Las guerras y sus digestiones
Todav¨ªa no se ha superado el terrible enfrentamiento b¨¦lico que empez¨® en Espa?a en 1936. Y una de las causas es la superposici¨®n de ¡°relatos en competici¨®n¡± que en realidad lo que buscan es otra cosa
Pregunta: ?c¨®mo digieren las naciones sus guerras? Respuesta: mal, siempre. Busquemos un ¨¢ngulo para entrar en un argumento tan contundente. Hay que remontarse a las dos actividades m¨¢s antiguas de la historia de la humanidad. La primera (por orden de aparici¨®n) es moverse. Desde siempre, lo que nos ha caracterizado como especie es andar movi¨¦ndonos arriba y abajo. Hay considerables evidencias de que venimos de ?frica, hay trazas de que las diferentes variedades de amerindios llegaron por arriba, a la izquierda, la actual Alaska, y fueron bajando. Todo ello es bastante conocido, pero va vinculado a la segunda actividad m¨¢s antigua: la guerra, en la que grupos humanos luchan unos contra otros por diversos motivos (territorio, recursos, poder). Siendo as¨ª que hay un ampl¨ªsimo consenso moral en que las guerras son malas, ?por qu¨¦ siempre ha habido guerras (y parece que siempre las habr¨¢)? Las miradas de las largas columnas de refugiados son id¨¦nticas en todas las guerras, pero entre la I Guerra Mundial y la II Guerra Mundial solo pasaron 21 a?os, que es menos de una generaci¨®n. ?Por qu¨¦ fue tan f¨¢cil empezar otra vez?
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Otra regla no escrita: las guerras son mucho m¨¢s f¨¢ciles de empezar que de terminar, esto no es una pregunta, esto es una afirmaci¨®n emp¨ªrica. Lo cual nos lleva al motivo central de la presente reflexi¨®n, ?c¨®mo digieren las naciones (los pa¨ªses, las sociedades) las guerras? Vietnam es un buen comienzo. Tendemos a pensar en la guerra de Vietnam como la que los americanos perdieron, y cuya herencia ha pesado como una losa sobre la sociedad (y en su d¨ªa sobre la pol¨ªtica) de Estados Unidos. Llegaron a Saig¨®n en 1962, con una decenas de ¡°asesores¡±, y en 1966 ya ten¨ªan m¨¢s de medio mill¨®n de efectivos sobre el terreno, finalmente en abril de 1975, casi 60.000 muertos despu¨¦s, huyeron por el tejado de la embajada dejando una im¨¢genes que nunca ser¨¢n olvidadas. D¨ªas antes, el embajador todav¨ªa deso¨ªa la presi¨®n de la CIA y de los mandos militares para salir pitando, porque ¡°mandar¨ªamos un mal mensaje al pueblo vietnamita¡±. En un libro excepcional, La marcha de la locura: desde Troya hasta Vietnam (FCE 2005), Barbara Tuchman explica a partir de varios estudios de casos de guerras, c¨®mo estas consisten en un cataclismo con un balance catastr¨®fico, a partir del encadenamiento sistem¨¢tico de malas decisiones tomadas por personas que ten¨ªan acceso a informaci¨®n suficiente para ver que aquello iba al desastre.
El caso de Vietnam es interesante para analizar ahora la dolorosa digesti¨®n que le supuso a la sociedad norteamericana. Se cumpli¨® la norma no escrita de que aquello no empez¨® a ser visto como una grave cuesti¨®n social hasta que los ata¨²des empezaron a llegar a raz¨®n de varios cientos por semana, de 1966 a 1970 aquello fue una hecatombe.
Vietnam empez¨® a ser una grave cuesti¨®n social cuando empezaron a llegar varios cientos de ata¨²des por semana
Comparen con las guerras m¨¢s recientes de Irak y Afganist¨¢n, donde las cifras de muertos (norteamericanos) han sido much¨ªsimo m¨¢s limitadas, para entender la crisis moral de la sociedad norteamericana en cuanto a los costes humanos (los suyos) de una guerra. Despu¨¦s, empieza una larga penitencia que suele traducirse de varias maneras. El establishment, siempre con retraso respecto de la gente, negando la realidad, o improvisando un ¡°relato¡± sobre la necesidad de cerrar un cap¨ªtulo triste de la ¡°historia americana¡±. Los heridos, f¨ªsica o mentalmente, aparcados en el silencio durante un cuarto de siglo, y solo despu¨¦s honrados y recuperados en algunas ceremonias oficiales. Hubo que esperar a 1978 para que Hollywood abordara el tema en el cine de ficci¨®n con una pel¨ªcula desgarradora, El cazador, de Michael Cimino, donde lo esencial no es la guerra en s¨ª, sino la digesti¨®n de la posguerra.
