Elizabeth Diller, la arquitecta que transform¨® Manhattan
Autora de la High Line, la ampliaci¨®n del MoMA y el centro de artes esc¨¦nicas The Shed, la arquitecta Elizabeth Diller reimagina las instituciones culturales.
El espacio de trabajo de Liz Diller se encuentra en un antiguo almac¨¦n a dos pasos del r¨ªo Hudson, con vistas panor¨¢micas a la densa ret¨ªcula de la ciudad que ha logrado transformar en cuesti¨®n de a?os. Nueva York lleva una d¨¦cada colm¨¢ndose de los proyectos de esta arquitecta de 64 a?os y rictus solemne esconde una insospechada sonrisa de ni?a traviesa. Suya es la renovaci¨®n del Lincoln Center, la ampliaci¨®n del MoMA y, sobre todo, la rehabilitaci¨®n de la High Line, el exitoso paseo elevado sobre un tramo de ferrocarril abandonado que sol¨ªa cruzar el barrio de Chelsea.
Desde su inauguraci¨®n en 2009, esa v¨ªa peatonal se ha convertido en un hito del urbanismo: todas las ciudades del planeta quieren su propia High Line. Fue concebida para unas 300.000 personas, pero el a?o pasado recibi¨® m¨¢s de ocho millones de visitantes. En cualquier d¨ªa soleado, se distingue a una masa humana avanzando a paso de tortuga a lo largo de sus dos kil¨®metros y medio. El precio del metro cuadrado se ha encarecido en tiempo r¨¦cord y los vecinos de toda la vida han tenido que hacer las maletas. ¡°Hay demasiada gente y un problema de gentrificaci¨®n¡±, reconoce Diller sobre su particular monstruo de Frankenstein. ¡°Aun as¨ª, ?habr¨ªamos hecho las cosas de otra manera? Probablemente no¡±.
Sobre el papel, nada indicaba que ese f¨®sil del Nueva York industrial se terminar¨ªa convirtiendo en parada obligatoria del circuito tur¨ªstico. De hecho, el alcalde Rudy Giuliani estuvo a punto de derribarlo. Diller cerr¨® las puertas a la explotaci¨®n comercial del paseo e incluso conserv¨® en parterres las flores salvajes que crecieron durante sus a?os de abandono. ¡°Pero un arquitecto no puede controlarlo todo¡±, se resigna. Su proyecto acabar¨ªa siendo la punta de lanza de la regeneraci¨®n de la zona, a la que Diller acaba de sumar otro edificio: The Shed, un centro de artes esc¨¦nicas integrado en el lujoso y controvertido proyecto de los Hudson Yards, nuevo barrio residencial y comercial que sus detractores describen como un patio para millonarios.Con un coste estimado en 475 millones de d¨®lares (423 millones de euros) de iniciativa privada, The Shed est¨¢ pensado para acoger cruces entre m¨²sica, teatro, danza y artes pl¨¢sticas en sus 20.000 m2 de extensi¨®n. Aunque lo m¨¢s rompedor es su cualidad mutante. El edificio tiene una planta de dimensiones variables. The Shed se expande y se contrae gracias a gigantescas ruedas que se deslizan por un ra¨ªl industrial, en un gui?o al pasado del lugar. ¡°La idea era construir un espacio modulable, hasta el punto de ser capaz de agrandarlo o reducirlo en funci¨®n de las necesidades¡±, afirma Diller. Todo surgi¨® de una reflexi¨®n sobre las insuficiencias de los museos para acoger nuevas formas de arte. ¡°El mundo cultural est¨¢ demasiado compartimentado en disciplinas. Hemos querido dar un paso adelante y pensar c¨®mo ser¨¢ el arte del futuro¡±, resume.
En 2018, Diller fue la ¨²nica arquitecta incluida en la famosa lista de las personalidades m¨¢s influyentes que confecciona la revista Time. Cuando se le recuerda, se encoge de hombros. Y recuerda que si ejerce este oficio es ¡°casi por accidente¡±. Diller se form¨® en la prestigiosa Cooper Union, pero entonces ten¨ªa la intenci¨®n de convertirse en artista o cineasta. ¡°La arquitectura no me convenc¨ªa, porque la ve¨ªa demasiado separada del di¨¢logo existente entre el resto de disciplinas. Mi idea fue hacerla entrar en esa constelaci¨®n de ideas. Eso es lo que intento ense?ar a mis alumnos¡±, asegura Diller, que es profesora en Princeton.
