Se?ores antiguos
Que un hombre ayude a una mujer es ¡°t¨®xico¡±, luego los cuentos en que eso suceda, o en los que no haya ¡°paridad¡± entre los personajes, se deben prohibir
MI?RCOLES 10 de abril. Debo coger un AVE a las 4. Salgo con mis maletas, llenas de libros y dem¨¢s, a las 3. Desde mi punto de partida hasta la estaci¨®n suelo tardar un m¨¢ximo de quince minutos en taxi, el cual me cuesta entre seis y siete euros. Si voy con tanta antelaci¨®n es porque, en el Madrid de Carmena, ese trayecto se ha convertido en un suplicio. Uno no sabe cu¨¢nto le costar¨¢ atravesar Sol y la Carrera de San Jer¨®nimo, una calle estrecha que lleva ya dos a?os m¨¢s angostada ¡ªun embudo¡ª por culpa de las interminables obras de Canalejas. En vista de que esa calle es un atolladero, el Ayuntamiento la empeora permitiendo un incesante desfile de buses tur¨ªsticos de dos pisos que taponan el ¨²nico carril h¨¢bil, en vez de desviarlos por otra ruta mientras duran las obras (¨¦chenles un a?o m¨¢s como m¨ªnimo). Como el tr¨¢fico es aqu¨ª un purgatorio, d¨¦mosle la categor¨ªa de infierno, debe de haber pensado Carmena. Llego a Atocha tras treinta y tantos minutos de taxi, que me sale por trece euros. Como hay que pasar el equipaje y la gabardina por el esc¨¢ner, bajo la rampa sin dilaci¨®n. Delante de m¨ª va una joven con un inmenso malet¨®n sin ruedas, casi un ba¨²l. Lo va arrastrando con penalidad y por supuesto no la puedo adelantar. Al llegar a la cola, veo que hay masas poco explicables. No es fin de semana y faltan d¨ªas para la Semana Santa. Como hay un gent¨ªo con bultos grandes, Renfe ha inhabilitado uno de los tres esc¨¢neres, luego se avanza a paso de tortuga. La joven sigue tirando a duras penas de su malet¨®n, se le desv¨ªa, se le tuerce, se golpea y me golpea con ¨¦l, me mira con apuro, le digo que nada, sigo detr¨¢s.
Por fin alcanza el esc¨¢ner, y entonces descubre que, si bien puede tirar de su ba¨²l con esfuerzo, lo que no puede es levantarlo del suelo a pulso. Le pregunta a la escaneadora si le echa una mano. ?sta, con sequedad, le contesta que no puede abandonar su puesto. ¡°Abandonarlo¡±, en este caso, significa levantarse, dar tres pasos, ayudarla y volver a su asiento. Ninguna otra maleta pasar¨ªa por la cinta mientras tanto, eso es obvio. ¡°?Y qu¨¦ hago?¡±, dice la joven. ¡°Que la ayude alguien¡±. La joven me mira implorante. Desde hace m¨¢s de dos meses padezco un tir¨®n o una tendinitis o una ci¨¢tica (dej¨¦moslo indeciso: contar dolencias me parece una falta de consideraci¨®n) causados por las excesivas caminatas que me di durante los diecis¨¦is d¨ªas de huelga de los taxistas. Me duelen la pierna y la cadera, no estoy en condiciones de a?adirme el esfuerzo de levantar un malet¨®n. Pero claro, ya soy un se?or antiguo, y estoy educado como lo estoy. Entre las masas de la cola (hombres y mujeres de toda edad) nadie mueve un dedo. All¨ª la famosa ¡°sororidad¡± brilla por su ausencia, y en cuanto a los varones, qui¨¦n sabe, lo mismo temen ser tachados de machistas si ayudan a la joven. Como yo no temo eso sino que lo doy por descontado ¡ªdiga lo que diga y haga lo que haga¡ª, echo mano al bulto, lo alzo a pulso (en efecto pesa un quintal) y se lo deposito en el esc¨¢ner a la joven que calcul¨® mal. Me da las gracias con expresi¨®n de alivio, luego subo mi equipaje y la cola tira adelante.
Esta min¨²scula an¨¦cdota ser¨ªa sexista y no deber¨ªan leerla ni?os ni ni?as seg¨²n los responsables de la escuela T¨¤ber (titularidad de la Generalitat) y de las tambi¨¦n barcelonesas Montseny y Fort Pienc, que han considerado eso, sexista, una frase de Caperucita Roja en la cual se dice que ¡°un cazador que pasaba por all¨ª¡± ¡ª?un hombre!¡ª salv¨® del Lobo a Caperucita y a su abuela. As¨ª que han retirado ese pecaminoso volumen de la biblioteca, lo mismo que La bella durmiente (porque el Pr¨ªncipe la salva, y con un beso no consentido), y La leyenda de Sant Jordi, sustituido por La revolta de Santa Jordina, donde la chica es la hero¨ªna y el drag¨®n no tiene por qu¨¦ morir. C¨®mo va a matarse a un bicho, con lo buenos que son, incluidas las boas constrictor, las tar¨¢ntulas y las hienas.
Que un hombre ayude o salve a una mujer es ¡°t¨®xico¡±, luego los cuentos en que eso suceda, o en los que no haya ¡°paridad¡± entre los personajes, se deben secuestrar, suprimir y prohibir. Los profesores y padres de la T¨¤ber y dem¨¢s han de ser por fuerza conscientes de su similitud con los censores franquistas y con los cabestros nazis que purgaban libros y los quemaban, pero les dar¨¢ igual: todos ellos se creen sabedores de lo ¡°pernicioso¡± y lo destierran sin contemplaciones. Esta gente estricta ha encontrado nada menos que 200 t¨ªtulos ¡°t¨®xicos, que reproducen patrones sexistas¡±, el 30% del fondo. Y todos son objetables en cierto grado a excepci¨®n del 10%, los que s¨ª est¨¢n escritos ¡°desde una perspectiva de g¨¦nero¡±. La sociedad catalana se ha acostumbrado tanto a los modos totalitarios de la Generalitat que nada tiene de extra?o que una escuela dependiente de ella se comporte como la Inquisici¨®n. Estas ¡°virtuosas¡±, con sus soci¨®logas y pedagogas que las aplauden, s¨®lo admiten que un var¨®n ayude a otro y una mujer a otra mujer. Pero, como dije antes, en la vida real hay veces en que la tan cacareada ¡°sororidad¡± no aparece y un se?or antiguo con la pierna mala resulta ser el ¨²nico dispuesto a echar una mano a quien tiene menos fuerza f¨ªsica. Por ejemplo, para levantar un peso.?
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