Soberanismos

Es la enfermedad de este tiempo. En sus distintas variantes, sobre el tel¨®n de fondo de la crisis iniciada en 2008, la reivindicaci¨®n de la soberan¨ªa entra en juego, bien para disgregar organizaciones pol¨ªticas preexistentes, bien para debilitarlas. Lo primero que sorprende es que incluso los fracasos m¨¢s espectaculares de esta l¨ªnea pol¨ªtica son vistos como experiencias singulares sin aplicaci¨®n alguna a los proyectos que se mueven en esa direcci¨®n. Es as¨ª como en nuestra crisis catalana no hay un solo independentista que haya esbozado una reflexi¨®n sobre el desastre del Brexit. Y cuando alguien se asoma, lo hace, como Iceta, de forma inadecuada: no es que haya que esperar a que los independentistas lleguen al 65% a fuerza de hacer la vida imposible a Catalu?a y al Estado, sino que a la luz de lo ocurrido en Gran Breta?a constituye un enorme disparate, para todos, jugarse la existencia de un Estado por el procedimiento de la ruleta rusa. Gane quien gane. En Quebec, la independencia estuvo a punto de ganar y luego el independentismo se desplom¨®. En suma, la autodeterminaci¨®n sobre esas bases nada tiene que ver con la democracia, sino, seg¨²n vemos en Londres, con su autodestrucci¨®n.

La otra vertiente del soberanismo consiste en reivindicarlo frente a Europa, con el prop¨®sito de romper la mesa de juego colectiva para otorgar ventajas a determinados jugadores individuales. Es el caso de la Italia de Salvini y de Di Maio, de la Francia de Marine Le Pen, de Polonia, de Hungr¨ªa,... La sucia jugada de potenciar los beneficios individuales a costa del inter¨¦s colectivo europeo solo funciona si los dem¨¢s jugadores lo aceptan. Es lo que Keynes llam¨® la paradoja del ahorro, que minimiza sus riesgos en crisis a costa de la demanda colectiva de todos. Esta tentaci¨®n suicida ignora que la Uni¨®n Europea es el ¨²nico basti¨®n ante un proceso globalizador muy desfavorable donde, adem¨¢s, emerge la nueva hegemon¨ªa de China que ¡ªcomo ya ocurre en Europa del Este y en Italia¡ª juega la baza de desatar los v¨ªnculos intraeuropeos en beneficio propio.

De cara a las pr¨®ximas elecciones europeas, el riesgo viene en pinza desde la extrema derecha (Le Pen, Vox) a la extrema izquierda (M¨¦lenchon, Podemos). Aqu¨ª interviene la falacia del progresismo: los fines se justifican por s¨ª mismos, independientemente de su viabilidad econ¨®mica. Iglesias parece seguir a aquel de sus profesores que antes de gozar del capital financiero ve¨ªa en el capitalismo algo criminal. Pregunt¨¦mosle: ?qui¨¦n era m¨¢s reaccionario, Luis de Guindos o ¡°el socialismo del siglo XXI¡± de Ch¨¢vez y Monedero? La pregunta es si ser¨¢ capaz de rectificar este modo de afrontar la econom¨ªa, y de apreciar el papel de Europa, al incorporarse a un Gobierno.