Como reza el dogma local, la arquitecta es una mujer hecha a s¨ª misma. Naci¨® en 1954 en la ciudad polaca de Lodz, hija de supervivientes del Holocausto que terminaron emigrando al Bronx neoyorquino cuando ten¨ªa cinco a?os. ¡°No tengo recuerdos de mi pa¨ªs natal, salvo que ten¨ªamos pollos en el patio interior¡±, dice Diller con una sonrisa triste de estadounidense asimilada. Su memoria empieza con el transatl¨¢ntico con el que la familia lleg¨® al Nuevo Mundo, con un huevo duro bailando al ritmo de la marea sobre la mesa de su compartimento. Durante su infancia, Diller reparti¨® diarios y botellas para ayudar en casa. ¡°Tengo la cl¨¢sica historia de una familia de inmigrantes que se sacrifican para que sus hijos tengan vidas mejores. Mientras yo estaba en la universidad, mis padres se part¨ªan la espalda¡±, dice Diller. ¡°Nunca podr¨ªa borrar esos or¨ªgenes, incluso si quisiera. Es algo que te define para siempre y que fija tu sensibilidad¡±.
Fund¨® la agencia que encabeza en 1981 junto a su marido, el arquitecto Ricardo Scofidio, que fue uno de sus profesores en la universidad. Durante las primeras d¨¦cadas de existencia del estudio, convertido hoy en Diller Scofidio + Renfro, no construyeron ning¨²n edificio. Prefirieron dedicarse al dise?o de espacios para performances o a la confecci¨®n de utop¨ªas arquitect¨®nicas. Por ejemplo, la Slow House (1991), una casa de campo donde una simple puerta hac¨ªa las veces de fachada, o el Blur Building (2002), cuyas paredes estaban delimitadas por el vapor de agua y que uno deb¨ªa visitar con chubasquero. ¡°Cuando era joven, no segu¨ªa ninguna norma. Todo lo que hac¨ªa era criticar y resistir¡±, confiesa Diller. ¡°Con el paso de los a?os y cierto grado de madurez, entend¨ª que no solo pod¨ªa dedicarme a la cr¨ªtica. Empec¨¦ a funcionar con actitud m¨¢s productiva¡±.
Aun as¨ª, sus propuestas siguen teniendo un componente te¨®rico y vanguardista, un ¨¢pice de rebeli¨®n y compromiso social que logra matizar, a menudo, el gran espect¨¢culo en el que se ha convertido su arquitectura (no es casualidad que, cuando el cineasta Spike Jonze preparaba Her, le pidiera consejo para dise?ar la ciudad dist¨®pica que aparec¨ªa en la pel¨ªcula). Diller considera que su disciplina es ¡°una manifestaci¨®n f¨ªsica de las relaciones sociales¡±. Y sigue pregunt¨¢ndose qu¨¦ podr¨¢ hacer la arquitectura en estos tiempos turbios. ¡°Hoy todo va mucho m¨¢s r¨¢pido. La sociedad, la econom¨ªa, la tecnolog¨ªa y el contexto pol¨ªtico mutan a toda velocidad. Y creo que los edificios no suelen ser buenos para encajar estos cambios. Tal vez los arquitectos tengamos que que empezar a hacernos otras preguntas¡±, sostiene. La inmanencia de las catedrales es cosa de otro siglo. Diller no sabe para qu¨¦ servir¨¢n sus edificios el d¨ªa de ma?ana, por lo que aboga por ¡°una arquitectura de la infraestructura¡± que admita otros usos de cara al futuro.
Despu¨¦s de hacerse un nombre en Estados Unidos con sus museos y equipamientos culturales, como el Instituto de Arte Contempor¨¢neo de Boston o la colecci¨®n privada The Broad en Los ?ngeles, el pr¨®ximo acto de su carrera apunta hacia el extranjero. La agencia de Diller tiene dos proyectos de alt¨ªsimo perfil en Londres: la ampliaci¨®n del Victoria & Albert Museum y la nueva sede de la Sinf¨®nica de la capital brit¨¢nica, que dirige Simon Rattle. En R¨ªo de Janeiro terminan el nuevo Museo de la Imagen, en plena playa de Copacabana, y cuentan con otros proyectos en China, Jap¨®n y Australia.
En 2017, Diller inaugur¨® en Mosc¨² un enorme parque vecino al Kremlin. Ganaron el concurso contra pron¨®stico, al no haber respetado su principal consigna: no crear ning¨²n espacio de encuentro. ¡°Dudamos antes de trabajar para el r¨¦gimen ruso, pero llegamos a la conclusi¨®n de que lo hac¨ªamos para los ciudadanos y no para el Kremlin¡±, se explica. Su proyecto ha suscitado protestas en los c¨ªrculos del poder. ¡°Voces conservadoras se quejan porque la gente va all¨ª a practicar sexo. A m¨ª me parece buena se?al. Significa que la gente lo ha hecho suyo. Y, encima, hemos logrado molestar a esos tipos¡±, sonr¨ªe con satisfacci¨®n. ¡°Est¨¢ feo que yo lo diga, pero creo que hemos ganado¡±. Cuando se ha sido rebelde, algo queda.?
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