Cada sociedad digiere como puede sus guerras a lo largo del tiempo. La sociedad francesa, instalada c¨®modamente en una relato en blanco y negro sobre la ocupaci¨®n nazi y los m¨¦ritos de la resistencia, ya desde finales de los sesenta, empez¨® a notar signos de indigesti¨®n: ?y los colaboracionistas del ocupante, la cooperaci¨®n con los nazis para la deportaci¨®n de franceses a los campos de exterminio, la redada del Vel d¡¯Hiv de 1942 a cargo de los gendarmes? Despu¨¦s apareci¨® la indigesti¨®n de la guerra de Argelia, en torno al debate sobre el uso de la tortura en Argel y sus consecuencias. Debate cauto, pero en todo caso m¨¢s visible que el no debate sobre la responsabilidad de Francia en la guerra de Indochina (1945-1954), y dicen los expertos que ello se debe a que en esta cayeron (por miles) soldados profesionales, legionarios, paracaidistas, pero no conscriptos. En Argelia, fueron los chicos de la mili los que tuvieron que asumir mancharse las manos, y dejar muchos muertos en el terreno. La reacci¨®n social fue mucho m¨¢s fuerte, De Gaulle lo entendi¨®, hizo un refer¨¦ndum y a casa. La distancia en el tiempo cuenta mucho. El relato de las guerras napole¨®nicas, incluso Waterloo (dejemos de lado la iron¨ªa f¨¢cil con el actual ¡°exiliado¡± all¨ª), a pesar de la derrota final del emperador, est¨¢ ya formateado en los libros de historia. El tiempo cuenta, y mucho, para un joven franc¨¦s de ahora el hecho de que su abuelo fuese miembro de la Resistencia le motiva sentimentalmente, le llena de orgullo. Pero si su tatatarabuelo fue uno de los granaderos del ¨²ltimo reducto de Waterloo, le tiene m¨¢s o menos sin cuidado. No digamos ya si fue a la segunda o tercera cruzada para liberar Jerusal¨¦n.
En Argelia, fueron los chicos que hac¨ªan la mili en Francia los que tuvieron que dejar muchos muertos en el terreno
Tomemos otro ejemplo, la Guerra Civil espa?ola, y su dif¨ªcil digesti¨®n en este pa¨ªs. ?Todav¨ªa hay que discutir si los nietos y biznietos de miles de desaparecidos tienen derecho (y sean dotados de medios) para recuperar los restos de los suyos? Pues en efecto, es un tema electoral de hoy, cuesta creerlo. Hemos visto a gente, malas personas, ironizar sobre los que ¡°se obstinan en seguir buscando huesos¡±, hemos visto gente, en Collioure, insultar a un grupo de jubilados republicanos que ten¨ªan la triste idea de repetir su recogimiento ante la tumba de Machado, y escuchar c¨®mo un grupo de ¡°independentistas¡± les llamaba ¡°fascistas¡±.
No digamos ya el culebr¨®n del Valle de los Ca¨ªdos, o los pleitos sobre cambios de nombres de calles. ?Se hubiera podido y debido hacer al final de la Transici¨®n? ?O con la superaci¨®n del golpe de Tejero de 1981? Posiblemente. ?Ahora? Todo es campa?a electoral, y se libra sobre todo en las famosas redes. No, ni Espa?a ni Catalu?a han acabado de digerir una Guerra Civil empezada hace ochenta a?os. Y una de las causas que prolonga la indigesti¨®n es la superposici¨®n de ¡°relatos en competici¨®n¡± que en realidad lo que buscan es otra cosa. Buscan reescribir una y otra vez la justificaci¨®n de aquello a la luz de las luchas pol¨ªticas de ahora, lo cual es de una mala fe argumental considerable.
Como conclusi¨®n, para digerir una guerra el factor tiempo cuenta para la gente corriente. Tres generaciones como m¨ªnimo, a veces cuatro. A veces m¨¢s. Y no es seguro que la obsesi¨®n por legislar sobre una supuesta memoria hist¨®rica sea el remedio. M¨¢s bien a veces parece que alguien se empe?a en decirnos lo que hemos de recordar.
Pere Vilanova es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad de Barcelona.
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