Las reglas del juego

Durante las sesiones para su confirmaci¨®n como juez del Tribunal Supremo de EE?UU, Ruth Bader Ginsburg, la segunda mujer designada para ocupar un puesto en la instancia que interpreta la Constituci¨®n de este pa¨ªs, realiz¨® una encendida defensa del derecho al aborto. En 1993, se trataba de algo extraordinario, dif¨ªcilmente asimilable para la derecha religiosa y retr¨®grada. Sin embargo, result¨® elegida por una mayor¨ªa abrumadora de senadores, tanto republicanos como dem¨®cratas: 96-3. Poco antes de la votaci¨®n, el senador republicano Orrin Hatch se dirigi¨® a la candidata, una mujer menuda, que ahora tiene 85 a?os, cuyo fr¨¢gil aspecto esconde una valent¨ªa insondable y una voluntad arrolladora. ¡°No estoy de acuerdo con usted en muchas cosas y usted no est¨¢ de acuerdo conmigo en muchas cosas. Pero ese no es el asunto. Creo que se ha ganado el derecho a formar parte del Tribunal Supremo¡±.

Esta escena puede verse en el excelente documental RBG, candidato al Oscar, que repasa la trayectoria de esta importante jurista, que ha peleado duro por una lectura progresista y abierta de la Constituci¨®n y por la defensa de la igualdad de las mujeres ante la ley. Tambi¨¦n puede leerse ¨ªntegra en el diario de sesiones del Senado, donde Hatch explica que la clave para decidir la idoneidad de un candidato, aunque haya sido designado por un presidente dem¨®crata como Bill Clinton, reside en su capacidad para interpretar la ley m¨¢s all¨¢ de sus propias convicciones personales.

El senador Hatch puede ser criticado por otras decisiones tomadas durante su larga carrera legislativa ¡ªpor ejemplo, por su apoyo a Donald Trump en su salida del Acuerdo de Par¨ªs sobre el clima o por su papel durante la confirmaci¨®n del juez Kavanaugh, al que crey¨® a pies juntillas frente a las acusaciones de abusos¡ª, pero aquel breve discurso que pronunci¨® en el verano de 1993 resume uno de los fundamentos de la democracia. El funcionamiento de las instituciones debe de estar por encima de cualquier ventajismo partidista, entre otras cosas porque las reglas que hoy perjudican a unos pueden favorecerles en el futuro. No es una cuesti¨®n de mover las leyes seg¨²n sopla el viento, sino de conseguir que resistan cualquier hurac¨¢n.