Una bola de ¡®pinball¡¯
De '1984' de Orwell se me qued¨® grabado esto: ¡°Del dolor s¨®lo se pod¨ªa desear una cosa: que cesara. No hab¨ªa nada tan malo en el mundo como el dolor f¨ªsico"
Acaso los planos m¨¢s bellos de Dolor y gloria son aquellos en los que el protagonista, el director de cine Salvador Mallo, echa un coj¨ªn al suelo para apoyar la rodilla y, agachado, busca la hero¨ªna entre sus medicamentos. Lo primero que ense?a la droga es a agacharte ante ella: te pone de rodillas en el ba?o para inhalarla, te tala como un ¨¢rbol hasta acabar de cuclillas tras inyectarla. Escondida en la pel¨ªcula hay una m¨²sica entre el dolor f¨ªsico de Mallo y la gloria que busca para aliviarlo, y la lucidez necesaria para saber que la gloria puede destruir mucho m¨¢s r¨¢pido que el dolor.
Y sin embargo la derrota de esas escenas no es la hero¨ªna, una opci¨®n al fin y al cabo, sino el coj¨ªn, que no se elige. Toda la pel¨ªcula amenaza con ser la rodilla en tierra de Almod¨®var, incluida la aparici¨®n de una madre que llega para escribir el testamento de su hijo, y sin embargo siempre aparece en el ¨²ltimo momento un coj¨ªn que impide que la rodilla claudique. No solo de viejo por el dolor, sino de ni?o por la gloria: el ni?o que descubre de golpe su sexualidad al ver a un adolescente desnudo ba?¨¢ndose en su casa deja caer las toallas y lo primero que hace en su desmayo es apoyar la rodilla en ellas. Esa rodilla es la del protagonista Mallo, la del creador Almod¨®var y la nuestra, el p¨²blico que, aun sabiendo que hay un momento en el que no queda m¨¢s remedio que bajar la rodilla, se resiste a doblar la pierna.
Todo ello emparenta con uno de los asuntos m¨¢s turbadores de Almod¨®var, explicitados en el impresionante final de ??tame!: gente al borde de la bancarrota, siempre tambale¨¢ndose, que se dobla como el junco pero siempre sigue en pie. Y una frase que persigue al espectador al salir del cine, algo as¨ª como ¡°yo no quer¨ªa que le pasase nada a los protagonistas de las pel¨ªculas¡± pronunciada por el ni?o.
Una angustia que en mi caso ha ido creciendo al punto de ver ciertas pel¨ªculas no solo neg¨¢ndome a suspender la incredulidad, sino repiti¨¦ndome a m¨ª mismo que todo es mentira, que es un rodaje, que a esa actriz la he visto en m¨¢s pel¨ªculas, y era feliz. Parafraseando a Carlos Boyero: ¡°No me las creo, pero porque no me da la gana de cre¨¦rmelas¡±. Obvio aclarar que cuando la pel¨ªcula es buena no hay esfuerzo que valga. Y cuando lloro una muerte o un destino, y pienso en ese pobre personaje, de lo que tengo ganas al acabar la pel¨ªcula es de poner otra de esa actriz o actor, preferiblemente una mala comedia rom¨¢ntica para no acabar a¨²n m¨¢s en la mierda.
Hay pocas nostalgias m¨¢s sofisticadas que la resistencia a la ficci¨®n, y pocos infiernos mayores que la resistencia al sufrimiento. De 1984, de Orwell, se me qued¨® grabado esto: ¡°Del dolor solo se pod¨ªa desear una cosa: que cesara. No hab¨ªa nada tan malo en el mundo como el dolor f¨ªsico. Ante el dolor no hay h¨¦roes, ning¨²n h¨¦roe¡± (siempre he pensado que en la prohibici¨®n de la eutanasia hay, impl¨ªcita, una legalizaci¨®n de la tortura).
El coj¨ªn de Almod¨®var hace reposar la rodilla del dolorido director Salvador Mallo, el deseo del ni?o de que nada le pase a los protagonistas vela por ellos a costa de la historia, que no existe sin drama. El primer deseo es amortiguar la vida, salir poco a poco del ¨²tero, ir despacio a las cosas antes de que la primera hostia te levante diez metros y la vida empiece a jugar contigo como si fueses la bola de un pinball.
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