La ¨²ltima vecina de La Pedrera
La escritora Ana Viladomiu lleva 30 a?os viviendo en el edificio de Gaud¨ª, entre avalanchas de turistas. Ahora lo cuenta en un libro
UN GUARDA vestido de verde que pregunta ad¨®nde vas. Un arco electr¨®nico de seguridad en medio del portal. Un turista japon¨¦s provisto de un armatoste descomunal que te hace fotos sin preguntar. 10 o 12 personas haciendo cola para entrar en la tienda de recuerdos ¡ªque es a lo que infinidad de usuarios de los llamados ¡°equipamientos culturales¡± van a estos sitios: a la tienda, hasta tal punto que uno dir¨ªa que el recorrido del museo en cuesti¨®n, o del palacio, o de lo que toque, es un mero proleg¨®meno m¨¢s o menos fastidioso antes de la hora de la verdad, el momento de acceder al man¨¢ de las chucher¨ªas del merchandising¡ª. Y un embotellamiento humano de ¨®rdago que impide deambular libremente por el patio. Hasta ah¨ª, todo normal. Al fin y al cabo, estamos en La Pedrera. Donde vivir es del todo anormal.
En el 4? 1? vive Ana Viladomiu. Lleva 30 a?os aqu¨ª. Antes era una vecina m¨¢s de la Casa Mil¨¤, joya del modernismo, esa fascinante tarta de piedra y barandillas de chatarra retorcida levantada por Antoni Gaud¨ª entre 1906 y 1912 en la confluencia de la calle de Provenza y el paseo de Gracia. En aquella Barcelona por entonces m¨¢s burguesa y hoy m¨¢s gentrificada, aquel viejo spleen condal de cines, teatros, caf¨¦s y mucamas al servicio de familias bien¡ y actual Disneylandia de las marcas de lujo. Hoy, Viladomiu ya no es una vecina. Es la ¨²ltima vecina. Y vive aqu¨ª, en La Pedrera, entre chimeneas de piedra que parecen guerreros y arcos de seguridad que parecen arcos de seguridad. Como una ¨²ltima mohicana surfeando el tsunami del turismo global. Casi como un vestigio individual entre el horror colectivo del m¨¢s de un mill¨®n de visitantes que cada a?o pasan por aqu¨ª.
Ana Viladomiu vive entre chimeneas de piedra que parecen guerreros, arcos de seguridad y legiones de turistas
As¨ª que cuando esta licenciada en Filosof¨ªa y Letras literariamente formada en los cursos de escritura creativa del Ateneo barcelon¨¦s estaba rebuscando temas para su tercera novela, un amigo la par¨® en seco y le advirti¨®: ten¨ªa el tema delante y no se estaba dando cuenta. Mejor dicho, viv¨ªa dentro del tema. Aquel encuentro, m¨¢s 40 entrevistas a personas relacionadas con La Pedrera, m¨¢s una reveladora cita con su amigo el periodista Carles Bosch ¡ª?que le sugiri¨® el hilo conductor del libro¡ª, desembocaron en La ¨²ltima vecina, ahora ya s¨ª, escrito con cursiva (Roca Editorial, en librer¨ªas desde marzo).
El piso de Ana Viladomiu es, c¨®mo decirlo, cegador. El blanco m¨¢s insultante en este d¨ªa de sol en el Eixample estalla en reflejos: sof¨¢s blancos, paredes blancas, techos blancos, alfombras blancas y puertas y molduras nuclearmente blancas. No sobran las gafas de sol. Del sal¨®n blanco se sale a un blanqu¨ªsimo pasillo circular marca de la casa (de la casa como tal y de la casa Gaud¨ª) con acceso a uno de los dos grandes patios con los que el arquitecto catal¨¢n vertebr¨® el edificio. Acerca de ese pasillo, en las p¨¢ginas de La ¨²ltima vecina, Martina Meseguer ¡ªalter ego de Ana Viladomiu¡ª cuenta: ¡°Por las noches me encanta pasear por ¨¦l y entretenerme en mirar por los ventanales bien la terraza, bien las estrellas y la luna. Me produce una sensaci¨®n de irrealidad, como de estar en un castillo o formar parte de un hermoso cuento¡±.
