¡®Dolor y gloria¡¯: el primer deseo
No es autoficci¨®n, pero la pel¨ªcula parte de m¨ª mismo. Todo en mi cine es representaci¨®n, huyo del naturalismo, no pretendo que mis pel¨ªculas parezcan reales; pero s¨ª que el espectador se reconozca en ellas
?Es Dolor y gloria una pel¨ªcula basada en mi vida? No, y s¨ª, absolutamente. Todas mis pel¨ªculas me representan. Es cierto que esta me representa m¨¢s, pero desde el momento en que empiezo a escribir sobre una base conocida ¡ªprocedente de la realidad, de algo que he le¨ªdo en el peri¨®dico, que me han contado, de lo que he sido testigo o simplemente un episodio de mi propia vivencia¡ª la historia empieza a encontrar su verdadero camino (cinematogr¨¢fico, en este caso) para convertirse en ficci¨®n. El resto del trabajo lo hago guiado e impulsado por la imaginaci¨®n. Y la imaginaci¨®n no se preocupa tanto de la verdad como de la verosimilitud, y de que el resultado sea entretenido y emocionante.
La historia de Dolor y gloria muestra a un hombre a sus 60 a?os, varado en el sof¨¢ de su casa por una depresi¨®n provocada por diversas causas: la edad (formado en los ochenta, est¨¢ acostumbrado a vivir siempre juvenil y explosivamente), una severa operaci¨®n de espalda que le provoca m¨²ltiples dolores y le impide moverse como antes, la sensaci¨®n de que su p¨¦sima forma f¨ªsica le impedir¨¢ volver a rodar una pel¨ªcula y el aislamiento al que ¨¦l mismo se ha condenado (si dejas de contestar al tel¨¦fono y de llamar, en dos a?os se olvidan de ti).
En esta soledad sin horizontes al personaje le sobra tiempo. Y el tiempo libre es como un desierto en el que se desorienta. De modo natural, la soledad y el silencio le traen como un viento fresco retazos de su infancia. Nunca hab¨ªa tenido tiempo para recordar. No es un personaje al que le guste mirar atr¨¢s, siempre vivi¨® en el futuro, en las historias que escrib¨ªa y rodaba, y toda su vida pend¨ªa de esa excitaci¨®n de la escritura y de la gran aventura de los rodajes.
La relaci¨®n materno-filiales encierra silencios, es un modo de respetarse mutuamente y evitar problemas
Salvador Mallo, as¨ª se llama, recuerda su infancia y los ¨²ltimos meses de la vida de su madre, a la que cuid¨® y que le dej¨® un recuerdo amargo. En las relaciones materno-filiales siempre hay silencios, es un modo de respetarse mutuamente y evitar problemas.
No es que me moleste que la pel¨ªcula se vea como una autoficci¨®n, y me parece halagador cuando dicen que hay un momento en el que Antonio Banderas, que encarna a Mallo, desaparece y me ven a m¨ª. Me impresiona porque Antonio en ning¨²n momento intent¨® imitarme, aunque tenga mi pelo, mi casa, mis colores...
La autoficci¨®n en literatura es un g¨¦nero respetado con verdaderos hitos: De vidas ajenas, de Emmanuel Carr¨¨re; El a?o del pensamiento m¨¢gico, de Joan Didion, o el libro del hijo de Juan Giralt sobre su padre (Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente). Todos son grandes cr¨®nicas sobre el dolor y la p¨¦rdida. La literatura que viene de la realidad, del yo, es un g¨¦nero que ya tiene muchos a?os, si pienso en A sangre fr¨ªa, de Capote, o en Tom Wolfe. En cine tiene una tradici¨®n m¨¢s reducida y me temo que est¨¢ peor visto o se presta a una apreciaci¨®n ambigua.
Dolor y gloria no es autoficci¨®n, pero es cierto que la pel¨ªcula parte de m¨ª mismo. No habr¨ªa guion si no hubiera sido operado de la espalda y vivido el largo posoperatorio y la inmovilidad que vino despu¨¦s, as¨ª como el cambio radical que experimentan los m¨²sculos para compensar la ¡°fijaci¨®n¡± de la mitad lumbar. Pero no quiero hablar de ello, no soy una v¨ªctima ni quiero que se me vea as¨ª. Hay enfermos reales que est¨¢n infinitamente peor que yo; por respeto a ellos no soy qui¨¦n para hablar del dolor. Salvador est¨¢ peor que yo, pero tampoco quiero que se queje, los problemas del personaje van por otro lado.
