Ciudades sin campo
La capacidad para integrar el mundo rural se ha convertido en una de las claves para que la UE pueda seguir creciendo
Las ciudades son los nuevos pa¨ªses. Cada vez tienen un peso mayor en la vida de la humanidad, no solo econ¨®mico, sino social y pol¨ªtico. Da la sensaci¨®n de que todo lo que resulta relevante tiene lugar en las grandes urbes, los espacios donde se impulsan las nuevas tecnolog¨ªas y aprenden a convivir diferentes culturas. All¨ª est¨¢n los grandes museos, las exposiciones, las librer¨ªas, los teatros, los aeropuertos internacionales. Sin embargo, todo eso no funcionar¨ªa sin el campo que las rodea, no solo porque es all¨ª donde se producen los alimentos que los urbanitas consumen a gran escala, sino porque el sustrato cultural e hist¨®rico de casi todas las naciones europeas procede tanto del mundo rural como del urbano. La historia de la UE ha estado marcada por el peso de la ruralidad, a trav¨¦s de la Pol¨ªtica Agr¨ªcola Com¨²n (PAC), destinada a evitar que las zonas rurales quedasen atr¨¢s. Y los agricultores siempre han hecho o¨ªr su voz, desde los chalecos amarillos que han incendiado media Francia hasta aquellos que quemaban casi de forma rutinaria camiones de fresas y tomates en la frontera con Espa?a.
Ser ciudadanos de la UE pasa por reconocer nuestro enorme lazo con el campo, especialmente en Espa?a, donde si rascamos un poco descubrimos que casi todos pertenecemos a familias de pueblo ¡ªpocos artistas han retratado esa relaci¨®n con tanta profundidad como Pedro Almod¨®var en filmes como Volver o en su nueva pel¨ªcula, Dolor y gloria¡ª. Libros como La Espa?a vac¨ªa, de Sergio del Molino, o Los ¨²ltimos. Voces de la Laponia espa?ola, de Paco Cerd¨¤, nos han colocado ante el inc¨®modo espejo de nuestra ignorancia. Conocemos el mundo rural porque pasamos all¨ª los fines de semana, aunque sea para constatar, como titul¨® Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez un art¨ªculo en EL PA?S, que ¡°es un lugar horrible donde los pollos se pasean crudos¡±.
Cartas desde Europa
El laboratorio belga. Por B¨¦atrice Delvaux.
Re?idos somos m¨¢s fuertes. Por Edgar Schuler
La debilidad de Europa es la debilidad de Alemania. Por Silke M¨¹lherr
Sin embargo, el peso de la poblaci¨®n rural en la UE no es nada desde?able: seg¨²n el ¨²ltimo Eurostat dedicado espec¨ªficamente a este tema, un 28% de la poblaci¨®n de la Uni¨®n viv¨ªa en zonas rurales y un 40,4%, en urbes. El 31,6% habita en peque?as ciudades y en suburbios, con lo que es muy posible que padezca los mismos males de abandono de los servicios p¨²blicos que los habitantes rurales. Y, adem¨¢s, se trata de dos porcentajes en aumento: 1,7% con respecto al ¨²ltimo estudio en el caso del campo, y 4,7% en el caso de los suburbios. Solo tres pa¨ªses albergan una mayor¨ªa de poblaci¨®n urbana: Malta, que no cuadra en ninguna estad¨ªstica porque es min¨²sculo (400.000 habitantes) y una isla; el Reino Unido, que pronto no formar¨¢ parte de la UE (bueno, lo de pronto est¨¢ por ver), y Espa?a, que padece un tremendo problema de despoblaci¨®n en las zonas rurales. Salvo en Francia, en ning¨²n otro Estado europeo tiene un peso tan grande en la cultura popular y en la identidad colectiva y, sin embargo, en ning¨²n otro pa¨ªs el mundo campesino parece tan remoto y se siente, con raz¨®n, tan ignorado.
La interdependencia entre el campo y la ciudad no es algo nuevo. Desde que resurgieron las ciudades en Europa, en torno al a?o 1000, despu¨¦s de los siglos oscuros de la primera Edad Media, se cre¨® una ¨®smosis: las urbes eran lugares en los que buscar protecci¨®n, el escenario donde se celebraban las grandes ferias agr¨ªcolas con las que rebrot¨® el comercio detenido desde la ca¨ªda del Imperio Romano; el campo, a su vez, proporcionaba los alimentos sin los que estas no pod¨ªan crecer, ni siquiera sobrevivir. Un ejemplo que han estudiado muchos historiadores es c¨®mo la pujanza econ¨®mica y cultural de Florencia durante el Renacimiento impuls¨® hasta casi agotar los recursos del campo toscano, que sigue siendo hoy en d¨ªa uno de los m¨¢s poderosos de Europa por la cantidad de productos que distribuye en todo el mundo.
Resulta evidente que Europa no se puede construir sin los habitantes del mundo rural, como ha quedado claro en la fronda de los chalecos amarillos. Emmanuel Macron, el m¨¢s europe¨ªsta de los mandatarios de la UE, se enfrent¨® a una revuelta popular como consecuencia de la subida del gas¨®leo: se hab¨ªa olvidado de que muchos habitantes de pueblos y peque?as ciudades no pudieron renovar su parque m¨®vil durante la crisis. La ¨²ltima visita del presidente franc¨¦s al Sal¨®n Agr¨ªcola de Par¨ªs se sald¨® con unos cuantos silbidos cuando toc¨® temas que encarnan la fractura campo/ciudad, por ejemplo el uso de los pesticidas o el acuerdo de libre comercio con Mercosur. Ocurre algo parecido con la caza o con la protecci¨®n de los grandes carn¨ªvoros, nefastos para el ganado y defendidos a capa y espada por los ecologistas urbanos. Lo grave es que ambos tienen raz¨®n desde su punto de vista. La capacidad para integrar el mundo rural se ha convertido en una de las claves para que la UE pueda seguir creciendo, no tanto en el n¨²mero de pa¨ªses, que parece haber tocado techo al menos en los pr¨®ximos a?os, sino con la solidificaci¨®n de una aut¨¦ntica conciencia europea. Y este viaje pasa por el campo.
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