En la Guerra Civil, La Pedrera fue sede del Partido Obrero de Unificaci¨®n Marxista, y el piso de Viladomiu pudo ser una checa
Pero no todo aqu¨ª es cuento ni castillos de princesas atrapadas en el 4? 1?. Durante la Guerra Civil se instal¨® en los bajos del edificio el Partido Obrero de Unificaci¨®n Marxista (POUM), y en el principal (donde hab¨ªa vivido hasta entonces el matrimonio formado por Pere Mil¨¤ y Rosario Segim¨®n, quienes hab¨ªan encargado el edificio a Gaud¨ª), el Partido Socialista Unificado de Catalu?a (PSUC). Ana Viladomiu tiene la sospecha de que su propio piso lleg¨® a ser una de las temibles checas de Barcelona donde la contienda cobraba condici¨®n de detenci¨®n, tortura y muerte. Fue uno de tantos usos en la historia de este edificio, uno de los pocos en el mundo que mantiene cinco a la vez: sociocultural, tur¨ªstico, administrativo, comercial¡ y residencial. La Pedrera aloj¨®, a trav¨¦s del tiempo, sastrer¨ªas, bingos, notar¨ªas, inmobiliarias, hoteles, consulados, la residencia de un pr¨ªncipe egipcio que viv¨ªa con su har¨¦n y la mism¨ªsima consulta del vidente Octavio Aceves. ¡°Mi idea desde el principio fue situar La Pedrera como paisaje de fondo. Ah¨ª es donde transcurre el d¨ªa a d¨ªa de los protagonistas, y el edificio acaba siendo un protagonista m¨¢s de la novela¡ Bueno, el m¨¢s importante¡±, explica Ana Viladomiu, sentada en el enorme sal¨®n de su casa, mientras invita a un caf¨¦ delante de una enorme barcel¨® de la primera etapa.
La Pedrera aloj¨®, a trav¨¦s del tiempo, sastrer¨ªas, bingos, notar¨ªas, inmobiliarias, hoteles, consulados...
El libro fue escrito durante una ¨¦poca en la que el edificio se llen¨® de nuevos habitantes: los operarios y alba?iles y las gr¨²as y las poleas vinieron a sumarse a los turistas. La Pedrera estaba siendo rehabilitada por tercera vez (los trabajos finalizaron en 2014). As¨ª que la autora ten¨ªa la met¨¢fora perfecta al alcance de la mano: se apuntala una casa como se apuntala ¡ªo no¡ª una relaci¨®n. Una de las ideas-fuerza de esta novela es la de la erosi¨®n: erosi¨®n de la piedra y de la convivencia, una ambivalencia tan f¨ªsica como literaria, tan de cemento como de sentimientos. Y hay desgastes que aniquilan y desgastes que embellecen, dando lugar a maravillosas flores de ruina. ¡°Ese es el meollo de la novela¡±. En la realidad terminaba la pesadilla de casi un a?o de andamios y de incomodidades. En la ficci¨®n, la autora de La ¨²ltima vecina escrib¨ªa: ¡°Se ha acabado la pesadilla de las obras en esta casa y el dolor de nuestra relaci¨®n¡±. Se cerraba el c¨ªrculo.
Aunque m¨¢s all¨¢ de la erosi¨®n vendr¨ªa a ser la carcoma (¡°que viene de dentro, no de fuera¡±) la amenaza que acecha a la pareja que vive en esas p¨¢ginas: Martina y Paul o, lo que es lo mismo aunque no es igual, Ana y Fernando. Fernando es Fernando Amat, propietario de la c¨¦lebre ¡ªy hoy ya desaparecida¡ª tienda de decoraci¨®n Vin?on del paseo de Gracia. Aqu¨ª convivieron ambos casi 30 a?os, y aqu¨ª vivieron con sus dos hijas, Mar¨ªa y Nina, ambas arquitectas y que hace un tiempo decidieron cambiar la sobreexposici¨®n de vivir en un sitio as¨ª por el anonimato de un apartamento en el Raval.
Primero lleg¨® ¨¦l. Alquil¨® uno de aquellos famosos 13 d¨²plex de 30 metros cuadrados que hab¨ªa levantado en las golfas de La Pedrera el arquitecto Barba Corsini, y que la Fundaci¨®n Caixa de Catalunya desmont¨® en 1986 cuando adquiri¨® y rehabilit¨® el edificio. Ana Viladomiu recuerda entre divertida e indignada: ¡°La Caixa dio indemnizaciones millonarias a algunos de los inquilinos para que se fueran, tanto dinero que se marchaban y con ¨¦l se compraban pisos en propiedad. Pero a nosotros nunca nos ofrecieron dinero, nunca supe por qu¨¦¡ Yo creo que les hac¨ªa gracia tenernos aqu¨ª como una cosa curiosa, como los ¨²ltimos de Filipinas, como Copito de Nieve cuando estaba en el zoo de Barcelona¡±.
