Tambi¨¦n ella
El mundo continuaba siendo impenetrable. Tras su lectura, solo sab¨ªa que los que ¨ªbamos en el aquel vag¨®n tarde o temprano morir¨ªamos
Todos los que nos hall¨¢bamos en aquel vag¨®n del metro morir¨ªamos. Un d¨ªa morir¨ªamos. Observ¨¦ detenidamente los rostros de los viajeros. Eran mis hermanos y mis hermanas de muerte. Uno a uno ir¨ªamos cayendo, quiz¨¢ los m¨¢s j¨®venes primero. Iba lleno el vag¨®n, hasta los topes. Mucha muerte, pues, una carnicer¨ªa. Yo hab¨ªa encontrado asiento y llevaba el peri¨®dico entre las manos. Hab¨ªa le¨ªdo las noticias financieras y las deportivas y las culturales y las de sociedad y las de pol¨ªtica nacional e internacional, por ese orden, sin dar un solo paso en la direcci¨®n del conocimiento. El mundo continuaba siendo impenetrable. Tras su lectura, solo sab¨ªa que los que ¨ªbamos en aquel vag¨®n tarde o temprano morir¨ªamos. Siempre que arrojas un objeto al aire, cae. Siempre que alguien nace, muere. Etc¨¦tera.
Fantase¨¦ con la posibilidad de que hubiera entre la muchedumbre un inmortal. Lo busqu¨¦ sin hallarlo. Todos llev¨¢bamos la marca de la muerte en la mirada. Abr¨ª de nuevo el diario y le¨ª ahora el editorial, aunque sin provecho alguno. Imagin¨¦ un peri¨®dico en el que, al d¨ªa siguiente, en la primera p¨¢gina, a cinco columnas, apareciera este titular: ¡°Coinciden en el mismo vag¨®n de metro, el mismo d¨ªa y a la misma hora, noventa personas que van a morir. Juan Jos¨¦ Mill¨¢s, que era una de ellas, prefiri¨® no hacer declaraciones¡±. Advert¨ª que esa noticia me ayudaba a comprender el mundo mejor que el relato sobre el enfriamiento de la econom¨ªa. En esto, las puertas del vag¨®n se abrieron y entr¨® una mujer con la que intercambi¨¦ una mirada casual, aunque repleta de sentido, como si tambi¨¦n ella estuviera en el secreto de lo que nos esperaba. Me baj¨¦ en la estaci¨®n de Callao, pues la de Gran V¨ªa estaba cerrada por las obras del Ayuntamiento.
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