En cuanto a mis relaciones con los dem¨¢s, Dolor y gloria no es una pel¨ªcula en clave en la que buscar qui¨¦n se esconde detr¨¢s de los personajes. Por supuesto que he partido de sentimientos propios reales, pero me han servido para escribir la primera l¨ªnea. El resto es inventado, imaginado, impulsado por la fuerza de la ficci¨®n.
Todo en mi cine es representaci¨®n, siempre he huido del naturalismo, no pretendo que mis pel¨ªculas parezcan reales. Pero s¨ª pretendo que el espectador se reconozca en ellas. No busco que en las escenas con Julieta Serrano piense si yo tuve problemas con mi madre, sino que se vea a s¨ª mismo frente a su propia madre, que admire la ejecuci¨®n delicada e intensa de la actriz y se emocione con la interpretaci¨®n de Antonio Banderas cuando la mira y escucha. Que cuando hable de mis amores truncados piense en s¨ª mismo, en su relaci¨®n con el deseo, correspondido o no, y en la importancia de haber amado, no importa c¨®mo le haya ido, porque lo importante es amar.
Soy muy pudoroso en la vida real, pero el pudor desaparece cuando escribo y dirijo. En ese momento me siento libre
Soy muy pudoroso en la vida real, pero mi pudor desaparece cuando escribo y dirijo, en esos momentos estoy desnudo y me siento totalmente libre. Por supuesto, la pel¨ªcula habla del cine y de la importancia del cine en mi vida. Podr¨ªa decir que el cine es mi vida o que mi vida es el cine. La aut¨¦ntica droga de la pel¨ªcula es el cine, no la hero¨ªna, la verdadera dependencia de Salvador es la de seguir haciendo pel¨ªculas, el cine le ha vampirizado por completo.
Hay una vaga similitud, de la que no era consciente cuando rodaba, entre Dolor y gloria y Arrebato, de mi amigo Iv¨¢n Zulueta. Los protagonistas de ambas son directores, bastante aislados y con una precaria relaci¨®n con la realidad. Ambos consumen hero¨ªna, pero de modo muy distinto: Jos¨¦ Sirgado es en Arrebato un consumado yonqui de unos 35 a?os, Salvador Mallo empieza a tomarla a los 60 como analg¨¦sico para sus dolores de espalda.
Sirgado descubre que cuando se filma a s¨ª mismo en super8, siempre bajo los efectos de la hero¨ªna, la c¨¢mara arrebata su imagen durante unos cuantos fotogramas (su imagen desaparece y el fotograma se vuelve rojo oscuro). Esa ausencia de su imagen le intriga, le atrae y le obsesiona. En las posteriores filmaciones, la c¨¢mara le fagocita durante m¨¢s fotogramas, el rojo dura cada vez m¨¢s, lo mismo que su ausencia. El rojo de la imagen arrebatada es un oscuro misterio, probablemente la advertencia de un final o la transici¨®n a otro estado de naturaleza desconocida. Huida, entrega e inmolaci¨®n. Sirgado decide dejarse arrebatar para no volver a su vida material nunca m¨¢s. La c¨¢mara y la droga le absorben hasta engullirlo para siempre.
En Dolor y gloria la hero¨ªna tiene la funci¨®n opuesta; cuando Salvador la toma abre la puerta a un lugar luminoso donde su madre canta mientras lava la ropa, llega con su familia a un pueblo pintado de blanco con chimeneas a ras de suelo y un torre¨®n legendario, un lugar m¨ªtico.
El gran problema de Mallo es que a causa de sus dolencias cree que no volver¨¢ a rodar, trabajo muy f¨ªsico para el que no se ve en condiciones. Y sin un rodaje a la vista su vida carece de sentido. Pero hay algo m¨¢s: en su estado depresivo no dispone de ninguna historia que contar. Solo podr¨ªa hablar de s¨ª mismo, y en sus circunstancias eso le repele (a m¨ª no, por eso soy yo quien cuenta su historia).
Cuando Salvador encuentra en una galer¨ªa de segunda una acuarela ¡ªel retrato que un joven alba?il le hizo en la cueva de su infancia¡ª recuerda v¨ªvidamente 50 a?os despu¨¦s la pulsi¨®n del primer deseo. Y vuelve a sentir que esa historia deber¨ªa ser narrada. (Esta es la historia que Salvador cuenta, no yo, la que lleva por nombre El primer deseo). Es un sentimiento apasionado y vertiginoso, el mismo que yo he sentido antes de cada una de mis 21 pel¨ªculas. Y esa necesidad imperiosa de narrar El?primer deseo le salva la vida.
Pedro Almod¨®var es director de cine.
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