La virtud c¨ªvica de la hipocres¨ªa social
Quiz¨¢ la ¨²nica funci¨®n de las instituciones de un Estado sea facilitar un escenario donde las discusiones pol¨ªticas se desarrollen sin que nadie le clave un cuchillo a nadie
Una de las virtudes c¨ªvicas m¨¢s sobrevaloradas es la sinceridad. Decir las cosas a la cara, ir con la verdad por delante y no sonre¨ªr nunca al enemigo son algunas de las principales causas de guerra. Una norma de buena educaci¨®n en la mesa es no coger el cuchillo a menos que se vaya a usar para cortar la comida, y aseguran los que saben que esta regla de etiqueta se impuso en la Edad Media para evitar que los comensales se apu?alasen unos a otros en el fragor de una discusi¨®n. Toda la etiqueta de la corte est¨¢ pensada para evitar agresiones, y la hipocres¨ªa social, que naci¨® en los palacios y se extendi¨® democr¨¢ticamente por toda la sociedad, es uno de los grandes logros de la civilizaci¨®n.
Cada a?o, los Reyes invitan a un grupito de escritores, editores y gente de la cultura en general a un almuerzo en el Palacio Real en honor del Premio Cervantes (esta vez, Ida Vitale). La casualidad ha querido que el encuentro se produjera en mitad de la campa?a, y era posible que algo del tono bronco que ha emponzo?ado la discusi¨®n pol¨ªtica espa?ola se trasladase a los salones. Al fin y al cabo, la cultura ha sido un campo de batalla ideol¨®gico de lo m¨¢s enconado y vil.
Es cierto que el protocolo de esta monarqu¨ªa es suave. Predomina la austeridad (los Reyes ni siquiera han encargado una vajilla nueva, siguen usando la de Juan Carlos I, con el anagrama de los em¨¦ritos, y la comida tiende a lo frugal, es m¨¢s ¨¢gape que men¨² op¨ªparo: lo versallesco est¨¢ en los techos y en las paredes, pero eso ya ven¨ªa heredado de otros siglos), aunque se respetan los modos cortesanos, que facilitan el di¨¢logo y el encuentro entre figuras que, en otros ¨¢mbitos p¨²blicos, juegan (jugamos) a detestarse (detestarnos). Las dos Espa?as (o las que sean, he perdido la cuenta de cu¨¢ntas hay, me qued¨¦ en la tercera) confraternizan amablemente. Nadie coge el cuchillo si no es para cortar el pescado, y eso que los anglosajones llaman small talk lubrica las relaciones m¨¢s oxidadas y chirriantes.
Pase¨¢ndome entre los corrillos de la hora del caf¨¦, que se toma en una salita aparte, acompa?ado de unos licores y unas golosinas (¨²nico derroche suntuario), me convenc¨ª de que aquello ten¨ªa un profundo sentido pol¨ªtico que ha faltado por completo en la campa?a y, por supuesto, en los debates televisivos. Es cierto que, m¨¢s all¨¢ de cuatro comentarios maliciosos y marginales, apenas se chismorre¨® nada de las elecciones, pero la etiqueta obligaba a una simpat¨ªa y un respeto que son la base de la convivencia.
Posiblemente la ¨²nica funci¨®n de las instituciones de un Estado sea facilitar un escenario donde las discusiones pol¨ªticas se desarrollen sin que nadie le clave un cuchillo a nadie, ni siquiera con pu?aladas verbales. Tal vez la democracia a¨²n pueda aprender algo de los modales del ancien r¨¦gime. Es poco probable, pero la ceremonia cortesana del Premio Cervantes fue un relax muy oportuno y agradecido.
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