No fue f¨¢cil adaptarse a un lugar as¨ª. ¡°Yo ahora amo esta casa, estos techos, estos suelos¡, pero no siempre fue as¨ª¡±, recuerda Ana Viladomiu. ¡°Cuando llegu¨¦ me cost¨®, no era una casa f¨¢cil para vivir, me la fui haciendo m¨ªa poco a poco¡±. A la ¨²ltima vecina de la Casa Mil¨¤ ¡ª¡°queda Carmeta, pero ya no est¨¢ nunca porque tiene una casa en el Ampurd¨¢n y vive all¨ª¡±¡ª le entra la risa cuando va desgranando el anecdotario de tantos a?os de vida en un lugar que figura en la lista de los sitios patrimonio de la humanidad de la Unesco: ¡°Yo recuerdo algunas salidas de fin de semana cuando las ni?as eran peque?as y sal¨ªamos con trajes de ba?o, flotadores, termos, recipientes de comida¡, con unas pintas que¡, y la gente que estaba de visita se giraba y nos miraba con una cara¡ O cuando vienes del s¨²per cargada de bolsas¡ Es que est¨¢s entrando en La Pedrera, no en un apartamento normal de un bloque normal, y te miran. Y si yo me asomo a una de las ventanas que dan al patio, los turistas me hacen fotos desde el tejado. Es todo muy curioso. Y luego est¨¢n los esc¨¢neres y las c¨¢maras de seguridad, que lo graban todo, aunque a m¨ª me importa un pito. Es como un Gran Hermano, pero, en lugar de un Gran Hermano vip, un Gran Hermano patrimonio de la humanidad¡±.
Ha habido diferentes ¨¦pocas en la experiencia de vivir en la Casa Mil¨¤, y algunas cosas han ido cambiando¡ para bien. ¡°Hubo un tiempo en el que los turistas llegaban hasta el rellano y te tocaban el timbre para ver si pod¨ªan entrar a mirar, o se colaban en el ascensor privado¡ En fin, que es lo que nosotros intentar¨ªamos hacer si nos fu¨¦ramos a Italia a ver un edificio hist¨®rico: escaquearnos de la visita guiada y chafardear, ?no?, es muy humano¡±, explica la ¨²ltima de la Casa Mil¨¤, que vive de alquiler y disfruta de una renta antigua. ¡°Ahora bien, aqu¨ª no hay nadie m¨¢s, y los domingos por la tarde y por la noche esto est¨¢ desierto¡ Ayer se fue una amiga m¨ªa que hab¨ªa venido a pasar unos d¨ªas y me dec¨ªa que se paseaba de noche por el pasillo del piso y le daba miedo¡±.
¡ªLa verdad es que es usted una especie de Robinson Crusoe instalado en 13, Rue del Percebe.
¡ª[Risas] S¨ª, puede ser, pero ya lo tengo muy interiorizado. Eso lo not¨¢is m¨¢s los que ven¨ªs de fuera.
Ana Viladomiu se pregunta: cuando ella, la ¨²ltima vecina, se marche o se muera (tiene contrato de alquiler vitalicio), ?qu¨¦ pasar¨¢ con los pisos de La Pedrera? ¡°Si hacen apartamentos, los tendr¨¢n que alquilar a precio de millonario ruso o chino, nadie en Barcelona ser¨¢ capaz de pagar eso. Y entonces los barceloneses se enfadar¨¢n porque una casa que es patrimonio art¨ªstico se alquile a turistas ricos. Pol¨ªticamente no ser¨ªa correcto¡±.
Azafatas, guardas de seguridad, legiones de turistas y ni?os en visita del colegio coinciden en el portal de Ana Viladomiu
Hay quien llega a su casa y saluda a Manolo, el portero. Ella llega y atraviesa arcos de seguridad; dice ¡°Hola¡± a las azafatas, a los seguratas y a los empleados de la Fundaci¨®n Catalunya-La Pedrera, y sonr¨ªe a los turistas coreanos y a los ni?os que ese d¨ªa han ido de visita con el colegio. Hay quien al entrar en su portal ve el cubo y la fregona apoyados sobre el quicio de la puerta. Ella contempla los tapices y los frescos de los pecados capitales, las series de la ira y la gula, los h¨¦roes de la guerra de Troya y las aventuras de Tel¨¦maco, los ecos de la Il¨ªada y la Odisea. Definitivamente, a Ana Viladomiu no le quedaba otro remedio que escribir una novela. Porque ella es la ¨²ltima vecina.
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