Cuando tiritan los cuchillos
No conozco Venezuela, no he estado all¨ª nunca, pero me duelen las noticias en los ojos. Las que parecen falsas, las que parecen verdaderas
EST?N LOS VIEJOS cuchillos tiritando bajo el polvo. Es una imagen lorquiana. Surrealista; es decir, profundamente real. El escalofr¨ªo de los cuchillos bajo la fina capa de polvo de la historia. Tambi¨¦n Lorca, con esa precisi¨®n informativa de la mejor poes¨ªa, habla de c¨®mo ¡°una brisa corta, ecuestre, salta los montes de plomo¡±. Una brisa as¨ª, un golpe ecuestre, puede barrer el polvo y dejar a la intemperie todos los cuchillos.
Hace tiempo que esa imagen me golpea cada vez que leo una noticia sobre Venezuela. Suelen ser noticias con filo agresivo, que rebanan el ojo, ese otro golpe surrealista de Bu?uel. El periodismo, como la poes¨ªa, deber¨ªa ayudarnos a ver lo que no est¨¢ bien visto. Pero en lo que ata?e a Venezuela, cada vez veo peor, borroso y turbio. Hasta que, ?crash!, llega la noticia de un gran apag¨®n el¨¦ctrico. La met¨¢fora como sabotaje. Tiempo de oscuridad. Ensayo de ceguera.
No conozco Venezuela, no he estado all¨ª nunca, pero me duelen las noticias en los ojos. Las que parecen falsas, las que parecen verdaderas. Todas. En realidad, en la realidad surrealista, creo que s¨ª he estado en Venezuela. Nac¨ª all¨ª. Y all¨ª volv¨ª a nacer.
Mi padre emigr¨® a Venezuela desde Galicia en el a?o 1957. Al d¨ªa siguiente de llegar, ya encontr¨® trabajo en la construcci¨®n, all¨ª mismo, en La Guaira. Cuando emigr¨®, yo quedaba en el vientre de mi madre, de maravilla. As¨ª que cuando nac¨ª, cuando me arrancaron de las entra?as al mundo, ¨¦l estaba al otro lado del oc¨¦ano, techando una obra. Despu¨¦s de horas al sol, not¨® que el cuerpo humeaba.
¡°?Hueles a llanta quemada, gallego!¡±, le dijo un compa?ero venezolano. En el puerto hab¨ªa un cubo con hielo y agua. Apag¨® el incendio, pero cay¨® enfermo. En el catre de un barrac¨®n, a solas, enfebrecido, dio bandazos durante d¨ªas en una traves¨ªa hacia ninguna parte. Solo ten¨ªa conciencia de estar vivo cuando o¨ªa una voz que chillaba en la vecindad: ¡°?Merceditas!¡±. Era un loro. Mi padre se salv¨® gracias a un loro, y eso a m¨ª me emocionaba. ?Qu¨¦ pa¨ªs!
Estuvo poco tiempo en Venezuela, el necesario para poder ahorrar y comprar un solar en su propia tierra. Pero esa vida de emigrante para m¨ª fue la gran aventura infantil sin haber ido. Le preguntaba y siempre hab¨ªa algo nuevo que contar. Por ejemplo, conoci¨® a canarios que hab¨ªan llegado en barcas, como pateras, desde las islas. Y aquello, que parec¨ªa imposible, lo confirm¨¦ hace unos a?os leyendo Historia de un encargo: ¡°La catira¡± de Camilo Jos¨¦ Cela, de Gustavo Guerrero. All¨ª aparecen, en primera p¨¢gina de los diarios, las llegadas de ¡°refugiados¡± canarios y fotos de las fr¨¢giles embarcaciones. ?Y hab¨ªa que atravesar el oc¨¦ano!
Hoy son muchos hombres y mujeres venezolanos quienes tienen que marchar de su pa¨ªs. Una rep¨²blica con grandes recursos y grandes desigualdades. El suelo de la rep¨²blica est¨¢ lleno de grietas que, cuando se abisman, provocan estallidos sociales como el Caracazo de 1989, con centenares de personas muertas o desaparecidas. Si una gran parte del pueblo apoy¨® la ¡°revoluci¨®n bolivariana¡± fue, en primer lugar, por ese anhelo de remontar la pobreza y universalizar la sanidad y la educaci¨®n. Un patriotismo del bienestar.
No puede haber seguridad sin justicia social, pero tampoco puede haber justicia sin libertad. El caudillismo suele derivar en un espantajo autoritario. Ese peligro existe, lo que hoy no es razonable es presentar al Gobierno ¡°bolivariano¡± como una tiran¨ªa, ni a Maduro como un tirano. Al chavismo se le pueden criticar muchas cosas, pero no el no hacer elecciones.
Convertir al antagonista en un demonio. Eso es lo que est¨¢n haciendo, como una ¨²nica estrategia, los viejos halcones que han vuelto a anidar en la Casa Blanca. ?En qu¨¦ ¡°tiran¨ªa¡± los opositores pueden concentrarse delante de los cuarteles invitando a los soldados a desertar o a alzarse contra el Gobierno? ?Y el barajar en p¨²blico como posible ¡°soluci¨®n¡± una intervenci¨®n militar urdida por la alegre manada de Trump? La forma de ganarse el respeto, la legitimidad moral, empieza por cerrar el paso a cualquier alternativa que no sea contar votos. Porque ese es el dilema: contar votos o romper cabezas.
No creo que haya una mente siniestra a la que no importe un Vietnam en Am¨¦rica Latina con tal de descalabrar al odiado antagonista. Pero la suma de codicia y estupidez puede producir ese efecto siniestro.
No me extra?a que, bajo el polvo, tiriten los cuchillos de Am¨¦rica.
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