Los rastros del exilio
Cada espa?ol que sali¨® fuera tuvo que reinventarse
Cuando en febrero de 1939 las tropas del Ej¨¦rcito republicano se replegaron hacia Francia ante la imposibilidad de contener el avance franquista, hicieron el esfuerzo de cruzar la frontera de manera ordenada y con la cabeza alta. Los combatientes llevaban por dentro todo el dolor del mundo y estaban agotados y rotos, pero ten¨ªan tambi¨¦n la profunda convicci¨®n de haber hecho cuanto estaba en sus manos para derrotar al enemigo y defender las libertades que la Rep¨²blica trajo a Espa?a y su proyecto de justicia social y modernizaci¨®n del pa¨ªs. Cada cual lo hizo a su manera. Y hubo seguramente de todo. Algunos lucharon m¨¢s convencidos, otros con menos entusiasmo, y los hubo que lo hicieron obligados.
La situaci¨®n era ca¨®tica, una inmensa cantidad de hombres y mujeres llenaba las carreteras, y corr¨ªan todos las mayores penalidades con tal de evitar las represalias que se avecinaban, la muerte y la c¨¢rcel, la p¨¦rdida de un mundo que se ven¨ªa abajo. El caso es que se consigui¨® que una parte importante de las tropas republicanas pasara a Francia en perfecta formaci¨®n. Ah¨ª estaban, pod¨ªan haber sido derrotados pero conservaban la dignidad intacta y vivos los valores por los que hab¨ªan batallado. Algunos pocos pudieron regresar para seguir defendiendo lo que todav¨ªa quedaba de Rep¨²blica, pero la gran mayor¨ªa termin¨® en los campos de concentraci¨®n que se habilitaron de cualquier manera para hacer sitio a esa marea humana que consigui¨® escapar de la dictadura que se ven¨ªa encima. Empezaba para todos ellos el exilio, los exilios, muy diferente el de cada uno. C¨®mo sobrevivir, c¨®mo empezar de la nada y, en muchos casos, sin nada. C¨®mo tirar adelante, c¨®mo inventarse de nuevo.
Se conoce mal y se ha contado muy poco lo que signific¨® para tantos espa?oles esa enorme traves¨ªa que empez¨® durante aquellos d¨ªas, hace ahora ochenta a?os. Ferran Planes fue uno de ellos. Durante la guerra lleg¨® a ser teniente de la Comandancia de Artiller¨ªa del IX Cuerpo de Ej¨¦rcito y termin¨® escribiendo sus peripecias en una reveladora cr¨®nica que titul¨® El desbarajuste. ¡°Yo segu¨ªa en mis trece: democracia de tipo occidental, antifascismo, y me opon¨ªa al marxismo, porque no admit¨ªa la falta de libertad ni clase alguna de dogmatismo¡±, apunta all¨ª cuando narra el momento en que muchos soldados republicanos formaron una Compa?¨ªa de Trabajadores Extranjeros que colabor¨® en la construcci¨®n de una suerte de ¡°segunda l¨ªnea Maginot¡± para frenar el avance del nazismo en tierras francesas. Le toc¨® vigilar el trabajo de su secci¨®n junto a un tipo que proced¨ªa de Breta?a. ¡°Y el caso es que yo¡±, escribe, ¡°que no era franc¨¦s, me interesaba apasionadamente por aquella guerra, con la que vinculaba el porvenir del mundo (...), mientras ¨¦l s¨®lo so?aba con el regreso al hogar¡±.
Fue precisamente eso, el hogar, lo que perdieron los espa?oles que no tuvieron m¨¢s remedio que partir. Muchos de ellos no consiguieron nunca irse del todo. Ten¨ªan siempre la maleta lista para volver. As¨ª que vivieron en el filo de una navaja. A un lado, el mundo que hab¨ªan dejado atr¨¢s; al otro, aqu¨¦l en el que les toc¨® salir adelante. Cuando por fin consiguieron regresar, qui¨¦n sabe si con la esperanza de retomar el hilo donde lo hab¨ªan dejado, descubrieron que su hogar ya no era el mismo, y que tampoco ellos mismos se reconoc¨ªan. Si alguien les hubiera preguntado qui¨¦nes eran, seguramente habr¨ªan contestado como Ulises a Polifemo: ¡°Mi nombre es nadie¡±.
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