las mujeres del pueblo no tienen ingresos dado que su trabajo se reduce a lavar ropa en el r¨ªo, limpiar y cocinar. En sus casas de bamb¨², conviven con sus familias sin mayor intimidad que la que da una tela mosquitera sobre sus austeras camas, cuyos colchones no superan el grosor del canto de una moneda. Por los rincones se mezclan utensilios de cocina con ropa de cama y de ni?os y en algunas paredes hay fotos de d¨ªas especiales cuyas esquinas muestran el desgaste del tiempo. Dos o tres planchas atadas a unas cuerdas hacen de puertas que abren cada ma?ana para mantener la casa aireada mientras ellos dejan colgar sus piernas sentados en el borde. Una placa solar les proporciona la luz de unas bombillas al anochecer y la bater¨ªa para sus tel¨¦fonos m¨®viles (tienen uno por familia de los antiguos, con teclado num¨¦rico). Sin embargo carecen de otros aparatos como el televisor o la nevera.
El hecho de que un crucero atraque en la orilla de su pueblo no? supone m¨¢s beneficios que alguna limosna?
En los d¨ªas de lluvia se cierran las puertas y solo se escucha el rugir de la chapa de sus techos, pero en cuanto se despeja, los ni?os salen a toda prisa por fin liberados de su reclusi¨®n y el camino principal hasta el r¨ªo se envuelve de agudos gritos. Corretean de aqu¨ª para all¨¢, juegan a f¨²tbol en la orilla y comparten todo lo que tienen. Cuando la madre de alguno de ellos lo llama para darle unas galletas o un poco de leche, los m¨¢s de 20 cr¨ªos de la aldea se agolpan en la puerta de su casa para recibir su raci¨®n correspondiente. Seg¨²n Paopa, se alimentan de arroz, frutas y verduras. El pescado se reserva para hacer dinero y si sobra alg¨²n d¨ªa porque no se consigue vender todo, se cocina para los adultos, sobre todo para los hombres.
Casi todos los d¨ªas se acercan a la pagoda de Gawdawpalin a ofrecer sus oraciones y sus donaciones que rondan los 30.000 kyats (unos 17 euros) por familia en una vez cada dos meses, pues se van turnando y cada d¨ªa le toca a una familia distinta.
El camino desde la pagoda hasta su casa discurre entre matorrales y charcos que Cutchuna esquiva con su moto sin mayor dificultad. Cada lunes, le toca esquivar tambi¨¦n los grandes coches negros de alta gama que esperan a los turistas de The Strand a la entrada de Irawadi. El pescador se topa con personas que gastan en tres d¨ªas lo que ¨¦l no ganar¨¢ en tres a?os y les sonr¨ªe y espera paciente que suban a sus coches, cierren sus puertas y despejen la salida para poder pasar.
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