Del bipartidismo a los bloques
El l¨ªder naranja pretende delinear una competici¨®n preelectoral polarizada donde no exista una disputa ideol¨®gica de fuerzas a derecha e izquierda por el centro
Cuando se levanta un muro en nombre de la naci¨®n, se rompe la sociedad por dentro. Lo sab¨ªamos ya, pero el muro metaf¨®rico sobre el que Puigdemont proyect¨® su rep¨²blica ficticia lo puso de nuevo de manifiesto: cristaliz¨® en la fractura social de Catalu?a. Las elecciones de diciembre confirmaron, de hecho, la solidificaci¨®n de dos bloques enfrentados e inmunes al discurso ajeno, con todo el espacio pol¨ªtico intermedio fagocitado, cuando solo la permeabilidad fronteriza asegura, tambi¨¦n lo sabemos, una m¨ªnima estabilidad emocional. Porque erigir un dique no es m¨¢s que una imposici¨®n que pretende definir c¨®mo hemos de sentirnos pol¨ªticamente.
Y resulta que esto es precisamente lo que acaba de hacer Albert Rivera con dos gestos dise?ados calculadora electoral en mano: imponer una vetocracia anunciando que no pactar¨¢ con el PSOE y expulsarlo del llamado ¡°bloque constitucional¡±, como si un partido pudiera decidir qui¨¦n es o no constitucional. El l¨ªder naranja pretende delinear una competici¨®n preelectoral polarizada donde no exista una disputa ideol¨®gica de fuerzas a derecha e izquierda por el centro, una l¨®gica que permit¨ªa hacer converger la tensi¨®n pol¨ªtica hacia la centralidad y facilitaba la b¨²squeda de acuerdos. Los actuales bloques, siempre artificiosos, no solo modifican las coordenadas del debate: reducen los espacios pol¨ªticos disponibles. Parad¨®jicamente, la jugada de Rivera parece decirnos que el bipartidismo permit¨ªa una mayor pluralidad.
Rivera est¨¢ construyendo un muro, un dique metaf¨®rico que juega a una identidad de ida y vuelta: puede ser evidente que Vox y Cs no representan la misma cosa, pero la l¨®gica del muro empuja a que se mimeticen. Al resignificar al PSOE que apoy¨® el 155 del Gobierno de Rajoy como no constitucionalista, se redefine de facto a toda la derecha como bloque. La explicaci¨®n para esta jugada tan absurda y peligrosa puede ser demosc¨®pica, pero su efecto performativo es enorme. La idea misma de un bloque constitucional es un marco comunicativo ficticio: no existe el bloque, sino el consenso constitucional.
Nuestra Constituci¨®n no es militante; es un tablero de juego que quiso acoger a todos los partidos, incluidos aquellos que no reconoc¨ªan el demos espa?ol. Ese espacio inclusivo era la argamasa que sosten¨ªa la convivencia entre m¨²ltiples identidades. En lugar de preservar ese ¨¢mbito de cohabitaci¨®n y entendimiento mutuos, ahora se pretende que la Constituci¨®n delimite un nosotros y un ellos, estableciendo una concepci¨®n un¨ªvoca de lo que es nuestro pa¨ªs. Lo que en realidad refleja, sin embargo, es que no han entendido nada: ni lo que es la Constituci¨®n, ni lo que es Espa?a.
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